Volver al punto de partida

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A propósito del reciente disco Sino, a propósito de la reciente presentación en el Palacio de los Deportes en la ciudad de México, a propósito de que Café Tacvba lleva diecinueve años siendo Café Tacvba, en Letras Libres conversamos con dos de los cuatro integrantes, José Alfredo Rangel y Enrique Rangel.

 

Amos Oz asistió a un colegio religioso judío. Un día la enfermera del colegio entró al salón de clases para revelar los detalles del sexo a los chicos. Oz anota: “Aparentemente, esta valiente enfermera que había descrito todo no mencionó que se rumoreaba que la cosa implicaba cierto placer.” Y contar historias, como debe ocurrirles en lo tocante a la música, encierra un placer que a veces se olvida.

J.A.R. Así inicia nuestra actividad: esto es un placer. De hecho, antes de que sea un trabajo, es placentero. Tocar la guitarra, en mi caso, y componer canciones nace del placer. Hasta el momento que tenemos compromisos con una disquera o que hay un público que nos espera, comprendemos que esto es un trabajo y que, bueno, nos pagan. Creo que en Café Tacvba siempre hemos visto lo que hacemos como un placer. Escribimos canciones por el gusto de escribirlas. Y este placer genera todo lo otro.

E.R. Cuando empezamos nos gustaba hacer música, pero eso no era suficiente para interpretar una canción y hacer lo que queríamos hacer. Ahí empezó el trabajo. Pero una vez que aprendes y dominas tu instrumento lo disfrutas más. Es así como, además de ser placentero, te diviertes.

 

¿Cuál es la idea que tienen de la música?

J.A.R. Rubén y yo estudiábamos diseño en la UAM Azcapotzalco hace muchísimo, demasiado tiempo. A Rubén le interesaba la gráfica mexicana, a mí los muebles y la artesanía. Entonces teníamos otros grupos pero, cuando vimos que éste podía ser un vehículo para decir lo que queríamos, empezamos con Café Tacvba de inmediato. No tuvieron que pasar años, a los tres meses ya estábamos ensayando. Esa idea de lo mexicano con la que empezamos, aunque suene feo, era una visión que compartíamos y es algo que ha ido cambiando. Lo que ha pasado estos años, lo que está en nuestros discos es la idea que tenemos de la música.

 

¿Qué lectura dan a su reciente disco (Sino, 2007) en comparación con el primero (Café Tacvba, 1992)?

E.R. En cuanto a la factura, si escuchas Sino escuchas a músicos que han trabajado su oficio. Hemos trabajado tanto los instrumentos como la forma de componer. Conceptualmente me parece que el nuevo disco tiene influencias de los grupos que nos inspiraron a componer, pero que rechazamos en su momento. Estábamos en contra de cierto tipo de música y movidos por ese rechazo empezamos. Y era muy honesta esa aversión, no era una pose. Teníamos la necesidad de formarnos así. Pero ahora, a estos casi diecinueve años, volvimos al punto de partida. Dimos un salto atrás.

J.A.R. Ahora estamos, de alguna manera, influenciados por los grupos que rechazamos para ser Café Tacvba. Volvemos al origen. Por ejemplo, en el primer disco lo que más odiábamos era el rock progresivo; aunque habíamos escuchado a Yes, a Rush y a Led Zeppelin, lo que menos queríamos era que Café Tacvba sonara a eso. Supongo que así son muchas cosas: rechazas algo pero luego vuelves.

 

En su primer disco hay una canción titulada “Las batallas” basada en la novela Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco. ¿Qué libros han marcado su música?

J.A.R. Los libros llegan a nuestra música de manera natural porque nos gusta leer. A veces lo mostramos de manera más evidente, otras más sutil. Por ejemplo, escuchas una canción que se llama “Madrugal” y tiene, decía Quique, un humor como el de Jorge Ibargüengoitia. En Re, por ejemplo, sugerí varios títulos que hacían referencia a novelas que me gustaban. Una canción que compuso Rubén no tenía nombre y la llamamos “Trópico de cáncer”. “Ixtepec” se basó en un fragmento de Los recuerdos del porvenir de Elena Garro; basamos la canción en una historia que se cuenta dentro de la novela.

 

¿Qué leen?

