hábil tallador de pedernal
sembrador al voleo de semillas de oro en la densa
crin de la noche hipocampo
cultivador demente de diamantes
mellador de hachas como ningún árbol de la selva
Miguel Ángel se sentaba en el suelo
y ponía un amuleto en el huesecillo de sus palabras
cuatro palabras de sol blanco
cuatro palabras de ceiba roja
cuatro palabras de coralillo
Miguel Ángel se tomaba un buen trago
de aguardiente de estrellas maceradas por nueve noches
que hervía en la garganta no extinta de los volcanes
y su tráquea de obsidiana
Miguel Ángel contemplaba en el fondo de sus ojos
las semillas que alcanzaban gravemente su perfil de árboles
Miguel Ángel acariciaba con su pluma
la gran bóveda de los vientos y el remolino polar
Miguel Ángel iluminaba con pinos verdes
la cabeza azul de los papagayos en la noche
Miguel Ángel bañaba con sangre de estrellas lácteas
de venas esmaltadas y frondas de luz
la huella gris
de la hora del día de los días del tiempo de los tiempos
y luego
Miguel Ángel desataba sus músicas severas
una música de arco
una música de olas y jícaras
una música de ríos que gimen
puntuada por cañonazos y frutos del curupay
y los buriles de cuarzo tamborileaban
las agujas de jade despertaban a los cuchillos de pedernal
y los árboles resinosos
Miguel Ángel hechicero de los versos relucientes
el samán se tambaleaba con sus locos brazos enredados
con todos sus dijes de máquinas extraviadas
con la risilla del mar en calma
en el cuello cosquilludo de las caletas
y la amistad minuciosa del Gran Viento
cuando las flechas de la muerte alcanzaron a Miguel Ángel
no lo encontraron yaciente
sino erguido en su gran estatura
al fondo del lago que se iluminó
Miguel Ángel hundió su piel de hombre
y se puso su piel de delfín
Miguel Ángel se quitó la piel de delfín
y se volvió arcoiris
Miguel Ángel se desvistió la piel de agua azul
vistió su piel de volcán
y se instaló montaña siempre verde
en el horizonte de todos los hombres –
De Poesía completa© Editions du Seuil Traducción de Una Pérez Ruiz