Ilustración: Olaf

Cómo se hace un valor

La creación es un proceso complejo que requiere distintos talentos. Siete creadores de distintas disciplinas artísticas y del pensamiento detallan aquí cuáles son los procesos  que median entre la aparición de una idea y la obtención de una obra.
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Los valores en el marco de la creación se relacionan de tres modos: la creación de valores, el valor de la creación y por último, al unir ambos, la creación de los valores de creación.

I Creación de valores

Se cree que los valores tienen que existir de forma independiente de los seres humanos, al margen de ellos. Que para ser reales tienen que ser descubiertos, no creados. Se cree que tienen que existir en algún sitio –quizás Dios nos los dé y nos los explique en libros sagrados labrados en piedra.

Cuando se plantea la creación de valores se piensa en filósofos como Nietzsche, que enfatizan lo deseable que es acabar con todos los valores heredados y empezar de cero creando nuevos. Esta perspectiva le parece inquietante a algunas personas, porque si los valores son algo que simplemente podemos crear, ¿qué nos impedirá crear unos, por ejemplo, de explotación?

Todas las formas de creación inician con el descubrimiento de algo; incluso podríamos decir que el invento es el descubrimiento de algo que todavía no existe. Es decir, para inventar algo hay que descubrir una posibilidad en el mundo. Esto es un hecho objetivo: no se puede inventar algo que sea imposible. Para inventar, por ejemplo, el helicóptero, como hizo Leonardo da Vinci, en primer lugar tuvo que descubrir cuestiones básicas sobre las propiedades físicas del aire, del movimiento, de la circulación… El descubrimiento viene primero, y el invento es una aplicación práctica posterior.

Lo mismo se aplica al arte. Por ejemplo, las fotografías, como cualquier arte, son creaciones, pero en cierta forma pueden considerarse como descubrimientos: advertimos algo interesante en el mundo y es cuestión de enmarcarlo de la forma adecuada y capturarlo. Esto es un acto creativo. Evidentemente en el caso de la fotografía esta transición es evidente, pero en cierta forma, la creatividad funciona así, siempre comienza con un descubrimiento.

Si esto es la creación en términos generales, la ética y la moralidad son lo mismo. Es pertinente hablar de los valores y de la moralidad como algo creativo, que no es lo mismo que inventar –en el sentido de idear– lo que nos gusta de forma caprichosa de la nada. Todo comienza con un descubrimiento.

Antes de poder empezar a crear valores tenemos que saber mucho sobre cómo funciona el ser humano. No se puede crear una moralidad ética viable sin una comprensión profunda de la naturaleza humana. La moralidad se trata de percibir lo que hay en una situación que merece nuestra atención para a partir de ello formar el tipo de valores que queremos.

En la ética, por tanto, también tenemos este elemento de creación que tiene que partir del descubrimiento y la investigación de los hechos empíricos. En la ética siempre está presente lo que los filósofos llaman el is-ought gap, la brecha entre lo que es y lo que debería ser, atribuido a David Hume. El filósofo escocés dice que basándonos únicamente en los hechos del mundo no podemos deducir lógicamente nada relativo a la moralidad. Cuando pasamos del es (is) al debería (ought), siempre estamos emitiendo un juicio, y ese juicio es también un acto creativo, estamos añadiendo algo al mundo que no estaba ahí de partida. Es por ello que en la normativa, esto es, en lo que deberíamos de hacer, siempre existe una brecha entre los hechos del mundo y nuestra creación de valores.

Este tipo de creatividad tiene otro nivel. Está claro que dependiendo de los valores que elijamos podemos crear un mundo, y hay muchas formas en que podemos lograrlo: políticamente podemos, por ejemplo, proponer la baja de paternidad. Como sociedad, si aceptamos el valor de que los padres, además de las madres, pasen tiempo con sus hijos, cambiaría la naturaleza del mundo en que vivimos. Cada vez que hacemos una elección y creamos valores, sobre todo en la esfera política, estamos contribuyendo a darle forma a nuestro mundo humano, estamos dando forma a la convivencia. Con estas elecciones cambiamos la naturaleza de la realidad en la que vivimos, cambiamos el mundo en la medida en que cambiamos nuestros valores.

Queda claro que tenemos que aceptar que sí creamos valores. Pero no los creamos a partir de la nada, los creamos con referencia a hechos empíricos, cosas que conocemos del mundo. Al final, las elecciones que hacemos y los valores que creamos cambian el mundo que nos rodea.

II El valor de la creación

Considero que hay cuatro valores que podemos atribuirle a la creatividad.

Valor económico de la creación

Puede parecer el menos problemático. Que la creatividad tiene un valor económico no nos suscita demasiados interrogantes, porque es el mercado el que se encarga de este valor. Si un cuadro tiene un valor económico significa que alguien está dispuesto a comprarlo, y su valor depende de lo que alguien esté dispuesto a pagar por él. Sin embargo, sería muy ingenuo pensar que los mercados se autorregulan a la perfección. De hecho, no hay ninguna economía en el mundo en que las estructuras de la sociedad política y sus decisiones no afecten el valor que se les atribuye a las cosas. Los incentivos, las subvenciones, los impuestos y los reglamentos cambian el valor de las cosas.

