Pero el propĆ³sito principal del viaje no es este. Si Estelrich ha pedido encarecidamente a Sainz RodrĆguez que se ponga en contacto con Ć©l no es para solicitarle ayuda en lo polĆtico; o, cuando menos, no de modo prioritario. Lo que va a proponerle es algo que CambĆ³ le ha pedido que organice. “Una reuniĆ³n de intelectuales de aquĆ y de allĆ””, en palabras del propio activista catalanista. Donde “aquĆ”, este 22 de febrero de 1930, es Barcelona, y “allĆ””, por descontado, Madrid. De esa reuniĆ³n ya ha hablado con los catalanes y, en general, parece que la idea ha sido bien acogida. Eso sĆ, sin gran entusiasmo. Le queda ahora la otra parte, y es lo que se dispone a hacer en Madrid. Por de pronto, ya le estĆ” indicando a CambĆ³ que convendrĆa resucitar la vieja embajada en la capital. Claro que Ć©l no utiliza el tĆ©rmino embajada. Eso es de nuestros tiempos y va ligado, ademĆ”s, a los presupuestos pĆŗblicos, lo que no era entonces el caso –CambĆ³ siempre tuvo a bien pagar lo suyo con su dinero, precisamente para que nunca dejara de ser suyo–. Estelrich habla de “oficina de expansiĆ³n”. De “mi oficina de expansiĆ³n”, la que ha tenido en Madrid y se encuentra en estos momentos en estado de hibernaciĆ³n. Esa oficina –a imagen de las creadas por el propio Estelrich en la primera mitad de la dĆ©cada de los veinte en los principales paĆses europeos, y que de oficina no tenĆan mĆ”s que el nombre, pues consistĆan por lo general en la financiaciĆ³n de iniciativas culturales, como por ejemplo ensayos sobre literatura catalana o traducciones y crĆticas de obras escritas originariamente en catalĆ”n– servirĆ” para labores de “propaganda exterior y de cooperaciĆ³n intelectual”. Y, por supuesto, servirĆ” para la relaciĆ³n con los intelectuales de allĆ”, ahora que el proyecto de reuniĆ³n entre catalanes y castellanos empieza a tomar cuerpo.
Que Sainz RodrĆguez va a ser receptivo al proyecto estĆ” fuera de toda duda. Sainz RodrĆguez es amigo de CataluƱa. Un gran amigo. No es el Ćŗnico, aunque sĆ uno de los mĆ”s significados. En 1964, poco antes de dejar este mundo, AgustĆ Calvet, Gaziel, confesarĆ” por escrito: “Yo puedo afirmar que he dialogado con cuatro castellanos agudĆsimos, que todo entendĆan, incluso lo que mĆ”s podĆa contrariar su instinto racial, al yo hablarles, sin tapujos, de nuestra CataluƱa. Y esos cuatro hombres ilustres, que nunca olvidarĆ©, viene ahora a cuento nombrarlos por orden cronolĆ³gico. Fueron: Eduardo GĆ³mez de Baquero, Ćngel Ossorio y Gallardo, Gregorio MaraĆ±Ć³n y Pedro Sainz RodrĆguez.” Pues bien, a comienzos de 1930 el Ćŗltimo de esos “castellanos abiertos ampliamente a la comprensiĆ³n de todo lo que en la PenĆnsula IbĆ©rica no es ni podrĆ” ser nunca Castilla” ha dado ya sobradas muestras de esa amistad con CataluƱa. Y una de esas muestras, especialmente recordada por sus amigos catalanes, es un manifiesto. Hablar de este manifiesto es hablar del Ateneo de Madrid. Cuando el documento se hizo pĆŗblico, Sainz llevaba ya algunos aƱos como ateneĆsta –segĆŗn el listado de socios, se habĆa inscrito el 10 de mayo de 1917, siendo todavĆa estudiante–. Y todo indica que habĆa aprovechado el tiempo. […]
Con solo veintisiete aƱos, Sainz habĆa hecho ya realidad el sueƱo que le acompaƱaba desde mozo; esto es, vivir entre libros, lo mismo en casa que en sus actividades profesionales. Y, claro, semejante amor a los libros le habĆa llevado muy naturalmente a sentir respeto y hasta devociĆ³n por las lenguas en que estos estaban escritos. Fruto de ello habĆa sido su iniciativa de proponer a los escritores que frecuentaban la biblioteca del Ateneo la elaboraciĆ³n de un documento dirigido al general Primo de Rivera en protesta por la ristra de decretos prohibiendo el aprendizaje y el uso pĆŗblico de la lengua catalana con que el Directorio Militar, al poco de constituirse, habĆa martilleado la incipiente autonomĆa y que tanto rechazo habĆan provocado ya entre los habitantes de CataluƱa. Tal documento, difundido en marzo de 1924, habĆa aparecido, por sugerencia de JosĆ© Ortega y Gasset, con la firma de Sainz RodrĆguez en primer tĆ©rmino, en atenciĆ³n a su condiciĆ³n de redactor del texto y ante la imposibilidad de ir incluyendo en Ć©l todos y cada uno de los matices que los demĆ”s abajo firmantes hubieran deseado introducir. De ahĆ que el nombre de Pedro Sainz RodrĆguez haya quedado en el imaginario catalĆ”n como una suerte de primus inter pares. ¡Y menudos pares! En aquella lista no faltaba nadie.
