A mi querido y admirado Guillermo Sheridan no hay quien lo entienda (lo cual quizá explica su gran éxito como bloguero). ¿Por qué, tras leer mi apenas justa evaluación de mi gata Polvorilla, él, en su blog, tiene que desatarse en insultos a su gata Pipoca Olivia de Havilland Hija de la Chingada de Pantufla, esa pobre animalilla insultada en un montón de nombres o apodos tan degradantes que ni siquiera lo matiza un poco el nombre de una actriz fílmica tan sosa y menos sexy que una pantufla como fue Olivia de Havilland? ¿Qué está pasándole al lúcido William de acá? Además, ya en la embriaguez de la ira a quienes tenemos gatas que no son Pipocas, y tras leer mi sentida elegía, indirectamente me acusa de cometer la “extraña empresa de redactar gatos”.
Vaya pues, ¿será más noble difamar e injuriar gatos, o creerá que él no redacta sino escribe gatos? … Todo en su andanada es alevoso y poco valiente, porque se trata de una gatita indefensa ante un rapto (no habitual, conste) de energumenia que yo creía inconcebible en Sheridan.
Y perdón si incurro en “sospechosismo”, pero ya estoy creyendo que si Pipoca dizque se cayó del balcón del quinto piso donde Sheridan vive (rumiando un injustificado, injustificable, nobaudelairiano y hasta nolovecraftiano rencor) es porque Guillermo brutalmente la defenestró.
El antifelinismo, doblado de antifeminismo (Pipoca era gata), ¿es prueba de salud mental?
P.S. Va otra foto de la maravillosa Polvorilla, muy jovencita. Si la ven algo intimidada es quizá porque ya preveía la existencia de imprevisibles guillermos.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.