Tale, Kiki Smith, 1992.

Contra la tradiciĆ³n de las artes visuales, Kiki Smith le da cabida al cuerpo torturado de las mujeres

Smith encontrĆ³ la manera de despojar a los cuerpos torturados de las mujeres de la connotaciĆ³n erĆ³tica que habĆ­an tenido en la historia del arte.
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A RaĆŗl Zepeda Gil

Las esculturas de Kiki Smith quieren horrorizarnos. EstĆ” claro que pretenden sacudirnos de los hombros, destrozarnos los nervios. Mira ahĆ­ –parecen decir– justo donde no quieres ver: a la cabeza decapitada de un hachazo, a la piel chamuscada por el fatal encuentro entre la llama de un cerillo y la gasolina, al cuerpo horadado por instrumentos de tortura, al que ya ha caĆ­do al piso y que un verdugo sigue pateando. Es como dar un paseo por una fosa clandestina.

No es tan fĆ”cil herir al bronce como se hiere al cuerpo. Para modelar el mĆ”rmol hace falta un cincel y paciencia. Por eso los materiales de Smith son otros, y los ha elegido para representar los pormenores de los cuerpos torturados. Las suyas son figuras de cera –porque el cuerpo puede derretirse–, de papel machĆ© –porque la piel se desgarra y fĆ”cilmente se rompe, porque un cuerpo pateado se hace bolita en el piso y luego se tira a la basura. A gatas o en cuclillas, casi no son esculturas. Se parecen mĆ”s al cuerpo vulnerable en el que vivimos y que puede ser derrotado por la tortura. EstĆ”n al borde de la representaciĆ³n. Casi saltan la barrera entre el arte y el pĆŗblico, casi libran la distancia que pone al espectador en el refugio de la contemplaciĆ³n y a salvo. No estĆ”n en pedestales, sino al ras del suelo o a la altura de los ojos, bien cerca de nosotros. Tal vez no sea por cobardĆ­a que apartamos la mirada. Puede ser que las ganas de dejar de ver sean la manera mĆ”s elemental de oponernos a la violencia. Un cuerpo torturado siempre significa la derrota tanto de la persona, la vida, la paz y la libertad como de las leyes, instituciones y mensajes de tolerancia y respeto al otro. Con la piel marchita y adelgazada por el fuego, las vĆ­sceras de fuera y esa sangre que no es brillante y roja, sino pesada y negra, la dignidad se va al caƱo. Un cuerpo torturado es un cuerpo vencido.

No se trata de irritar al espectador gratuitamente. No estamos ante un desplante vulgar, ni ante el capricho de un artista que valora el shock y persigue el escĆ”ndalo. Hace falta mencionarlo porque hay quienes acusan a Smith de denigrar el arte.[1]  Se trata, en cambio, de comunicar el horror que no estĆ” vetado del mundo y, por lo mismo, tampoco deberĆ­a estarlo de la escultura. Se trata, tambiĆ©n, de la experiencia que tienen las mujeres de la tortura. No es porque el feminismo quiera concentrarse en sus vĆ­ctimas, menospreciando a los hombres que han pasado por lo mismo, sino porque las mujeres cuentan como bajas de las guerras y durante los cada vez mĆ”s escasos tiempos de paz, son vejadas por la violencia que se repite dentro de las casas.

Cristo crucificado, Diego de VelƔzquez, ca. 1632. Museo del Prado.