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De un modo u otro, pues,La Gaceta Literaria habĆa sido, entre otras muchas cosas pero principalĆsimamente, CataluƱa –o, en puridad, Catalunya–. Y lo habĆa sido de forma constante, desde el nĆŗmero 1 hasta el 76, aparecido el pasado 15 de febrero de 1930, que Estelrich habrĆ” leĆdo ya, sin duda, cuando les escribe a Sainz RodrĆguez y a CambĆ³, y en el que se anunciaba la inminente convocatoria de un premio CambĆ³ y se publicaban, bajo el epĆgrafe “Gaceta Catalana” –un epĆgrafe que no era sino la concreciĆ³n de aquel viejo acuerdo alcanzado por GecĆ© y Estelrich a comienzos de 1927 y de cuyos contenidos eran responsables ahora TomĆ s GarcĆ©s y Juan ChabĆ”s–, un artĆculo en occitano de J. P. RĆ©gis sobre el centenario de Mistral y unos apuntes en catalĆ”n de G. DĆaz-Plaja aparecidos un par de meses antes como parte componente del primer y Ćŗnico ejemplar de los muy vanguardistas e iconoclastas Fulls grocs. Pero, mĆ”s allĆ” de esa benemĆ©rita continuidad, estaba lo excepcional, lo extraordinario. Como el nĆŗmero que la revista habĆa sacado el 1 de diciembre de 1927, consagrado de punta a cabo –salvo la contracubierta– a la ExposiciĆ³n del Libro CatalĆ”n en Madrid. Y, por supuesto, la exposiciĆ³n misma. Una cota, la mĆ”xima cota hasta la fecha, en esta historia de amor entre Ernesto GimĆ©nez Caballero y la dulce CataluƱa.
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Sin patrĆ³n, pero con timonel. Porque la nave sigue su curso. Mientras todo Madrid y buena parte de la EspaƱa polĆtica andan pendientes de la conferencia que el expresidente del Consejo de Ministros, monĆ”rquico exiliado y exgolpista fallido JosĆ© SĆ”nchez Guerra va a pronunciar, por fin, maƱana por la tarde en el Teatro de la Zarzuela –y en la que afirmarĆ”, en loor de multitudes, que, aun cuando Ć©l no es republicano, reconoce “el derecho que EspaƱa tiene, si quiere serlo, a serlo”–, Estelrich ha aterrizado en el Palace, donde confĆa en recibir, de un momento a otro –si no la ha recibido ya–, la llamada, la nota o la presencia misma de Pedro Sainz RodrĆguez en repuesta a su carta del pasado 22 de febrero. Pero este miĆ©rcoles 26, o maƱana, como muy tarde, no va a entrevistarse Ćŗnicamente con Sainz RodrĆguez. Dejando a un lado la posibilidad de que lo haga tambiĆ©n con GimĆ©nez Caballero, para entregarle las pruebas revisadas del volumen sobre el libro catalĆ”n que La Gaceta Literaria va a publicar en sus Cuadernos, a quien verĆ” seguro es a Manent. O sea, a Josep Maria Ruiz Manent. Algo mayor que Estelrich, ese menorquĆn de Ciudadela lleva aƱos residiendo en Madrid, donde trabaja como redactor deEl Sol. No obstante, y como ocurre con tantos periodistas, su vocaciĆ³n estĆ” en otra parte. En su caso, estĆ” en la polĆtica. […]
Para entendernos, el hombre de Estelrich en Madrid se llama Josep Maria –o JosĆ© MarĆa– Ruiz Manent. Ahora que ya no existe “oficina de expansiĆ³n”, quien en verdad la encarna es Ć©l. Con la ventaja aƱadida de que Manent, ademĆ”s, es periodista. Y periodista deEl Sol, o sea, del periĆ³dico de referencia, del que uno no puede dejar de leer si quiere cuando menos intuir hacia dĆ³nde se encamina EspaƱa; del periĆ³dico de Urgoiti y Ortega, en una palabra. Y con Urgoiti precisamente debe hablar Estelrich. Y, si no hablar, sĆ pasarle, cuando menos, un esbozo de documento relativo a la gran cita de marzo. Saber quĆ© opina del proyecto, si le parece bien o mal, si aƱadirĆa o quitarĆa algo a la propuesta, resulta indispensable antes de buscar mĆ”s apoyos. No vaya a ser que.
