Fernando Vallejo, el escritor colombiano, se despide de la literatura. Esta noticia (no por lo repetida más segura) es casi lo primero que me canta al oído cuando me recibe en su casa de México d.f. Hace más de un año que no nos vemos. Pero su puerta hospitalaria, abierta de par en par a los amigos, contradice su fama de diablo de las letras, de gran provocador y de autor irreverente. Vallejo es el anfitrión más tierno y entusiasta que conozco.
Tengo que reír y responderle a mi vez que yo también estoy pensando en dejar de escribir. El escritor insiste en su amenaza y para darle mayor credibilidad suelta la que para mí será la segunda gran noticia.
”El libro en el que estoy ahora, La Rambla paralela, sucede en Barcelona.”
¡Menuda coincidencia!, le digo tocada y sorprendida porque la novela que acabo de publicar (todavía mantenemos la sabia costumbre de intercambiarnos libros) transcurre de principio a fin en su amada y odiada Colombia. Ni por un momento (él tan colombiano, yo tan catalana) pensamos nunca en escribir sobre los países de uno y otro. Pero esta es otra de las felices coincidencias del arte de la escritura. Uno se pasa la vida esperando la llegada de la primera frase y ésta aparece como y cuando quiere y con el destino rocambolesco o anodino que se brinde otorgarnos.
Más risas y entusiasmo mutuo.
”La Rambla paralela va a ser mi despedida de la literatura. Para eso la estoy escribiendo: para matar al loco de mis libros anteriores y enterrarlo para siempre y que no hable más.”
Fernando Vallejo ha repetido ya anteriormente que no tiene nada más que escribir.
¿No será que este “nada que decir” es la carta oculta a la invitación de la escritura? La amenaza de silencio absoluto que nos invade cuando terminamos una novela no es debida a la ausencia de algo sino a la presencia masiva de lo que escapa al algo. Y luego, en el momento menos pensado explota esta barrera de humo y aparece otro libro, como tu “Rambla paralela”.
”El loco de mis libros, hoy por hoy, no tengo ni la más remota intención de desenterrarlo para volverlo a poner a hablar más adelante. Es simple respeto al prójimo. Hay que dejar a los demás descansar de uno. Te lo digo por el rechazo que me causa todo el que veo más de dos veces en la televisión. Con una basta y sobra. Que se callen y no hablen más.”
Pasamos un rato comentando sobre lo bueno que sería el silencio de los escritores y que hablaran “los otros”. Los que tienen tanto que decir y nada que escribir. Acordamos que ya es hora de que los escritores empecemos a callar un poco. Al fin y el cabo, en literatura el silencio es lo que no cesa de escribir.
Socarrón, pone el escritor su punto de remate.
”Le perdí todo interés a la literatura. Desde que empecé a escribir no volví a leer, como no sea libros y revistas científicas”.
Junto a la copa de vino, Fernando, con la mirada cómplice de alguien que acaba de hacer una travesura, me trae en mano su último libro publicado. Es un libro sobre el científico Darwin.
¡”Fíjate!” me dice mientras taladra con sus ojos la portada y el título. El escritor es miope y revisa los libros con dedicación puntillosa de bibliómano enfebrecido. “En él me dedico a demostrar que el gran científico Darwin era un puro fraude. Ahora me ha dado por desenmascarar impostores: Newton, Darwin, Einstein. Freud no, porque a ése ya lo desenmascararon otros.”
¿No será que los libros científicos te alejan de la novela?
”Ya dejé atrás la época en que teorizaba sobre el cine, la autobiografía, la novela y temas similares que ya no me interesan. Primero dejé de leer. Ahora pienso dejar de escribir, ya me harté de la literatura. En cuanto a la ciencia, sé que me voy a morir sin haber entendido la luz, la gravedad y cómo el cerebro produce la mente. ¡Pero qué le vamos a hacer! No nos da para tanto la cabeza.”