Valor social de la creación

Hace poco tiempo se dieron cuenta en Singapur de que aunque tenían una economía sólida carecían de un alma cultural. Esto suponía problemas prácticos no solo a la hora de fomentar el turismo y hacerlo atractivo como destino, sino también lo hacía un lugar menos interesante para vivir. El gobierno de Singapur tomó una decisión deliberada al intentar mejorar la vida cultural de la ciudad, y no únicamente porque se sentaran con los contables para darse cuenta de que esto era necesario para el crecimiento económico futuro.

Valor personal de la creación

El movimiento romántico se centraba en la idea de que el arte tiene que ver por encima de todo con la expresión del artista. En cierto sentido se consideraba que el público era algo secundario.

Hoy podríamos pensar que este valor no nos debe preocupar, que no es algo que ni las organizaciones civiles ni los gobiernos deban tener en cuenta. Sin embargo, sería un error, pues realizar una tarea creativa puede ser una de las cosas más gratificantes del ser humano. Como sociedad debería importarnos que esto sea posible para la mayor cantidad de personas. ¿Qué otra cosa debería interesar más a la sociedad que maximizar el bienestar de sus propios ciudadanos a nivel individual?

Si reconocemos que hay un valor personal profundo en la vida creativa, entonces podemos pensar formas para lograr que esa vida sea posible e idear incentivos para conseguirla.

Valor estético de la creación

Hay ciertas formas de creatividad que no mejoran la economía, que no mejoran nuestra vida social y que tampoco hacen que la vida del individuo creativo sea más gratificante. Estoy pensando, por ejemplo, en un artista torturado que tiene mucho talento pero que no le satisface crear. En esta situación en la que no hay un valor personal, ni económico, ni social, ¿tiene algún valor crear? Yo creo que sí, y lo llamo valor estético.

III Crear valores de la creación

Las decisiones que tomamos referentes a qué aspectos del valor de la creación queremos enfatizar y cultivar son las que cambiarán las formas de ver y relacionarse con el arte. Este es un aspecto especialmente importante por el momento en que vivimos. Hoy –ya que las cosas están cambiando de manera acelerada, en parte porque la tecnología está cambiando vertiginosamente– hay tres desafíos que tienen que ver con el valor de la creación. Uno de estos desafíos está relacionado con la propiedad. Tenemos un movimiento de códigos abiertos (open source) en el software, tenemos cosas como Creative Commons, en donde la gente puede reproducir una obra creativa sin pagar una licencia, y tenemos Wikipedia, también de acceso gratuito. Nos encontramos con un movimiento que está cambiando la naturaleza de la propiedad del trabajo creativo, porque idealmente, de acuerdo a esta tendencia, este debería ser gratuito.

La segunda de las problemáticas es la manera en que la distribución digital está afectando el valor económico de la obra creativa, que a menudo se refleja en recortes de beneficios a los creadores. Esto sucede, por ejemplo, en el mundo editorial: Amazon tiene un domino del mercado tan abrumador que puede obtener descuentos leoninos de las editoriales y como resultado cada vez menos porcentaje del costo del libro va al autor.

Y de manera más seria, el tercer tema peliagudo son las leyes internacionales de patentes y derechos de propiedad en las farmacéuticas. Es una problemática que tiene que ver con la justicia. ¿Protegemos los derechos intelectuales sobre las medicinas? Habrá que pensarlo, pues al hacerlo estaríamos limitando el acceso general a ellas.

IV Desafíos y sugerencias

En primer lugar, me parece claro que tenemos que evitar la idea de que la solución final es el acceso gratuito para todos. Siempre hay una tentación de celebrar la anarquía de los nuevos medios. Sin embargo, el valor de la experiencia y la excelencia es algo a tener en cuenta. La idea de la gratuidad y el libre acceso del trabajo creativo falla en puntos esenciales, en primer lugar, porque se trata de una falacia democrática. No todas las formas de creación son igualmente buenas. La idea de que todo sea gratis suena muy bien, pero entonces cómo medir la excelencia y cómo valorar y cultivar la creatividad. Necesitamos expertos, personas que realmente entiendan y dominen áreas de conocimiento.

Por otro lado, también tenemos que considerar el valor potencial de las entidades individuales. Es un cambio importante. Las entidades singulares –como Microsoft, Apple, Amazon y Google– tienen más poder que nunca debido a la interconectividad. Cuando hablábamos antes de controles normativos sobre la propiedad intelectual no pensábamos en un mundo en que fuera posible que un solo jugador tuviera un dominio tan grande. Esto es algo que habría que equilibrar. Decía que hay que evitar la idea de gratuidad absoluta y libre acceso, en donde toda la información esté disponible y posiblemente sea devaluada, pero al mismo tiempo tenemos que pensar en que si permitimos que estas entidades controlen la propiedad intelectual demasiado podría conducir a la creación de monopolios, que tampoco son óptimos. Desde los orígenes de la economía moderna con Adam Smith se ha reconocido que tenemos que tener cuidado con los monopolios y los cárteles, y que hay que legislar para evitarlos. La naturaleza cambiante de la tecnología supone que los modos en que los monopolios surgen han cambiado, y nosotros tenemos que cambiar en consecuencia. ~

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es filósofo. Colabora frecuentemente en The Guardian, The Independent, The Observer y Prospect, y publica semanalmente una columna en The Herald.


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