AsĆ pues, Estelrich ha hecho llegar a NicolĆ”s MarĆa de Urgoiti el texto que hace al caso. Y el sĆ”bado siguiente, esto es, el 1 de marzo, el propietario deEl Sol yLa Voz le contestarĆ” en estos tĆ©rminos:
Sr. D. Juan Estelrich
Disting. ami.: Encuentro impecable el propuesto documento, y le doy desde ahora mi decidida adhesiĆ³n a su texto, basado en la comprensiĆ³n y cordialidad y en una aspiraciĆ³n comĆŗn de catalanes y castellanos “hacia la libre respiraciĆ³n del pensamiento y la supremacĆa de lo espiritual”.
Precisamente mi amor a EspaƱa y la seguridad de su esplĆ©ndido porvenir se basa en la riqueza espiritual que representa la multiplicidad de idiomas y culturas hijas de su historia, y esta de su situaciĆ³n y configuraciĆ³n geogrĆ”ficas.
Deseo a su patriĆ³tico(1) intento el Ć©xito que merece su buena intenciĆ³n y patente utilidad, y queda suyo bien amigo
(1) LƔstima de vocablo.
…
Del documento se infieren algunas certidumbres. Para empezar, la relativa a la fecha. Ya no serĆ” el 16 –o sea, antes del 20, como Estelrich le anunciara a MaraĆ±Ć³n–, sino el domingo siguiente. Lo cual parece inevitable a estas alturas, esto es, a tres dĆas vista de la primera opciĆ³n barajada. Con todo, tambiĆ©n podĆa haberse fijado para el Ćŗltimo domingo de marzo, el 30, y no ha sido el caso. De ahĆ que la decisiĆ³n final sobre el calendario deba vincularse, sin duda, a la agenda de Francesc CambĆ³. Y, ante todo, al hecho de que, desde ayer, el patrĆ³n vuelve a estar en casa. El viaje a Londres, del que todavĆa desconoce el desenlace –el resultado de las pruebas no estarĆ” hasta dentro de unos dĆas–, ha sido accidentado, informativamente accidentado. El pasado lunes, ya de regreso, el exministro, que habĆa abandonado EspaƱa del modo mĆ”s discreto posible para no verse obligado a dar explicaciones, fue cazado por el corresponsal deEl Debate en el Hotel Crillon de ParĆs, donde se disponĆa a descansar despuĆ©s de haber llegado a la capital francesa en el expreso procedente de Bruselas. (Esos deEl Debate, decididamente, estĆ”n a la que salta; hasta el propio Pulitzer se sentirĆa orgulloso de ellos.) Y aunque el periodista le preguntĆ³, entre otras cosas, si su escapada a Londres obedecĆa “al propĆ³sito de consultar a mĆ©dicos”, CambĆ³ lo negĆ³ todo. Y, ahora que por fin estĆ” de vuelta, Estelrich habrĆ” despachado con Ć©l, seguro, y habrĆ”n convenido la fecha de aquello que el acta de la reuniĆ³n denomina ya, en el titular mismo y con letras capitulares, “homenaje a los intelectuales espaƱoles”. SerĆ” el 23, domingo, festividad de San JosĆ© Oriol. Doctor en teologĆa y barcelonĆ©s, por mĆ”s seƱas.
El documento ofrece, por otro lado, un primer esbozo de programa. El banquete –en estos tiempos, todo homenaje acaba concretĆ”ndose siempre en un banquete– va a ser el Ćŗnico acto proyectado. La excursiĆ³n del lunes, por mĆ”s que se plantee tambiĆ©n como algo organizado, no va a afectar sino a los que permanezcan ese dĆa en Barcelona y quieran darse el gusto de tomar el aire en una de las dos sierras mencionadas como posibles. EstĆ” claro, pues, que lo que se persigue es la escenificaciĆ³n de un gran acontecimiento, al que nada debe hacer sombra. Una cena en el hotel mĆ”s prestigioso de la ciudad, en el que dispone de los salones mĆ”s elegantes, con sus telas y sus dorados, y allĆ donde pueda congregarse, en fin, si no el mayor, sĆ uno de los mayores contingentes de personas. Porque de eso se trata, al cabo: de lograr que esa noche se reĆŗnan, compartiendo manteles, cuantas mĆ”s personas mejor. […]