Nacido en Medellín (Colombia) en el año 1942, año que coincide con la muerte del poeta Barba Jacob en México (dato importante para conocer mejor la biografía literaria del escritor), Vallejo fue un adolescente precoz. De un colegio de monjas pasó a otro de curas salesianos. Su pasión por la música lo lleva a matricularse en el conservatorio, donde realizará cursos de piano: elemento vital en el escenario del escritor. (Allí está el piano de cola al que recurre, a ratos, cada vez menos.) Cuando la violencia de los años 50 y 60 empieza a desatarse en Colombia, herido por el que será un tema central de su escritura, abandona piano y país. A los 24 años viaja a Roma, donde estudia cine. Luego a Nueva York para finalmente recalar en México llevado por la sombra de su poeta elegido, Barba Jacob, al que dedicará doce años de su vida entregados de lleno a la escritura de la biografía del poeta amado. Será precisamente la escritura de este libro lo que le iniciará en sus pasos de escritor. Vallejo decide quedarse a vivir en México y es en este país donde comienza el proceso de su obra literaria, científica y cinematográfica.
Desde entonces, el tema central de su narrativa, la amante más amada y repudiada, es Colombia.
”Cuando yo nací me encontré con una guerra entre conservadores y liberales que arrasó con el campo y mató a millares. Hoy la guerra sigue, aunque cambió de actores: es de todos contra todos y ya nadie sabe quién fue el que mató a quién. Y aquí vamos, por estas calles de este país embotellado, por entre perros y niños abandonados, sacándoles el cuerpo a los baches, a las balas y a los impuestos del gobierno y de las FARC. ¿Pero hacia dónde vamos? ¿Adónde es que pretendemos llegar? El destino de los colombianos de hoy es irnos. Claro, si antes no nos matan. Pues los que se alcancen a ir ni sueñen con que se han ido porque adondequiera que vayan Colombia los seguirá. Los seguirá como me ha seguido a mí, día a día, noche a noche, adonde he ido, con su locura.”
En su huida de Colombia, el escritor va a encontrarse con su álter ego literario: el poeta Barba Jacob, cuya búsqueda biográfica le va a dar pie a su propio camino de escritor. En otro de sus libros, Los días azules, Vallejo confiesa su deuda con el Poeta de Colombia: “En los múltiples giros de la vida, en un país extranjero, prisionero en la celada de sus versos, empecé a vislumbrar que otro antes que yo había vivido mis momentos y recorrido mis caminos, y desandando mis pasos lo empecé a buscar, me empecé a buscar, tras de su huella, volviendo sobre la mía.”
Le cuento a Vallejo que cuando uno está escribiendo la biografía de un escritor admirado resulta inevitable identificarse con los biografiados.
”A Barba Jacob lo desenterré y lo resucité yo: de no ser por mí hoy el pobre estaría como te acabo de decir que estoy yo [acaba de decirme que se siente literalmente como si estuviera muerto]. Yo fui el que lo volví el gran poeta de Colombia, por sobre Silva mismo, cuya biografía también escribí aunque me tomó menos tiempo. La de Barba Jacob me tomó doce años, la de Silva uno. El que me costó más resolví ponerlo, contra toda justicia, de primero. Pero no, aquí entre nosotros, Silva es el mejor, con todo y que no sabía ortografía y se le enrevesaba la gramática.”
Intervengo para decirle que la biografía es un género literario perfecto para cuando uno está vacío y sin nada que escribir. Y sin embargo, le digo, tú apuestas por una forma peculiar, y muy personal, de escribir biografías.
”Desde Plutarco hasta Henri Troyat la biografía ha sido un género menor de la literatura y así seguirá siéndolo. Una buena biografía no puede pasar de eso, no hay posibilidad de hacer de ella una gran obra literaria. Un biógrafo es un portero que abre y cierra una puerta y que deja o no deja entrar. El arte de la biografía es el de abrir y cerrar comillas, el de citar personas, calles, ciudades, países, fechas… Muy poca cosa, en realidad, pero algo es algo. Las que sí no son nada despreciables, son la novela biográfica y la biografía novelada.”