Kiki Smith ha incluido la experiencia de la tortura que viven las mujeres y ha subvertido la iconografĆ­a del dolor. Partamos de lo siguiente: la crucifixiĆ³n es el referente mĆ”s comĆŗn del cuerpo torturado. ¿Hace falta un recuento de la PasiĆ³n para percatarse de que no solo estamos ante Dios, sino ante un hombre vencido por la violencia? Pintado o esculpido, se nos presenta JesĆŗs como un cuerpo escuĆ”lido (a primera vista se advierten sus costillas), con el rostro demacrado, las mejillas hundidas y el cabello desordenado. Le tengo afecto a las estatuas populares de Cristo –pellejo sobre hueso– que adornan las iglesias mexicanas porque admiten la representaciĆ³n del cuerpo torturado sin ver en ello un sacrilegio. Kiki Smith habla directamente con esos Cristos pĆ”lidos que ya empiezan a pudrirse, y no con los otros que los pintores redimen sobrecargĆ”ndolos de luz y que nos aseguran que la tortura no es tan grave porque la resurrecciĆ³n compensa el sufrimiento fĆ­sico. Para Untitled (Bowed Woman) Smith colgĆ³ el cuerpo crucificado de una mujer, con el torso doblado y la cabeza caĆ­da. Es una figura que no renacerĆ” como lo hizo Cristo.

Es fĆ”cil desmentir la retĆ³rica de la luz: no hay nada mĆ”s definitivo que la tortura. El arte dejĆ³ de refugiarse en el tercer dĆ­a metafĆ³rico de la resurrecciĆ³n desde Francisco de Goya. Se padece por nada, para nada. Pese a su genialidad para representar el horror, las lĆ”minas de Goya tienen un punto ciego. Sobre los cadĆ”veres de las mujeres todavĆ­a pesa el imperativo de la belleza. AsĆ­ presenta a las mujeres en “Estragos de la Guerra”. Lo mismo sucede en “Carretadas al cementerio”. Y la imagen mĆ”s famosa de esta serie, “Grande hazaƱa!”, muestra solamente los cuerpos desmembrados de los hombres. En general no se encuentran cuerpos de mujeres en los montones de cadĆ”veres que se apilan en la pintura de las revoluciones. Y cuando alguna se cuela, sĆ­, estĆ” muerta, pero es lĆ”nguida y hermosa.

La obra de Kiki Smith es relevante porque la ha dado cabida en el arte al cuerpo torturado –a manos de los maridos o de los soldados– de las mujeres en igualdad de condiciones. Con ello quiero decir que no esculpe el cuerpo desnudo y bello de una mujer asesinada, sino el otro: el que tambiĆ©n fue humillado, el que nos resulta repulsivo. Por medio de los materiales y de las posiciones de las figuras, Smith encontrĆ³ la manera de despojar a los cuerpos torturados de las mujeres de la connotaciĆ³n erĆ³tica que tradicionalmente habĆ­an tenido en la historia del arte. No es una victoria como la subversiĆ³n feminista del desnudo o la apropiaciĆ³n del retrato. Tampoco es una celebraciĆ³n ni la necedad de las mujeres por entrar a todas las esferas de la vida, sino el simple reconocimiento de que tambiĆ©n pertenecemos a la historia y al presente de la tortura.

Kiki Smith ha recuperado, como sus colegas feministas, a las mujeres de la Biblia. Pero, a diferencia de ellas, no las convierte en heroĆ­nas, las representa torturadas. Virgin Mary, Kiki Smith, 1992. Tomado de thematerialcollective.org

Pienso en otra de sus piezas. Una que dialoga con el juego surrealista de Man Ray, en las efes de violĆ­n que sobrepuso en la espalda desnuda de una odalisca y de las que se imagina que saldrĆ” la melodĆ­a de erotismo cuando acaricie el cuerpo de la mujer. ¿QuĆ© ruido, nos pregunta Smith, saldrĆ” de la espalda desnuda de una mujer que ha sido violentamente araƱada?

Untilted, Kiki Smith, 1995. Tomado de pinterest.com



[1] En “Unholy Postures: Kiki Smith and the Body”, Linda Nochlin identifica los argumentos de los crĆ­ticos conservadores en contra de las esculturas de Smith. Ver Maura Reilly (ed.), The Linda Nochlin Reader, Thames & Hudson, Kindle, loc. 5656/10070.

 

 

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(Ciudad de MĆ©xico, 1986) estudiĆ³ la licenciatura en ciencia polĆ­tica en el ITAM. Es editora.


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