La elecciĆ³n del Ritz como escenario tiene tambiĆ©n su trasfondo. CambĆ³, por supuesto. Qui paga, mana, y, puestos a escoger hotel y dada la vinculaciĆ³n del polĆtico y financiero con el establecimiento dirigido por Jacint Montllor, solo faltarĆa que se llevara ahora la palma alguno de la competencia, como el Majestic Inglaterra o el ColĆ³n. No, a los demĆ”s ya habrĆ” que pedirles que colaboren en el alojamiento de los visitantes, pero para eso todavĆa es pronto. Y, por cierto, lo de pagar, en el caso de CambĆ³, y como se desprende asimismo del documento, tiene sus lĆmites. AquĆ no hay mĆ”s invitados que los homenajeados. Los catalanes que quieran asistir al banquete deberĆ”n abonar esas treinta pesetas que cuesta el tique. Lo que no es poco, dicho sea de paso. TĆ©ngase en cuenta que una estancia de un dĆa en el Ritz a pensiĆ³n completa sale por 65 pesetas, esto es, apenas algo mĆ”s del doble. AsĆ se lo indicarĆ” Estelrich a su querido Monsieur le Comte de Keyserling en una carta fechada el 29 de este mismo mes de marzo y que trata de los pormenores del viaje que el filĆ³sofo espiritualista germanobĆ”ltico debe realizar prĆ³ximamente a Barcelona para dictar unas conferencias. Keyserling, que anda preocupado por la pĆ©rdida de valor sufrida por la moneda espaƱola desde que en noviembre pasado convino con CambĆ³ sus honorarios –4.500 pesetas por tres conferencias–, le ha preguntado a Estelrich si no habrĆa forma de que le den la consideraciĆ³n de honorary guest allĆ donde vaya a hospedarse, que es lo que suele ocurrirle cuando se aloja en alguno de los grandes hoteles del mundo, o de que le hagan, por lo menos, una rebaja sustancial en el precio. Pero su interlocutor le responderĆ” que no, que resulta imposible obtener del Ritz un logement honoraire como el que pretende y que, puestos a compensarle por la depreciaciĆ³n, prefiere facilitarle cien pesetas extras diarias para gastos de hotel. Lo que no le dirĆ” es que ese trato de favor lo ha obtenido este mismo mes para los intelectuales castellanos que han pasado allĆ una, dos o incluso tres noches, y que es precisamente esa circunstancia la que le impide ahora solicitarlo de nuevo al mismo establecimiento.
…
Lunes, 17 de marzo de 1930
Pero enseguida vendrĆ”n mĆ”s tardes y serĆ”n tambiĆ©n inolvidables. Si bien se mira, la cosa no ha hecho mĆ”s que empezar. Incluso la muerte del dictador, siendo como es una segunda muerte puesto que su vida polĆtica estaba ya definitivamente saldada, no tiene por quĆ© ocasionar ningĆŗn quebranto. Los asuntos pĆŗblicos, en EspaƱa, siguen su curso. O sea, el del lento pero constante desguace de la dictadura. Y, en este sentido, el acto del prĆ³ximo domingo puede convertirse sin duda en un hito. Todo dependerĆ”, al cabo, de los asistentes. Las invitaciones salieron entre el jueves y el viernes, por lo que hoy lunes, como muy tarde, habrĆ”n llegado ya a su destino, lo que deberĆa haber aliviado en alguna medida a GimĆ©nez Caballero. Gabriel MirĆ³, a quien Estelrich ha invitado como le pedĆa el propio GecĆ©, ha recibido, por ejemplo, la suya. Y la ha contestado al punto:
Mi distinguido amigo: hoy me llega la carta invitĆ”ndome a ir y comer a la mesa de ustedes. Este serĆa el Ćŗnico banquete al que yo hubiera asistido en mi vida desde aquel otro familiar, pero de duelo, cuando fui con amigos fraternales de CataluƱa a Castelltersol para velar y recoger el cuerpo del reverenciado Prat de la Riba. Y no puedo estar entre ustedes el dĆa 23. Casi es mejor porque asĆ me parece que no soy forastero agasajado sino que por pertenecer a la familia catalana me quedo en la intimidad de la llar y desde dentro participo de la fiesta de la casa.
Una pena. La ausencia de MirĆ³ –que morirĆ” en Madrid dentro de un par de meses tras complicĆ”rsele una apendicitis– privarĆ” al acto de un primer espada de las letras espaƱolas. Y debilitarĆ”, por otra parte, ese flanco levantino por el que Estelrich siente tanto apego, y no solo en lo cultural, y que estĆ” compuesto, a estas alturas, por el tambiĆ©n alicantino ChabĆ”s y por el valenciano Villalonga. Pero hay mĆ”s. MirĆ³ no es Ćŗnicamente un catalĆ”n de Alicante, como suele llamar el catalanismo a sus congĆ©neres de las tierras catalanohablantes; es tambiĆ©n, hasta cierto punto, un catalĆ”n de CataluƱa, donde residiĆ³ durante un lustro, empleado en la Mancomunitat de Prat de la Riba, en la editorial Vecchi y Ramos y en el Ayuntamiento de Barcelona, y donde puede que todavĆa se recuerden sus colaboraciones en Diario de Barcelona,La Vanguardia y La Publicidad, fermento de muchos de sus libros ulteriores. De ahĆ que su negativa no sea una negativa mĆ”s.