Regreso al tema Silva con sus problemas ortográficos y a la afición de Vallejo (y mía) por inventar palabras. Me cuenta divertido que la palabra “el desbarrancadero” que da título a su última novela publicada “la inventé yo mismo”. Y gesticula con sus brazos el gran desastre de algo terrible que se desmorona hacia abajo. Compartimos que la gracia de inventar palabras es que no parezca que las ha creado uno. Todos los escritores escriben igual, como decía Rulfo, en una lengua momificada ajena a los principios estéticos de la literatura. La literatura reclama silencio. Como si estuviéramos saturados de palabras. Terminamos echando las culpas a la moda y a la feria de las vanidades de la edición.
¿Por qué dices haber perdido el interés por la literatura?
”Porque me di cuenta de que las palabras son tan efímeras como nosotros, hoy dicen mucho y mañana nada, o con el correr del tiempo terminan por decir otra cosa. No hay nada más vago y deleznable que el idioma.”
Además de escritor, cineasta, pianista y científico tiene Vallejo mañas de sabio loco y como tal (así lo explica él) ha escrito una gramática del lenguaje literario: Logoi, publicada por el Fondo de Cultura Económica. En esta obra encontrará el lector las mejores fórmulas para enhebrar los procedimientos de la prosa literaria. Se trata además de un impresionante ensayo-catálogo sobre métodos de escritura, porque lo que el autor se propone en este libro es hacer una defensa cabal de la prosa literaria y hacerlo con ejemplos. La primera perla: “La prosa es como una lengua extranjera opuesta a la lengua cotidiana”. O bien esta otra: “Todo discurso, todo poema, todo ensayo, toda novela, en cualquier lengua o momento de esta historia, está compuesto en un idioma que sólo en parte coincide con la forma hablada. ¿En qué parte? En unas cuantas palabras y giros sintácticos. El resto es literatura.”
Acordamos que el escritor ha pasado a convertirse en un bufón de la corte mediática cuyas ansias de figurar y enriquecerse lo llevan a ignorar por completo que la riqueza de los idiomas es, en gran parte, patrimonio de la literatura. Estamos a favor de una clasificación de escritores que separe aquellos que escriben como hablan de los que tratan de conseguir con la poesía o la prosa un lenguaje literario opuesto al habla cotidiana. Ofrecer, cuanto menos, una impresión de belleza.
”Existe un lenguaje literario contrapuesto por su léxico y sus estructuras sintácticas al coloquial, al que usamos cuando hablamos. De ese lenguaje doy cuenta en este libro ocioso que publicó (y enterró) hace veinte años el Fondo de Cultura Económica de México, Logoi, una gramática del lenguaje literario. Escribir es un oficio que se aprende y que por lo tanto se puede enseñar. El problema es que para enseñarlo primero hay que saberlo, pues nadie puede enseñar lo que no sabe o dar lo que no tiene.”
Yo sé cómo valoras los libros bien escritos.
”Casi nadie sabe el oficio de escribir, y los pocos que lo saben no lo enseñan. Manuel Mujica Láinez o Carpentier, por ejemplo, no le enseñaron nada a nadie. E hicieron bien, ellos estaban ocupados escribiendo, y el que no sepa escribir que se joda. Yo estudié en tres facultades de Filosofía y Letras y a ninguno de mis profesores le debo nada. Eran ciegos guiando ciegos. No servían ni para escribir cartas, y nadie puede dar lo que no tiene. Quitando algunos versos de Rubén Darío y otros de José Asunción Silva, la literatura latinoamericana se puede mandar toda al bote de la basura y no se pierde gran cosa.”
La obligación de la escritura es hacer callar. Ahora que ando metida en la vida y obra de Rulfo pienso en el escritor venidero como un anoréxico mental, con libros cada vez más alimentados de silencios y al final puras páginas blancas.
