Conversando sobre edición con André Schiffrin

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Años atrás, el editor franco-americano André Schiffrin agitó el tablero del mundo editorial con la publicación de un libro, La edición sin editores (Destino, 2000), en el que denunciaba cómo las prácticas de los grandes grupos empresariales estaban afectando al negocio editorial. La crítica de Schiffrin partía de su experiencia personal: durante treinta años había estado al frente de Pantheon Books, una de las editoriales que más había hecho por la publicación de autores europeos en el mercado norteamericano, hasta que fue apartado debido a diferencias con la nueva dirección de la compañía, en manos de Alberto Vitale, un empresario proveniente de la banca que propugnaba un modelo de negocio distinto al que hasta entonces había regido la casa editorial.

Ese primer libro se centraba en el caso norteamericano, pero Schiffrin abundaría después en el tema con El control de la palabra (Anagrama, 2005), enfocando su mira hacia Europa, particularmente a Francia, donde el modelo de grupos de inversión tomando el control de viejas casas editoriales estaba empezando a cobrarse víctimas. Schiffrin publica ahora un tercer libro, Una educación política (Península, 2008), unas memorias que recorren la vida del editor, una vida fuertemente marcada por lo político, desde que a los cinco años su familia entera tuviera que dejar Francia, debido a la amenaza nazi que planeaba sobre toda Europa. Una vida a caballo entre dos mundos, el Nueva York en que creció, y el París del que debió huir junto a sus padres, de quienes heredaría esa nostalgia por el viejo mundo.

 

No es muy común que las memorias de un editor sean unas memorias de contenido político; normalmente se encargan de recordar la relación del editor con sus autores o relatar interioridades del negocio editorial, pero las suyas son, en efecto, como el título indica, las memorias de una educación política…

Siempre he creído que el negocio editorial es un microcosmos que refleja, a menor escala, lo que ocurre en el resto de la sociedad. La historia del mundo editorial refleja cómo han cambiado las cosas, mucho más de lo que a mí me gustaría. La mayor parte de la gente joven que trabaja en el negocio editorial no tiene idea de que las cosas fueron diferentes en algún momento. Es importante contar esta historia de cambios, explicarla, y descubrir cómo, en consecuencia, también han cambiado las ideas.

 

¿Fue eso lo que motivó su escritura? ¿Desde el inicio pensó en dejar testimonio de esta historia de cambios, en la que –como dice en el libro– el nuevo panorama editorial no es consecuencia de la globalización sino una consecuencia de decisiones empresariales y políticas?

Sí, era consciente de ello mientras escribía el libro, principalmente porque tengo hijos jóvenes y porque trabajo día a día con gente mucho más joven que yo, gente muy apasionada por su trabajo, muy formada intelectualmente, pero que no veía la posibilidad de que las cosas fueran distintas, y que no sabe que, en efecto, fueron distintas. Si hablamos de nuestros gobernantes, por ejemplo, allá por 1949 teníamos un presidente demócrata, Harry Truman, por todos considerado conservador, pero que en realidad se encontraba mucho más a la izquierda de lo que se encuentran hoy Hillary Clinton u Obama. Para mucha gente hoy en día es difícil entender que hubo un tiempo en que Estados Unidos y Europa estuvieron mucho más cerca de lo que están ahora. Ésa fue una de las razones que me animaron a escribir el libro. Hubo un tiempo en que Estados Unidos miraba a Europa, y compartíamos valores y visiones del mundo similares, ya no es así.

 

¿Siempre pensó en la edición como un asunto político?

Se ha convertido en un asunto político debido a las presiones que se ejercen sobre las casas editoriales. Como relato en Una educación política, ninguna de las grandes editoriales americanas publicó nada referente a Iraq que fuera crítico con el gobierno durante años. Es recién desde hace un tiempo que pueden verse libros así publicados por los sellos de los grandes grupos. El mundo editorial se ha visto imbricado en lo político más de lo que debería. Y esa imbricación es muy peligrosa, máxime cuando compete a las editoriales, los periódicos y el resto de medios, ya que todos pertenecen a los mismos grupos.

 

Cuando años atrás escribió La edición sin editores, donde describía el negro panorama que se cernía sobre el mundo editorial en Estados Unidos, recibió muchos espaldarazos desde una Europa satisfecha y magnánima en su diferencia. Luego, cuando publicó El control de la palabra, en la que analizaba ya la misma problemática pero en el mercado europeo, las reacciones no fueron tan buenas…

Así es, y está contado en las páginas de Una educación política cómo los editores europeos decían: Sí, es terrible lo que está pasando en Estados Unidos, por suerte eso nunca ocurrirá aquí. Y claro, no es verdad, ya está ocurriendo. Hay muchos grupos mediáticos en Europa que poseen intereses en las distintas áreas del negocio cultural, prensa, televisión, editoriales… y que subordinan su línea editorial a esos intereses de negocio. El problema, que se anticipaba en las páginas de La edición sin editores, se ha convertido en una cuestión universal, ya no sólo restringida a Estados Unidos.