Como quizĆ” tampoco lo sea –si bien, en su caso, resulta mĆ”s previsible– la de Salvador de Madariaga, que hoy tambiĆ©n le escribe a Estelrich desde Oxford para decirle, un poco a la manera de MirĆ³, que le “tenga por presente en espĆritu”, pues sus “obligaciones profesionales” impiden su “presencia material” en Barcelona el prĆ³ximo 23 de marzo. Y para decirle algo mĆ”s, que merece ser reportado y ocupar en el presente relato un lugar relevante:
Soy un convencido de antaƱo a la causa de CataluƱa libre. SĆ, de CataluƱa libre. Perdamos miedo a las palabras. Yo no he olvidado el tiempo aquĆ©l en que los beocios llamaban dialecto al catalĆ”n y creo igualmente pueril negar que CataluƱa es naciĆ³n. En esta gran naciĆ³n en que vivo, un football match entre Escocia e Inglaterra o entre Inglaterra y Gales se llama “internacional” y como nadie se asusta no pasa nada. Y en la Ćŗltima Asamblea de la Sociedad de las Naciones oĆ con profunda envidia a Ramsay Macdonald, primer ministro del Gran Imperio, decir desde la tribuna: “Yo, ciudadano de una pequeƱa naciĆ³n…” Oyendo al escocĆ©s Macdonald, pensĆ© en el catalĆ”n CambĆ³. Cuando podrĆ” decir, primer ministro de EspaƱa, “Yo, ciudadano de una pequeƱa naciĆ³n…” Hagamos que sea pronto.
…
Domingo, 23 de marzo de 1930
Barcelona da, por ejemplo, para un apeadero como el de Paseo de Gracia, tan controvertido por el edificio con que el arquitecto Soteras lo coronĆ³ en 1902. Esta maƱana, alrededor de las diez, va a convertirse, seguro, en el centro neurĆ”lgico de la ciudad. Pero no porque vaya a apreciarse allĆ dolor alguno, sino por lo contrario, justamente. O eso cree y desea casi todo el mundo. El apeadero estĆ” en la calle AragĆ³n, entre el Paseo de Gracia y la calle Pau Claris. Tiene una parte cubierta y una sin cubrir. La que estĆ” al aire libre permite ver pasar el tren desde la vĆa pĆŗblica. Y, con algo de suerte y de vista, tambiĆ©n los viajeros que esperan en el andĆ©n para subirse al convoy, o los que descienden de este porque han llegado al tĆ©rmino de su trayecto. Antes la zanja no tenĆa siquiera ese trozo tapado, lo que permitĆa una visiĆ³n mĆ”s amplia desde la superficie. Bien es cierto que, a cambio, los ocupantes de ambos andenes sufrĆan lo suyo a poco que el tiempo fuera desapacible. Las marquesinas a duras penas les protegĆan del agua y el viento. Ahora tampoco es que estĆ©n del todo a salvo de las inclemencias, pero, con el soterramiento de la estaciĆ³n, las cosas han mejorado, quĆ© duda cabe.
Lo que no ha mejorado son los andenes. Claro que tampoco puede pedirse a la MZA que los amplĆe en previsiĆ³n de dĆas como hoy. Lo de hoy no es habitual. Es mĆ”s bien insĆ³lito. Y las compaƱĆas ferroviarias deben administrar el espacio urbano que les ha sido adjudicado a tenor de los flujos ordinarios. Total, que el andĆ©n es el que es y mide lo que mide. No es culpa suya que hoy, a partir de las nueve, haya empezado a llenarse y ahora, a punto de sonar las diez, no quepa ya un alfiler. Porque lo de esta maƱana, ademĆ”s, puede considerarse un programa doble. Como en el cine. O, mejor, como en los conciertos. Y es que ese primer tren cuya llegada estĆ” anunciada a las 9:16 o a las 9:24, segĆŗn quĆ© horario tomemos como referencia, actĆŗa un poco de telonero del segundo, previsto para las 10:04. Sin desmerecer en absoluto a los integrantes del primero, no hay duda de que es en el segundo donde viajan las personalidades mĆ”s conocidas y reputadas de la intelectualidad castellana. […]
El primero en ser detectado y debidamente aclamado por la concurrencia es Ćngel Ossorio y Gallardo. “¡Viva la libertad! –le gritan– ¡viva la justicia!”, “¡viva el Alma de la Toga!” –en lo que igual puede interpretarse como la reivindicaciĆ³n del muy leĆdo ensayo de Ossorio que como una forma de motejar al personaje, lo que no dejarĆa de constituir, por cierto, el vivĆsimo triunfo de la obra literaria sobre el autor–. Y el celebĆ©rrimo abogado saluda conmovido e incluso se detiene entre vĆtores, a requerimiento de la prensa grĆ”fica, para posar frente a la estaciĆ³n. Pero, claro, aunque con el gentĆo no lo parezca, detrĆ”s de todo esto hay una organizaciĆ³n. Lo que significa que hay un programa y unos horarios que deben cumplirse. Por eso a cada invitado le ha sido asignado un miembro de la ComisiĆ³n receptora cuya principal