”Rulfo escribió tan sólo dos libritos chiquititos y, como te digo, con muchos diálogos. Pero Rimbaud puras marihuanadas. Rimbaud es uno de esos mitos inmensos que sólo los franceses son capaces de montar en el aire. Su poema de las vocales es horrendo, su Bateau ivre horrendo, su Saison en enfer horrenda, y él mismo era un tipo horrendo, y sucio, jamás se bañó.”
¿Crees que para ser escritor hay que estar loco o parecerlo?
”Ojalá fuera así. La inmensa mayoría de los escritores no son locos: son unos mediocres.”
Pero conociéndote, tengo la impresión de que algunos autores te han acompañado en este infierno del que hablas en tus libros.
”De niño leía a Verne y a Salgari, y de muchacho a Conan Doyle e infinidad de novelas, a las que les debo algunos de los momentos más felices de mi vida: todas en tercera persona. Entonces todavía creía en Dios y en el narrador omnisciente. Hoy no creo en nada; y desde que empecé a escribir no volví a leer, como no sea libros y revistas científicas. En cuanto a mis libros, los he escrito para que me sirvieran de borrador de recuerdos: muerto que paso al papel, muerto que se me olvida.”
La lectura de tu novela El desbarrancadero me hizo pensar en la Carta al padre de Kafka. En tu caso, sería Carta a la madre.
”Nunca la leí. Me escapé de ésa. De Kafka sólo leí el comienzo de La metamorfosis, el comienzo de El proceso y el comienzo de El Castillo: tres comienzos que no hacen ni medio libro.”
Háblame un poco más de la “técnica del espejo” que utilizas para hablar del presente y del pasado. ¿Tiene alguna relación con la técnica del cine?
”Es una simple tomadura de pelo que se me ocurrió en El desbarrancadero: el narrador de primera persona entra en el baño de su casa y se mira en el espejo; del espejo y del baño sale narrado en tercera persona, contado por un narrador omnisciente; baja a la cocina de su casa a hacerse un café, que no hay, y regresa al baño y al espejo y a la primera persona. Es lo único que he escrito en tercera persona en mi vida.”
¿Buscabas con esta novela salvar la memoria de tu hermano muerto de sida?
”Mi instinto de conservación me dice que a quienes he querido y se murieron tengo que olvidarlos. ¡Estoy harto de cargar con tanto muerto!”
Tus lectores pensarán que odias a todas las mujeres cuando en realidad lo que no soportas es un tipo determinado de mujer.
”Para mí imponer la vida es el crimen máximo. Uno que se comete entre dos, pues la nuestra es una especie que se reproduce por el sexo y requiere de dos individuos, a diferencia de las especies partenogénicas, en que con uno solo basta. En este delito que digo, fuente de todos los otros, la mujer lleva la mayor parte pues pone el óvulo, que es infinitamente más grande que el espermatozoide, las mitocondrias y los nueve meses de embarazo. Y el empeño obtuso. ¿Por qué no se dedican mejor a escribir novelas o a componer óperas?”
¿Crees de verdad que son capaces de ser mejores escritoras que madres?
”No hay madre buena, ése es el contrasentido, todas son malas. Aunque las hay peores.”
¿Por qué te pusiste a escribir una novela cuyo escenario es Barcelona?
”Hace cuatro años, después de quince en que sólo iba de México a Colombia y de Colombia a México, volví a España pasando por París, con motivo de la Feria del Libro de Barcelona en que Colombia era el país invitado. En este viaje encontré a Europa terriblemente cambiada y me sentí como un fantasma en un mundo ajeno. La víspera de mi regreso a México, a la medianoche, en el Café de la Ópera de las Ramblas, se me ocurrió el libro de mi muerte. El problema que he arrastrado desde entonces es que yo sólo escribo en primera persona y nadie puede decir ‘Me morí’. En El desbarrancadero, como te dije, encontré la solución: con un espejo. Los espejos son mágicos e incomprensibles y dan para mucho.”
¿La idea de escribir tu novela barcelonesa te llegó de repente? Cuéntame cómo.
