Oh, aquellas bellas muchachas que atendían en la inolvidable Librería Francesa en los tiempos en que ésta se hallaba en el primer tramo del Paseo de la Reforma. Para ver si alguna vez sonreían, uno les pedía las obras de un prolífico escritor:
—¿Tienen la biografía de Victor Hugo, por Luis Meme?
—No, mesié, disculpe.
—¿Y el ensayo de Luis Meme sobre Apollinaire?
— Tampoco, mesié.
—¿Y el libro sobre Stendhal por Luis Meme?
—Lo sentimos, mesié, no tenemos nada de ese autor.
—¡Pero si la vitrina está llena de obras de Luis Meme!
—Imposible, mesié.
—Por favor, venga a comprobarlo.
Una de ellas lo acompañaba a uno saliendo a ver la vitrina y sufría una rabieta al ver los tomitos verdes, azules, amarillos, etc, de una colección dedicada a Escritores de Todos los Tiempos :
Victor Hugo, par lui-même.
Apollinaire, par lui-même.
Stendhal, par lui-même.
Etc.
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Sor Juana Inés de la Cruz hizo un bello poema traduciendo en frutas el cuerpo de la Condesa de Paredes, la virreina. La convirtió así en un deleitoso festín vegetariano.
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Tiempos del gobierno de Stalin en la Unión Soviética. Se convocó a un concurso para un monumento escultórico al poeta Pushhkin. Fueron presentados varios proyectos: Pushkin escribiendo con una larga y romántica pluma de garza; Puchkin, pluma en mano, enfrentando heroicamente a la tormenta para escribir una oda; Pushkin herido en duelo a pistola y yaciente junto al pedestal de un doliente ángel; etc.
Ganó el concurso una estatua de Stalin leyendo un libro de Puschkin.
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Los autores comprometidos que escriben “para darle voz al pueblo” ejercen una suerte de ventriloquía.
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Hay seudónimos que apenas nos hacen seudoanónimos.
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Ya la posmodernidad no es lo que antes era.
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Lo que más molestaba a aquel poeta no era el hecho de que lo hubieran excluido de una gran antología de la poesía latinoamericana, sino saber que ni siquiera se le había tomado en cuenta para excluirlo.
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Hipócrita seudónimo, mi semejante, mi enemigo.
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Nunca en los cocteles faltaba alguien para decirle a Jorge Ibargüengoitia:
— ¿Humorista, usted? ¡No me haga reir!
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A tanto como a polígrafo no llegaba, pero sí a polisílabo.
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En la Academia, el otrora audaz escritor se puso en conserva.
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Cada vez que lograba un texto sin faltas de ortografia y/o de sintaxis, creía en la inspiración.
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Para desacreditar a su eterno plagiario, adrede se puso a escribir mal.
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Su libro de Memorias debió en realidad llamarse La Vuelta a un Ombligo en Ochocientas Páginas.
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Agotado, ojeroso, hambriento, pero por fin satisfecho de una noche de heroico teclear en la computadora, el empeñoso prosista gritó hacia la ventana, hacia la ciudad, hacia la luz de la madrugada:
— ¡Vedme aquí surgiendo triunfador de una desigual batalla con el monstruoso gerundio!
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El fecundísimo novelista, furioso, le dice al crítico que siempre descalifica sus obras:
— ¿Cree usted que es fácil escribir novelas? ¡Me gustaría que escribiera usted siquiera una!
El crítico, cortés:
—Lo mismo le digo yo.
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Portrait of the artist as a young dogno lo escribió Snnopy, sino Dylan Thomas.
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Tenía todos los cuadernos de su diario enteramente llenos de la imperiosa frase en mayúsculas:
NULLA DIES SINE LINEA.
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El famoso autor:
—Escribir es morir un poco.
El atento lector:
—Pues escriba, escriba usted mucho.
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En el café de los literatos:
—¿Y a tu reciente libro cómo le va?
—¡Terriblemente! Fue censurado.
—¡Pero, ¿cómo? ¡Si el gobierno suprimió la censura!
— Censurado por el público, debo confesar.
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Su autobiografía era una hermosa vida difamada por una fea prosa.
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Al día siguiente, ya pasados los efectos de la borrachera, se aterró al recordar a quién le había solicitado un prólogo para su libro.
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Hay quienes creen que para ser escritor de élite (como Salvador Elizondo) casi basta con salir fotografiado en la cuarta de forros escribiendo con pluma Montblanc.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.