Curso de ética periodística

A veces la prensa defiende la libertad de palabra y simultáneamente intenta adueñarse el monopolio de esa libertad. 
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Encontrar el interés general es mucho más sencillo de lo que algunos piensan. Su definición es universalmente compartida. El interés general coincide con el mío.

Probablemente sucede en muchos ámbitos, pero lo he observado especialmente en profesiones que están cerca de la mía o me resultan simpáticas. Soy el primero en pensar que salvo la civilización cada vez que elimino una coma que separa el sujeto y el predicado, pero a veces, en noches intranquilas, me pregunto si es del todo cierto.

En la época más dura de los recortes, la defensa de la calidad de la sanidad y la educación coincidía a menudo con la defensa de las condiciones laborales de los profesionales. Es frecuente escuchar en nuestro país reivindicaciones de la filosofía como un elemento indispensable para el pensamiento crítico. En los momentos más floridos se dice que la filosofía desaparece porque “no quieren que se piense”. Es probable que recibir clase de filosofía aliente el pensamiento crítico. Lo que resulta más dudoso a juzgar por las pruebas y algunas de las defensas de la asignatura es que impartir clase de filosofía lo haga.

En muchas campañas de animación a la lectura o promoción de actos culturales aparecen frases más bien cursis y tópicos sobre las bondades de la lectura. Los libros nos salvan de la ignorancia, enriquecen nuestra vida, cada vez que cierra una librería sufrimos una tragedia, repitamos todos juntos: gracias a los libros no nos convertimos en miembros del rebaño.

Uno de los ejemplos más claros es el que ofrece mi oficio favorito: el periodismo. No hay profesión que me guste más, llevo toda la vida trabajando en sus arrabales y espero llegar a ser periodista cuando me haga mayor. Me parece más importante leer el periódico que leer novelas. Soy más sensible a la épica del oficio que a la de ningún otro trabajo: me gusta la escena final de las películas clásicas, cuando el periodista defiende la labor fiscalizadora de la prensa y la necesidad de pluralidad en el mercado de ideas. Pocas actividades han sabido crear un aura comparable sobre sus aspectos negativos, como la hipocresía o el cinismo. En la introducción de Noticia bomba, una gran novela sobre el periodismo, Christopher Hitchens recordaba la anécdota de un corresponsal en el extranjero que preguntaba: “¿Hay alguien aquí que haya sido violada y hable inglés?”. Su lado más oscuro tiene también su poética. “La única función del periodismo es comprobar si los canallas dicen la verdad, dado que los santos ni se acercan”, ha escrito Arcadi Espada, el mejor analista de la prensa que conozco.

En ocasiones, el periodismo se parece a ese relato de Quim Monzó donde una chica quiere romper con su novio porque es un egocéntrico, solo está pendiente de sí mismo y no habla con ella. “No, no rompas conmigo, cuéntame qué es lo que te molesta de mí. Explícame por qué piensas que soy tan egocéntrico. Vamos, cuéntame cómo soy”, le dice él. Cualquier catástrofe se convierte rápidamente en un debate sobre el periodismo, que entre otras cosas resulta más barato que el periodismo. Cuando trabajaba en la tele, si no conseguíamos un asunto porque llegábamos tarde o un competidor pagaba más a los protagonistas de la noticia, montábamos un debate ético sobre la conveniencia de tratar el tema.

La tarea de fiscalización que ejerce la prensa es imprescindible, pero no siempre funciona igual sobre sí misma, más allá de los debates sobre la conveniencia de una imagen u otra. No es raro ver en la prensa desgarradoras denuncias de las puertas giratorias, aunque también podrían señalarse periodistas que han recurrido a ellas de manera parecida a como todos nos aprovechamos de nuestra posición: en la medida de nuestras posibilidades.

Conviven pequeños matices que lo cambian todo o aspectos tan obvios que no se ven, a la manera de la carta robada de Poe o a que se subvencione con dinero público la atención sanitaria privada de los miembros de la asociación de la prensa madrileña. También, pese a la rivalidad, a veces es bonito ver las respuestas solidarias frente a amenazas comunes. Hace solo unos días hemos visto una respuesta de ese tipo contra Mario Vargas Llosa. El escritor ha sido criticado por desmentir un artículo del New York Times que apuntaba la paradoja demoledora de La civilización del espectáculo: está en el propio Vargas Llosa, que según la pieza habría anunciado su relación con Isabel Preysler en su cuenta oficial de Twitter y habría vendido la historia a Hola por 850.000 euros. La historia es falsa (por ejemplo, Vargas Llosa no tiene una cuenta de Twitter, pero a quién le importan esos detalles). Atacar el contenido de un ensayo por la vida sentimental de su autor es resultón, pero argumentativamente no es muy sólido. Esa línea de ataque también se ha extendido por España, sin que haya molestado en exceso un elemento machista y puritano que sería un tanto ofensivo si las víctimas del ataque no fueran percibidas como “de derechas”.

El autor de Conversación en la Catedral criticó el trato de la prensa y que los asuntos del corazón ocuparan un lugar cada vez mayor en el periodismo generalista. El Español, que en su breve trayectoria ha publicado piezas innovadoras y admirables, dedicó un artículo y luego un editorial a las palabras del Nobel, defendiendo “el periodismo español” y diciendo que el autor no se podía quejar, ya que había salido “oportunamente acicalado” en el Hola y había acudido a un acto social con su pareja. Unos señalan el contraste entre la crítica a la frivolidad estética en el libro de Vargas Llosa y que su pareja haya sido protagonista de las revista del corazón; a mí me llama la atención la defensa de la libertad de palabra y el intento simultáneo de adueñarse del monopolio de esa libertad. Pero cuando señalamos una paradoja podemos olvidar que a veces la contradicción está en el mundo y a veces en nuestras expectativas.

Recuerdo una discusión en el programa de televisión en la que una reportera bastante ingenua dijo para defenderse: “Oye, que yo saqué sobresaliente en ética periodística en la carrera.” El presentador sonrió y le dijo: “¿Qué te crees? Todos sacamos sobresaliente en esa asignatura.”

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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