”El libro ese, La Rambla paralela, se me ocurrió en el mismo Café de la Ópera, a las doce de la noche y después de varios días sin poder dormir, la víspera de mi regreso a México. Estaba con un colombiano, Luis Armando Soto, y una italiana, Monica Scarello, viendo pasar gente, y de súbito sentí con una claridad infinita que hacía mucho me había muerto. Y te digo que infinita porque es propiedad de los muertos vivir instalados en la eternidad.”
Le recuerdo a Vallejo su negativa publicada en el periódico a volver a España mientras se le exija un visado a todo ciudadano colombiano. Me asegura que piensa mantenerla. Tal vez sea este es el motivo de su novela “barcelonesa”.
”Llevo treinta y un años viviendo en México, lejos de Colombia. Fui capaz de renunciar a Colombia, ¡no voy a ser capaz de renunciar a España! Hoy por hoy y a estas alturas del partido a mí España ni me quita ni me pone. En cuanto a mis colegas los escritores, allá ellos, que sigan siendo lo que son y escribiendo como puedan.”
En el último párrafo de un texto muy polémico escrito como discurso del Primer Congreso de Escritores Colombianos (Medellín, 1998), Vallejo se dirige a sus colegas de este modo:
Amigos escritores: Colombia para la literatura es un país fantástico, no hay otro igual. En medio de su dolor y su tragedia Colombia es alucinante, deslumbrante, única. Por ella existo, por ella soy escritor. Porque Colombia con sus ambiciones, con sus ilusiones, con sus sueños, con sus locuras, con sus desmesuras me encendió el alma y me empujó a escribir. Ella prendió en mí la chispa, y cuando me fui, la chispa se vino conmigo encendida y me ha acompañado a todas partes, adonde he ido. Por eso yo no necesito inventar pueblos ficticios, y así pongo siempre en todo lo que escribo, siempre, siempre, siempre: Bogotá, Colombia, Medellín. ¡Cómo no la voy a querer si por ella yo soy yo y no un coco vacío! ¡Qué aburrición nacer en Suiza! ¡Qué bueno que nací aquí!
Pero han sido precisamente sus insultos a este gran país amado y odiado por el escritor los que le han granjeado la fama de odiador paranoico y demonio irredento. Fama que, dicho sea de paso, a Vallejo le encanta cultivar. Para el escritor colombiano la literatura es el pasaporte al país de la verdad y es allí donde él vive y se mantiene como un náufrago.
Me intriga saber hasta qué punto la grave problemática de su país ha influido en su personalidad creativa, provocadora, trasgresora y radical.
”Por más que he querido y por más años que he vivido afuera, nunca he logrado liberarme de Colombia. Adonde vaya la cargo como una cruz. La ventaja de no estar allá es que no me han podido colgar de ésta.”
¿Escribes para provocar, denunciar, odiar, buscar justicia? Tu escritura desgarrada, personal, pasional, escandalosa y lírica ha dado de ti a los lectores una imagen que no corresponde con el amigo tierno y bondadoso que eres.
”Gracias por la opinión que te merezco, yo tengo otra y nunca me miro en el espejo. No hay justicia en este mundo, y otro no existe. Como no sea el atmosférico, no existe el cielo: sólo el infierno y está aquí abajo, es donde vivimos día a día.”
¿Por qué te jactas de no leer a tus contemporáneos? ¿No será una coquetería de tu parte?
”Por el sexto sentido, el de la intuición, sospecho que ya ningún escritor me puede revelar nada nuevo. Por lo demás, tampoco necesito revelaciones. Con lo que he vivido, mucho o poco, me basta. No creo que vaya a dejar ninguna huella, ni como escritor ni como persona. ¡Pero qué me puede importar eso si ya hace varios años que me morí!”
Es entonces cuando el otro Vallejo, el fraternal amigo, se levanta, atiende a sus invitados que han ido llegando de a poco, acaricia a sus perritas (“ambas llegaron a mi edificio y a mi vida perdidas en la calle”), va y viene del salón a la cocina (la cena es obra suya), se detiene en una silla y me invita a sentarme a su mesa. ~