Acaba de llegar a la redacción de Madrid la Vida de Samuel Johnson, de James Boswell, traducida por Miguel Martínez-Lage y editada por El Acantilado. Por indicación de la editorial, no les diré nada todavía sobre el libro, excepto que es prodigioso y que es inteligentemente heroico publicarlo por vez primera íntegro en español (con sus dos mil páginas). Les hablaré, en cambio, de la casa de Samuel Johnson y de lo rápidamente que comprendí, gracias a él, lo divertido que podía ser mi oficio, que por aquel entonces consistía en escribir enciclopedias y diccionarios.
La casa del Doctor Johnson está justo al norte de Fleet Street, la legendaria calle de los periódicos londinense, en mitad de la City, y es uno de los pocos edificios de principios del siglo XVIII que sigue en pie allí. Al parecer el edificio estuvo en ruinas durante mucho tiempo hasta que en 1911 lo compró un parlamentario liberal, lo reformó y lo abrió al público bajo la gestión de un trust. En todo caso, llegué allí por primera vez hace cinco años, pagué mi entrada a una viejita simpática seguido por mi flamante novia –cuyo estoicismo durante esa densa visita, ahora me doy cuenta, era toda una declaración– y yo corrí por las escaleras de madera hasta el último piso, donde se hallaba una primera edición del Diccionario que Johnson escribió y que yo adoraba. Junto a él, en varios plafones de espuma, se recogían algunas de sus mejores definiciones:
Avena: Grano que en Inglaterra se da normalmente a los caballos, pero que en Escocia, al parecer, sustenta a los hombres.
Aburrido: Que no entusiasma, que no deleita; como por ejemplo en hacer diccionarios es un trabajo aburrido.
Jefe: El que tolera, apoya o protege. Normalmente un miserable que apoya con insolencia y es pagado con halagos.
Tory: El que se adhiere a la vieja constitución del Estado y la jerarquía apostólica de la iglesia de Inglaterra. Opuesto a Whig.
Whig: Una facción.
Y la más célebre de todas:
Lexicógrafo: Escritor de diccionarios; un ganapán inofensivo que se entretiene buscando el sentido original, y detallándolo, de las palabras.
Cuando Magda llegó al piso de arriba me encontró doblado de la risa.
–¿De qué te ríes? –me preguntó con un cierto pánico en el rostro.
Supe que se estaba dando cuenta de que, en efecto, se había liado con un ganapán inofensivo.
– Ramón González Férriz
(Barcelona, 1977) es editor de Letras Libres España.