misiĆ³n, en estos momentos, es procurar que el huĆ©sped llegue cuanto antes al hotel donde se aloja. El Ć”ngel de la guarda de Ossorio es Joaquim Maria de Nadal, el secretario polĆtico de CambĆ³. Y Nadal se ha venido con el coche para llevarlo mĆ”s cĆ³modamente hasta el hotel. Pero, tal y como estĆ” ahora la calle, tratar de alcanzar el coche se antoja una empresa difĆcil, si no imposible, por lo que el eficiente secretario para un taxi y se sube a Ć©l con el invitado. En realidad, el trayecto es mĆnimo. Van al Ritz, por lo que, bajando por Pau Claris, se hallan a un par de calles de Ensanche en direcciĆ³n al mar y luego una a la izquierda. Nada, un suspiro, y sobre todo en coche. AĆŗn asĆ, hay que pagar la carrera, por supuesto. Y cuando Nadal se apresta a hacerlo, se encuentra con que el taxista, que sabe a quien transporta en el vehĆculo y con quĆ© fin, se niega a cobrar. “No seƱor, no puedo –aduce–. Quiero asociarme de esta manera al homenaje.” Y sin esperar respuesta, arranca y se aleja del hotel.
Y, si Ossorio ha sido recibido como un hĆ©roe, MaraĆ±Ć³n, que tambiĆ©n se hospeda en el Ritz, no le ha andado a la zaga. Nada mĆ”s aparecer en la superficie en medio de vivas a EspaƱa, a CataluƱa, a Castilla y a la Inteligencia, y al ir a tomar un auto para dirigirse al hotel, la gente ha empezado a gritar: “¡A pie, a pie, a pie!” Y el doctor, solĆcito y emocionado, ha desistido del auto y, tras confesarle a un periodista: “Esta es la verdadera EspaƱa”, se ha encaminado hacia el Ritz a pie. Puede decirse, sin faltar para nada a la verdad, que casi lo llevan en volandas. Y entonces ha aparecido por allĆ un grupo de esos que se ve a la legua que estĆ” organizado, y no precisamente por los impulsores del homenaje, coreando proclamas del tipo “¡Vivan los representantes de la democracia espaƱola!”, “¡Viva la ciencia espaƱola!”, y por el estilo. En fin, nada especialmente delictivo, en todo caso.
…
AsĆ pues, las primeras palabras de Sainz una vez restituido el silencio son para rememorar lo que todos esperan que rememore. O sea, aquel manifiesto redactado seis aƱos atrĆ”s de su puƱo y letra. Pero no para echarse flores como redactor de la pieza, sino para reconocer que la iniciativa no fue suya. Fue de dos ateneĆstas de entonces: un asistente al acto de hoy, Ćngel Ossorio –al que el pĆŗblico aplaude, puesto de nuevo en pie, y obliga a saludar–, y un tristemente ausente, Eduardo GĆ³mez de Baquero –cuyo nombre es recibido en la sala con otro aplauso prolongado–. Hechas las aclaraciones, vienen las precisiones. El manifiesto aquel no decĆa todo cuanto tenĆa que decir; solo todo cuanto podĆa decirse. Y, entre lo que faltaba, estaba el convencimiento de que el llamado “problema catalĆ”n” –no Ćŗnicamente lingĆ¼Ćstico; tambiĆ©n polĆtico y social– se reduce, en el fondo, a un problema de comprensiĆ³n entre las partes. Nada mĆ”s y nada menos. Y a propĆ³sito: la traducciĆ³n al castellano de cuatro de los autores catalanes mĆ”s interesantes, que Ć©l mismo anunciĆ³ hace un par de meses en la cena de la ciap, es un primer paso en esta lĆnea de dar a conocer la cultura catalana al mundo hispanohablante. (Esta referencia de Sainz a la polĆtica editorial de la CIAP, bastante lĆ³gica si se tiene en cuenta el contexto –casi todos los asistentes de entonces estĆ”n hoy presentes–, merecerĆ” a finales del prĆ³ximo aƱo el recuerdo de AzaƱa en sus Diarios; un recuerdo agrio y malicioso, por cuanto el ya presidente del Gobierno de la RepĆŗblica, ademĆ”s de tildar a Sainz de “aventurero (…) a quien sus Ćnfulas de catedrĆ”tico le han servido para merodear”, no mencionarĆ” otra cosa del discurso que esa supuesta falta de decoro de su autor.) Pero no todo va a resolverlo la cultura. El Estado espaƱol se estĆ” descomponiendo –el Estado, no la NaciĆ³n– y hace falta rehacerlo. En este sentido, “CataluƱa debe servirnos de ejemplo para la reconstrucciĆ³n de una EspaƱa grande.” Nuevos aplausos, cada vez mĆ”s vibrantes y entregados. Y, ya en la recta final, dos mensajes, dos propuestas:
Quiero terminar deseando –y a mis compaƱeros… compaƱeros de viaje, al menos… ha de parecerles bien– que la eficacia inmediata de este acto fuese la de pedir al Gobierno la derogaciĆ³n de todas las disposiciones de la dictadura atentatorias contra los mĆ”s legĆtimos sentimientos de CataluƱa.
