Un reducido equipo integrado principalmente por los periodistas Justin Webster e Ignacio Orovio inició en 2005 –un año después del mayor atentado terrorista ocurrido en suelo europeo (11-M o 191M)– la investigación que a finales del año 2007 alumbraría el documental The Madrid Connection, emitido por diferentes televisiones en España y otros países europeos. El documental, al igual que el libro que ahora publica esta pareja de periodistas, tenía un objetivo: contar la historia de los dos cabecillas de la célula yihadista, Jamal Ahmidan (El Chino) y Sarhane ben Abdelmajid Fakhet (El Tunecino), dos personajes enormemente distintos entre sí, un delincuente ligado al tráfico de drogas y un estudiante de ciencias económicas con intereses religiosos, cuyos caminos se cruzaron un día en España para terminar asesinando brutalmente a 191 personas en la madrileña estación de Atocha.
Yo formé parte del equipo que realizó el documental. Llegué más tarde, en febrero de 2007, para ocuparme de las labores de producción en Madrid, léase contactar posibles entrevistados, buscar pistas que nos llevaran a nuevos testimonios, convencer a testigos temerosos y organizar las labores de rodaje. Un trabajo arduo y excitante como pocos. Han pasado dos años desde que empezó mi trabajo a las órdenes de Justin Webster, director del proyecto, y cerca de año y medio desde que vi por primera vez el resultado de nuestro trabajo. Ahora, conmemorando el quinto aniversario de la matanza, llega a las librerías el libro que Justin e Ignacio venían prometiendo desde que se estrenó el documental: Conexión Madrid. Cómo y por qué Sarhane y Jamal se convirtieron en terroristas yihadistas (Debate, 2009).
Me enfrento al libro con sensaciones encontradas, por un lado me asalta la curiosidad y me enorgullece saberme parte de él, por otro tengo dudas sobre qué pueden haber contado Justin e Ignacio en el libro que no estuviese ya en la película. Puede más la curiosidad que el escepticismo, devoro sus doscientas cincuenta páginas y compruebo una vez más que el libro, como ocurre casi siempre, es más, mucho más, que la película, aunque en esta ocasión se haya invertido el orden de producción habitual y no estemos hablando de una adaptación. He dicho más, no mejor: la diferencia es importante. Como me dice Justin al teléfono: “Hay mucho material que no era posible colocar en pantalla, las relaciones entre las diferentes comunidades de inmigrantes musulmanes, por ejemplo, los diferentes acercamientos al Islam que se hacen desde la vertiente siria o saudí y los conflictos que de ello surgen”. Y ahí, en efecto, es donde el libro crece y adquiere unas dimensiones que el documental, por propias limitaciones de tiempo y formato no podía alcanzar.
The Madrid Connection lograba reconstruir minuciosamente las vidas de El Chino y El Tunecino apoyado en las huellas que había dejado su presencia en España: testimonios de amigos, familiares, compañeros de estudio o trabajo, parejas, cómplices; contratos de vivienda, vida laboral, agrupaciones a las que pertenecían y, por último, fichas policiales. El documental alcanzaba su objetivo, acercarnos al proceso de radicalización de ambos protagonistas, narrar los diferentes hitos en la vida de uno y otro –siendo el más importante su cruce de caminos– que de alguna manera configuraron su complicidad, que culminaría con el atentado del 11 de marzo de 2004 y su posterior inmolación el 3 de abril en un piso de Leganés.
El libro, por su parte, funciona además como una radiografía, más bien un ajustado panorama, del islamismo en España, principalmente en Madrid. El documental contaba con las voces de algunos miembros de esta comunidad que habían conocido de una u otra forma a Jamal y Sarhane, sobre todo a éste último, puesto que fue de los dos el que más cerca estuvo del mundo musulmán madrileño desde que aterrizó en la ciudad.
Jamal era un delincuente, había vivido al margen de la legalidad desde que pisó España, había pasado de trapichear con hachís y heroína por las calles de Malasaña y Chueca a mediados de los años noventa, dar pequeños golpes a sus proveedores y robar bolsos a turistas japoneses, a convertirse a finales de esa década en un pequeño capo del tráfico de éxtasis y demás estupefacientes. No había tenido demasiadas inquietudes religiosas, a pesar de provenir de una familia marroquí en la que se observaba el culto musulmán. Su contacto adulto con el islam se producirá principalmente en la cárcel, donde pasó distintas etapas, pero sobre todo, según cuenta su ex mujer, entrevistada durante la investigación, Jamal se acercó a la religión en busca de un apoyo para dejar su adicción a la heroína. La combinación de extremismo islámico y un miembro del hampa, con dinero y conexiones criminales, dos mundos que en principio no se tocan, puede explicar, según Webster, el grado de violencia del atentado perpetrado en Madrid.