E.R. Lo que más me gusta es la narrativa mexicana. Empecé leyendo De perfil, como creo que hizo toda mi generación. Me gustan Jorge Ibargüengoitia, Juan Villoro y Vicente Leñero. Son puntos de partida. Ahora leo a Georges Perec porque asomos de otra lectura me llevaron a él.

J.A.R. Empecé leyendo ciencia ficción. A los diez años leía ciencia ficción, pero llegó un momento en que la sentí ingenua; ahora cabe decir que he regresado a ella. La novela es el género que más me gusta. A últimas fechas me gusta mucho Murakami. Haruki Murakami, preciso, porque ese apellido debe ser como Pérez para nosotros.

 

¿Qué autores, qué fantasmas, los acompañan o juzgan cuando componen?

J.A.R. Si admiro a alguien en términos del uso y la musicalidad del lenguaje es a Jaime López. Podría decirte que me gustan mucho Leonard Cohen, Tom Waits y Neil Young, pero son sólo referencias.

E.R. Pero ellos no se te aparecen.

J.A.R. Pues no, porque cantan en inglés. Es decir, no creo que nosotros escuchemos al Bob Dylan que escuchan los gringos. Por mucho que un mexicano hable perfectamente inglés no lo vive igual. Pero la manera en la que puedes relacionarte con Jaime López te sorprende porque está en nuestro idioma.

 

De modo que tienen una postura ante el idioma.

J.A.R. Desde luego. Yo creo que hace falta escuchar, por ejemplo, a un Lou Reed en español. Antes yo estaba enojado con los que cantaban en inglés, pero ahora creo que sólo viven algo distinto a lo que vivimos los grupos de nuestra generación. No se nos podía siquiera ocurrir que alguien cantara en inglés.

E.R. Cuando empezamos, la sola posibilidad de tocar una canción en inglés nos hacía preguntarnos quién nos iba a escuchar. Nos iba a escuchar la gente que había crecido aquí. Para tener una relación con ellos, para comunicarte con ellos, había que hacerlo en español.

 

Es curioso que en las letras de su reciente disco hay una insistencia en la marginalidad; es decir, canciones como “El outsider” o frases en la canción “Seguir siendo” como “Soy el que nunca miras, soy el que nunca escuchas, siempre estoy detrás de lo que ves.” Es curioso porque forman un grupo que se mira y escucha. ¿Qué opinión les merece este contraste?

E.R. Me parece que una cosa es ver a Café Tacvba y otra distinta es ver a los individuos que somos. La gente nos observa cuando nos subimos al escenario, cuando estamos en una sesión de fotos o en una entrevista. Esa sólo es una parte de lo que somos, pero eso no es suficiente para sentirse visto, apreciado o querido. No es suficiente para sentir que pertenecemos a algo. Nuestra música le pertenece al público, pero nosotros tenemos inquietudes que no están satisfechas.

J.A.R. Hace poco, por ejemplo, fui a Oaxaca y alguien se acercó a platicar conmigo, me sobó la panza y me llamó por mi nombre. Me tocó la panza tantas veces que me sentía Buda. Y pensé: increíble, porque si soy Buda al menos así justifico la panza que tengo. Pero la única explicación que encuentro a esto es que le pertenecemos a la gente, porque yo no me sentía en confianza para sobarle la panza a esa persona. Yo le pertenezco, pero él no me pertenece a mí. Puede llegar un momento en el que te sientas amado y admirado, pero en realidad estás solo. Sientes una soledad que te inspira a escribir lo que escribes.

 

Oscar Wilde opinaba que la vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida. ¿De qué modo creen que su imagen pública, que bien podría interpretarse como una ficción, rebasa a sus espectadores?

J.A.R. Cuando voy al súper hay personas que se acercan para preguntarme dónde están los demás. Mientras guardo fruta en una bolsa, les respondo: uno fue por la leche, otro por el jamón y el otro está en los cereales. Me pregunto por qué piensan que estamos los cuatro juntos en el súper. Claro, es que pueden hacerse la idea de que vivimos en la misma casa, cuando obviamente no es así.

 

¿Y en qué momentos la música rebasa su vida diaria?

E.R. Pasa mucho, muchísimo. Pasa todo el tiempo. ~

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