Creo que para el Estado futuro de la EspaƱa grande existen dos bases esenciales. La primera es el “no asimilismo”. Venimos a estudiar a CataluƱa, no a asimilarla. A este “no asimilismo” contestarĆ” CataluƱa con el “no separatismo”, esencial para el Estado espaƱol del porvenir.
Sobra aƱadir que a sus “compaƱeros… compaƱeros de viaje, al menos…” les parecen bien ambas propuestas. Y tambiĆ©n al resto de los presentes, que premian la intervenciĆ³n de Sainz con atronadores aplausos. (El propio orador se ufanarĆ” en sus memorias de “que el discurso mĆ”s aplaudido” de la noche, “con enorme diferencia”, ha sido el suyo.) Lo que no significa que no haya por aquĆ, no nos engaƱemos, algĆŗn que otro escĆ©ptico, y hasta algĆŗn separatista declarado. Pero, como dice uno de esos desconfiados tras el discurso: “Ya estoy de acuerdo, ya. Pero ¿sabe?, de momento me reservo.”
…
Lunes, 24 de marzo de 1930
A unos veinte minutos a pie del Apeadero del Paseo de Gracia, en el restaurante Patria, situado en la confluencia de las calles SepĆŗlveda y Muntaner, donde antes se hallaba la legendaria cervecerĆa Moritz, ya deben de estar llegando los primeros convocados. La cena ha sido organizada esta misma tarde, de forma improvisada, por Rafael Campalans. O sea, por uno de los mĆ”ximos dirigentes, junto a Serra Moret y Xirau, de la UniĆ³ Socialista de Catalunya. ¿El motivo? Aprovechar la ocasiĆ³n, ciertamente insĆ³lita, de poder reunir en torno a una mesa a los intelectuales y polĆticos de mĆ”s renombre de la izquierda socialista y republicana espaƱola. Mejor dicho, de la castellana por un lado y de la catalana por otro. Entre otras razones, para que se conozcan entre sĆ, pues muchos de ellos solo saben de los demĆ”s a travĆ©s de la prensa. […] Pero, aparte de este motivo, existe otro, claro estĆ”, mucho mĆ”s importante. En los actos del homenaje ha primado siempre lo que podrĆamos denominar la transversalidad. Esto es, una especie detotum revolutum en el que han convivido, en apariencia sin roce alguno, derechas e izquierdas, monĆ”rquicos y republicanos, unionistas y federales, clericales y anticlericales, viejos y jĆ³venes. El paraĆso, en una palabra. Por no faltar, ni siquiera han faltado a la fiesta conspicuos servidores del antiguo rĆ©gimen. Suele ocurrir en las transiciones: quiĆ©n mĆ”s, quiĆ©n menos, todo el mundo trata de colocarse lo mejor posible para no quedar rezagado. Sin embargo, nadie ignora que esa pax es tan momentĆ”nea como ilusoria. La cuerda gubernamental mide lo que mide, ni un milĆmetro mĆ”s, y tampoco puede tensarse hasta el infinito. En este sentido, la cena de esta noche, en la medida en que congrega a socialistas y republicanos, puede tildarse, sin exagerar un Ć”pice, de rupturista. Por no decir revolucionaria. Es decir, los que van a sentarse y a intercambiar pareceres no tienen ya otro horizonte que un cambio de rĆ©gimen, esto es, la liquidaciĆ³n de la monarquĆa y la consiguiente llegada de la repĆŗblica.