Sarhane, por su parte, era un estudiante de doctorado, becado por el gobierno español, que llegó a la Universidad Autónoma de Madrid en 1994. Buscó cobijo en la mezquita de la m-30, que es como se conoce al Centro Cultural Islámico de Madrid, “epicentro de la vida de los musulmanes” de esta ciudad. Fue ahí, en la m-30 donde se produjo uno de los momentos que Justin califica de “hito o punto de inflexión en la historia de los inmigrantes musulmanes en Europa”. Webster se refiere al “cisma” que se produjo en el verano de 2001, pocos meses antes del atentando de las Torres Gemelas en Nueva York, y que está explicado al detalle por ambos autores en Conexión Madrid. La autoridad moral de la mezquita de la m-30 reside en el imán Moneir, un ulema egipcio, educado en Arabia Saudí, que dirige los destinos del Centro desde 1995. Como bien explica Abdullah Durra, otro experto en leyes islámicas, jordano y que compartió piso en algún momento con Sarhane, la autoridad de Moneir no se discutía, ni siquiera en las largas discusiones que se producían tras los rezos de la mañana, cuando los fieles planteaban interminables preguntas sobre los mil y un temas que abarca la doctrina islámica. El Corán y la sunna, los dichos y hechos atribuidos a Mahoma, son un conjunto organizado de reglas y normas que, interpretadas y actualizadas por los ulemas rigen la vida de los creyentes. Hasta que a mediados de 2001, y a raíz de una discusión que se había iniciado por una pregunta de Sarhane sobre si es lícito o no pagar intereses, hubo un grupo, al que pertenecía El Tunecino, que renegó de la autoridad de Moneir y le acusó de incrédulo, de no musulmán. El iman criticó en un sermón posterior a aquellos que “confundían las apariencias con la verdadera sabiduría”, aquellos que por dejarse barba se veían convertidos en sabios y autorizados a emitir fetuas. Las palabras de Moneir enfurecieron a sus críticos, que se marcharon y lanzaron una campaña contra él. Campaña que proseguiría en las excursiones al río Alberche, organizadas por este grupo de rebeldes, entre los que se encontraba Sarhane. Abdulá relata esos encuentros, las discusiones, su postura en defensa del jeque Moneir. El extremismo, para él, supone una mala interpretación del Islam, una degeneración producto de la ignorancia, de una ignorancia arrogante además, que desde su falta de conocimiento se cree autorizada para dictar o interpretar normas a su antojo y deslegitimar y censurar a quiénes no comparten su visión.
Se desprende de éste y otros episodios narrados en Conexión Madrid que el islam no es una ideología monolítica, no es un bloque de creencias talladas en piedra, seguidas a pie juntillas por todos sus adeptos. Me dice Justin al teléfono: “Creo que entender esas diferencias, saber que existen diferentes posturas dentro del mundo musulmán, nos ayudaría a, por un lado, facilitar la convivencia y la integración de los inmigrantes musulmanes en Europa, y por otro, sería útil en la lucha policial contra el terrorismo extremista islámico”. El libro, por supuesto, es una buena puerta de entrada para tomar conocimiento de esa diversidad que a ojos occidentales puede resultar invisible. “Cuando uno siente que la comunidad de la que forma parte, el grupo humano al que pertenece, está definido de una forma errónea o sesgada, esa sensación es peligrosa. Esa percepción hace que algunas de estas personas puedan identificarse más fácilmente con los extremistas que con occidentales como tú y yo, con los que en realidad tienen muchas más cosas en común”, insiste Justin.
Por último, le pido a Justin que me explique qué ha dejado esta labor de investigación en él, qué cree que ha ganado tras dirigir un documental y escribir un libro sobre el tema. Me dice: “Antes de este trabajo, el yihadismo, el terrorismo extremista islámico, me parecía un tema hermético, muy difícil por no decir imposible de abordar. Me recordaba un poco a lo que ocurrió en los años noventa con Bosnia, todos sabíamos que era un tema importante, que había que informarse sobre él, pero uf, era muy difícil entrar. Tras realizar este trabajo creo que he logrado, en lo que a mi concierne, romper esa barrera, sigue siendo complejo, es un tema difícil, pero no imposible ni tan distante como podía creer al principio. Eso ha ocurrido conmigo y creo que con todos los que hemos formado parte del proyecto. Mi ambición es que tanto el libro como el documental sirvan para que más gente quiebre esa barrera y se atreva adentrarse en este tema, fundamental a la hora de entender el mundo en que vivimos. Esa, creo, es la labor del periodismo de largo aliento, y espero haberlo conseguido”. ~
(Lima, 1981) es editor y periodista.