En 1978, la actriz surcoreana Choi Eun-hee fue secuestrada en Hong Kong y trasladada a Pyongyang. Su exmarido, el director Shin Sang-ok, también fue capturado. Shin pasó cinco años en prisión, hasta que aceptó realizar películas con Choi a gusto del futuro dictador del país, Kim Jong-il. La pareja, que había vuelto a casarse, escapó en 1986, tras grabar algunas conversaciones donde el futuro dirigente revelaba su admiración por Pesadilla en Elm Street y las películas de Elizabeth Taylor. Kim Jong-il, que según su biografía oficial escribió mil quinientos títulos durante el tiempo que pasó en la universidad, firmó libros de teoría cinematográfica, uno de los cuales comienza con una cita del “Presidente Eterno”, padre del “Eterno Secretario General del Partido de los Trabajadores” y “Eterno Director de la Defensa de Comisión Nacional”, y abuelo del actual “Líder Supremo” Kim Jong-un: “Como el artículo principal del periódico del Partido, el cine debería tener un gran atractivo y moverse por delante de las realidades”.
Si, como aseguró el FBI, el régimen norcoreano estaba tras los autodenominados “Guardianes de la Paz” que reivindicaron los ataques a Sony por el estreno de la película The Interview, cuyo argumento giraba en torno al asesinato de Kim Jong-un, podemos ver el episodio como un secuestro digital, la renovación de una siniestra tradición familiar. (No exclusiva: Hace unos días, en Cuba, se excluyó la película Regreso a Ítaca del cineasta francés Laurent Cantet del Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano.) De ser así, un régimen que controla férreamente los canales de información aprovecha la fluidez de la información en Occidente para dañar a quienes percibe como enemigos. Max Fischer ha escrito que Corea del Norte usaría la película como excusa, o mejor como McGuffin: al régimen le interesa mostrarse arbitrario e impredecible, capaz de orquestar una guerra cibernética solo por una comedia entretenida y más bien tontorrona de Hollywood, pero en realidad es “fríamente racional y brutalmente estratégico”.
Es una buena noticia que finalmente Sony revocara su decisión inicial y optase por estrenar la película. Quizá, como ha escrito Evan Osnos, si uno quiere doblegar a los estudios, sea más eficaz participar en su financiación que hackearlos. Es una paradoja feliz que las salas independientes fueran las primeras en ofrecerse a proyectar la película de una gran corporación no siempre amable con los distribuidores pequeños. El filme también está disponible en internet.
Las tiranías dependen a menudo de la solemnidad y saben que el humor puede ser peligroso para ellas, pero el ataque también muestra lo vulnerables que somos. Como ha señalado David Trueba, “cualquier persona o empresa puede ser destruida de manera sencilla con un ataque virtual”. El material proporcionaba jugosos cotilleos: entre otras cosas revelaba, pasmosamente, que los empleados de Sony pueden decir cosas estúpidas e incluso desagradables de compañeros de profesión. Como ha ocurrido en otras ocasiones, la propagación daña a las víctimas y el atractivo del chismorreo ayuda a los agresores.
La respuesta inicial fue el pánico. Ante la amenaza de ataques terroristas en cines que exhibieran la película, Sony anunció la retirada de The Interview. Desde internet alguien, presumiblemente apoyado por un país extranjero, intenta impedir, mediante el chantaje y la intimidación, que los ciudadanos de otros países puedan enseñar o disfrutar de un producto cinematográfico: León Krauze lo ha llamado “un acto de censura transfronteriza”. La primera reacción de la productora fue retirar la película, dejando de lado los derechos de los autores o el principio de libertad de expresión. Tampoco recibió el apoyo del sector y las amenazas produjeron la cancelación de proyectos ambientados en Corea del Norte. Costará, ha escrito Chris Blattman, que vuelva a hacerse una película sobre ese país. El mecanismo es peligroso. Otros grupos y otros países podrían repetir la misma estrategia para detener cosas que les molesten o que les ofendan, en un momento en el que la lista de agravios, ha escrito Flemming Rose, editor del periódico danés Jyllands-Posten, que publicó en 2005 las célebres caricaturas de Mahoma, parece crecer cada día.
Por desgracia, es frecuente ensalzar la libertad de palabra al mismo tiempo que se la traiciona por detrás. Los enemigos de la democracia tienden a pensar que los productos artísticos e intelectuales de las sociedades libres reflejan el pensamiento o las intenciones de los dirigentes de esas sociedades libres. Resulta evidente que no es así. Pero, aunque todavía no sepamos bien cómo defendernos de estos ataques, la posibilidad de realizar ese producto artístico e intelectual es indispensable, y protegerla es una tarea imprescindible.
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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).