[…] Pese a sus grandes dotes de orador, AzaƱa, el lĆder de AcciĆ³n Republicana, ha leĆdo su discurso. Lo que significa que lo ha escrito. La “neuralgia tremenda”, claro. “Y en este estado, previendo que por la noche no podrĆa hablar, redactĆ© ocho o diez cuartillas, para dĆ”rselas a leer a cualquiera de los asistentes. Se celebrĆ³ la comida y yo mismo leĆ las cuartillas”, apuntarĆ” a finales del aƱo prĆ³ximo. En fin, que por fortuna la neuralgia ha remitido y el propio autor ha podido leer su discurso y saborear en primera persona las mieles del triunfo. Porque triunfo ha habido. Las cuartillas “gustaron extraordinariamente”. Tanto, que LluhĆ se las ha arrebatado para publicarlas. […]
AzaƱa ha empezado hablando de CataluƱa. De la CataluƱa que conoce de primera mano, o sea, de Barcelona, donde, eso sĆ, no ha estado mĆ”s que en rĆ”pidas estancias, y de la CataluƱa que ha ido conociendo desde lejos a lo largo de los aƱos –y Ć©l, a estas alturas, ha cumplido ya cincuenta–. La palabra es admiraciĆ³n. De CataluƱa ha admirado siempre el civismo, el sentimiento de la cosa pĆŗblica, la cohesiĆ³n nacional, pilares –junto al amor a la tierra y al propĆ³sito de alcanzar la plenitud de la vida colectiva– del gran renacimiento catalĆ”n. Pero todo lo anterior lo puede advertir cualquiera que disponga de un mĆnimo de informaciĆ³n. Lo que no podrĆ” advertir, en cambio, es lo que AzaƱa ha descubierto estos dĆas en Barcelona. Porque esto se siente, se palpa, se vive. Es como una religiĆ³n. “La religiosidad del sentimiento nacionalista catalĆ”n”, lo llama. Le ha cautivado “la adorable ingenuidad de la multitud”, tan apegada a su tierra, a su lengua. En el fondo, AzaƱa ha descubierto “la verdadera alma catalana [y aquĆ se observa la marca de la escritura, esto es, las ventajas de una neuralgia a tiempo], suave y transparente como una perspectiva mediterrĆ”nea, recatada, propicia a la efusiĆ³n sentimental como el refugio de una cordillera”. Y este es el tema. Si antes comprendĆa el catalanismo, ahora, ademĆ”s, gracias a los catalanes, al pueblo catalĆ”n, lo siente.
[…] Pero, claro, la tarea que le aguarda hoy en dĆa a un ciudadano espaƱol, a un ciudadano liberal y renovador como Ć©l y como tantos otros, si quiere arreglar el desaguisado en que se encuentra el paĆs es cuando menos hercĆŗlea. No sabe por dĆ³nde empezar. Delante no tiene sino un desierto. Por eso lo vivido estos dĆas, esa demostraciĆ³n de “catalanidad activa”, le parece una bendiciĆ³n. Y es que “el catalanismo o, dicho de otra manera, el levantamiento espiritual de CataluƱa nos ofrece la ocasiĆ³n y el instrumento para realizar una labor grandiosa y nos sitĆŗa en terreno firme para iniciarla”.
He aquĆ, pues, la lecciĆ³n de esta hora. La lecciĆ³n y el programa, cuyas premisas conviene escuchar con atenciĆ³n.
…
Viernes, 28 de marzo de 1930
Aun asĆ, precisa Ortega, ese convencimiento no va mĆ”s allĆ” del plano intelectual. Creer que puede trasladarse al espaƱol medio por obra del papel que desempeƱan los hombres de ciencias y letras en la vida pĆŗblica es una quimera. Para el espaƱol medio, “el ejercicio intelectual viene a ser una especie de quinta rueda del carro, algo de que conviene discretamente prescindir”. Por lo tanto, a quĆ© engaƱarse:
Si los destinos de EspaƱa son tan poco florecientes y tan mucho desdichados no podrĆ” culparse de ello a los intelectuales. En EspaƱa se ha hecho caso de todo el mundo: del militar, del fraile, del aristĆ³crata, del obrero. Solo se ha negado la atenciĆ³n al hombre que estudia, piensa y manuscribe sus ideas. Hasta tal punto, que casi casi el Ćŗnico ensayo nuevo que cabe hacer a nuestro desventurado pueblo es probar a ver lo que pasa haciendo un poco de caso, nada mĆ”s que un poco, a los que han meditado sobre el pasado, el presente y el porvenir de EspaƱa.
Sobra indicar que ese desventurado pueblo harĆ” el ensayo dentro de poco mĆ”s de un aƱo. Y que el ensayo acabarĆ” mal –a sangre y fuego, incluso–. Lo que no cabe interpretar, claro estĆ”, como que toda la culpa de la tragedia la vayan a tener quienes se caracterizan por haber meditado sobre el pasado, el presente y el porvenir de EspaƱa. No; la cosa es mucho mĆ”s compleja. De lo que no hay duda, sin embargo, es de que, una vez gastada esta Ćŗltima la salva, a EspaƱa ya no le quedarĆ”n ensayos que hacer. ~
(Barcelona, 1956) es filĆ³logo y periodista. Especialista en el escritor Josep Pla. En 2009 se publicĆ³ su obra mĆ”s reciente, 'FilologĆa catalana. Memorias de un disidente' (Barataria).