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La obra muestra a un judío ortodoxo, a un cristiano y a un musulmán orando. Uno encima de otro, en ese orden. Se llama Stairway to heaven, en homenaje a la legendaria canción de Led Zeppelin. Para completar el cuadro, al fondo hay otra pieza: una metralleta uzi (de manufactura israelí) sostiene una menorah, el tradicional candelabro judío de siete brazos. Las obras son creación de Eugenio Merino (Madrid, 1975) y fueron expuestas en el pabellón de la galería ADN en la recién concluida edición de Arco, la feria madrileña dedicada al arte contemporáneo que clausuró el domingo en Madrid su 29ª edición.

Las protestas no esperaron ni al listón inaugural. No había abierto la feria cuando el embajador israelí, Raphael Schutz, difundió su malestar sobre la naturaleza de las obras. “El conjunto de las obras de Eugenio Merino expuestas en Arco incluyen elementos ofensivos para judíos, israelíes y, seguramente, para otros”, afirmó la Embajada de Israel en España en un comunicado reproducido con velocidad en los principales medios.

Stairway to heaven pronto se convirtió en la obra más fotografiada de la feria. Las reacciones no se hicieron esperar. El presidente de Acción Católica General, Higinio Martínez, afirmó a los medios que la representación de las religiones católica, musulmana y judía resultaba, incluso, “positiva”. La Federación de las Comunidades Judías de España tuvo una lectura menos optimista y declaró que la obra de Merino “hiere la sensibilidad de un grupo religioso y socava los cimientos de la convivencia democrática”. Y finalmente, la Junta Islámica decidió que la escultura sólo hablaba de “las estructuras de poder”.

¿Y el artista? “Yo soy muy ingenuo, no creo que mis obras vayan a molestar”, afirmó Merino en el El País refiriéndose a la protesta de la representación diplomática israelí. Bastante ingenuo, de hecho, resulta si se toma en cuenta que hace tan sólo un año que el mismo artista se vio envuelto en otra encendida polémica. La pieza 4 the love of Go(l)d mostraba al artista inglés Damien Hirst volándose los sesos con un revólver en una alusión irónica al trabajo de Hirst con animales muertos. “Pensé que, si disfruta tanto del dinero, su próximo trabajo podría ser él suicidándose”, declaró Merino en febrero de 2009 al diario británico The Guardian que tituló el artículo “Una escultura ‘suicida’ de Damien Hirst desata la polémica en España”. Y aún más ingenuo cuando se tiene en cuenta que, hace dos años, Merino presentó Viva Fidel zombie una obra que mostraba a Fidel Castro como un muerto viviente, que igualmente ganó sobrada atención mediática.

Lo que queda claro es que, polémicas aparte, Merino vende. Stairway to heaven se vendió por 45,000 euros. La escultura de Damien Hirst, por unas 29,000 libras esterlinas (unos 33,000 euros). Y Viva Fidel Zombie, fue vendida por otros 24,000 euros.

Ejercer la libertad de expresión: 102,000 euros. Hacer rentable la controversia: priceless.

– Verónica Calderón García

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(ciudad de México, 1979). Periodista. Encargada de información internacional en Tercera Emisión de W Radio y redactora de El País en Madrid.


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