 

¿Cree que, como pensaba el joven André Schiffrin en las páginas de Una educación política, todavía existe una manera europea de hacer las cosas?

Creo que depende mucho del país del que estemos hablando. Por ejemplo, hace un tiempo una encuesta preguntaba a la gente en Reino Unido y Francia si creían que el libre mercado es lo adecuado para el futuro de sus países. Dos tercios de los ingleses respondieron que sí, mientras que sólo un tercio de los franceses hizo lo mismo. A pesar de la victoria de Sarkozy y de su discurso, como hemos podido ver en las huelgas que han adornado los inicios de su mandato, en Francia todavía existen reparos para sumarse a ciertos usos americanos, en lo que a mercado y cultura se refiere. Pero sí, las cosas están cambiando. Aquí en España, por ejemplo, existe ahora un asunto con la inmigración, y parece ser que los políticos están desarrollando un discurso similar al americano, empujando –o siendo empujados– a la opinión pública hacia la derecha. Incluso países como Dinamarca… ¿quién hubiera pensado años atrás que Dinamarca apoyaría la invasión de Iraq? ¿O quién hubiera imaginado que un partido que reclama la herencia fascista ganaría la alcaldía de Roma o dominaría toda la región Norte de Italia? Durante años los europeos se han sentido superiores a los americanos porque no tenían que afrontar un problema racial, las sociedades europeas eran considerablemente más homogéneas que la americana, ya no lo son, y eso ha cambiado y está cambiando las cosas.

En el libro relata cómo, cuando compraron Pantheon, le prometieron que no querían cambiar las cosas, que estaban contentos con los libros que publicaban y que las cosas seguirían haciéndose como usted quisiera, pero no fue así. ¿Es ésa su experiencia particular o ha ocurrido y ocurre siempre así?

Ocurre siempre así. Muchos de mis amigos editores opinan y me han dicho que esa es la parte más divertida del libro, a todos les ha ocurrido exactamente lo mismo, palabra por palabra.

 

No conozco la situación en Francia, pero aquí en España está teniendo lugar un auge de pequeñas editoriales independientes, que están publicando libros extremadamente interesantes y que están consiguiendo llegar a un público lo suficientemente amplio como para permitirles sobrevivir y continuar haciendo un buen trabajo…

Es un fenómeno universal, está ocurriendo en todos los países que conozco. Incluso se repiten muchos de los patrones, país a país. Es normalmente gente joven, además de ser gente que ha trabajado o colaborado en las editoriales de los grandes grupos, y que parece ser que ha decidido que ésa no era la manera adecuada de llevar su vida o el negocio editorial y se ha atrevido a dar un giro importante. Y está publicando muchos de los libros más interesantes que se pueden encontrar en sus distintos países. Escribí un artículo sobre este fenómeno hace unos meses en Le Monde Diplomatique, en el que comentaba los diferentes modelos de negocio que sustentan a estas editoriales.

 

En el libro cuenta, y es muy interesante, que históricamente las editoriales han tenido siempre un beneficio del 3% o el 4%.

Exactamente, así ha sido a lo largo del siglo xx, y la cosa funcionaba: Gallimard y demás no eran precisamente pobres. Existían unas reglas propias del mundo editorial, unos beneficios, que eran respetados por todos. El problema surge cuando empiezan a entrar personas que provienen del mundo de la prensa, los periódicos y las revistas, y dicen: En un periódico en Estados Unidos el beneficio es del 25%, ¿por qué no puede ser igual con los libros? Claro, los periódicos y las revistas tienen publicidad, mientras que los libros no, pero ésa no es la manera de pensar de esta gente, así que empiezan a exigir ese beneficio del negocio editorial. Y esta presión se les ha vuelto en contra también, porque incluso hoy en día en Estados Unidos, un periódico que tenga sólo un beneficio del 19,5% tiene problemas. Hay una serie de áreas del mundo de la cultura en que no se espera que el beneficio sea tan alto, a nadie se le ocurriría pensar que la ópera o el teatro deberían alcanzar esos márgenes de beneficio, pero sí se lo exigimos a los libros, a todos los libros.

 

Puede parecer una visión fatalista, ¿pero la buena literatura no puede venderse bien?

No necesariamente. Por ejemplo, los diferentes libros de Kafka no vendieron más de seiscientos ejemplares. Hay muchos buenos libros que tardarán años en vender relativamente bien y hay otros que nunca venderán demasiado. Y los editores sabíamos eso, estábamos preparados para ello. Pero hoy en día la situación es completamente diferente, son los departamentos de marketing los que deciden qué libros se publican y cuáles no, basados en juicios de riesgo y beneficio. Y ya no sólo se aplica a los libros, sino a los editores. Los jóvenes editores saben que su carrera depende de cuánto vendan los libros que deciden editar.~

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(Lima, 1981) es editor y periodista.


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