Imagen: Ross McDonnell*

Después de las autodefensas

Hay un riesgo real de que el trabajo se quede a medio terminar y que de entre las autodefensas veamos surgir una nueva versión de los templarios.
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El surgimiento de los grupos de autodefensa en México ha echado luz sobre la avanzada descomposición social en regiones del país como Michoacán, pero también sobre varios componentes que permitieron esa escalada de violencia. El aspecto más visible —sobre todo en el ámbito local donde policía y funcionarios colaboran o simplemente no tienen la fuerza para desafiar la autoridad de los grupos criminales— es que el Estado abandonó a los ciudadanos.

Un documento elaborado en conjunto por el Wilson Center y la organización InSight Crime, llamado El dilema de seguridad en México, las autodefensas de Michoacán, considera que estas milicias son el fenómeno más interesante en siete años de hiperviolencia criminal en México. En principio, se reconoce la profunda frustración que ha llevado a los civiles a enfrentar por sí mismos a una organización aparentemente arraigada que extorsionaba, secuestraba y usaba a la policía para sus propios fines, pero no deja de observarse el armamento de alta potencia (fusiles AK-47, AR-15 y Barret calibre .50), de uso exclusivo de las fuerzas armadas, pero cuya tenencia ha sido legitimada por las autoridades federales, limitando el control solo a armas superpesadas como misiles tierra-aire y lanzagranadas.

Los investigadores señalan que “en el corto plazo, a través de las milicias, se produce una solución temporal para el problema inmediato: los Caballeros Templarios. A mediano y largo plazo, sin embargo, podría estarse abriendo espacio a otros actores criminales, complicando el restablecimiento del estado de derecho en Michoacán”.

Estas milicias son grupos con diferentes orígenes, motivos e intereses a largo plazo, si bien algunos son agricultores y empresarios que se cansaron de la situación, no puede descartarse que otros grupos de vigilantes sean meras fachadas de los grupos rivales que buscan una manera de tomar ventaja de la situación. Como hacen notar los autores de este estudio, los líderes de las autodefensas se plantan decididamente contra el secuestro, la desaparición y la extorsión, pero guardan silencio o eluden el tema del tráfico ilegal de drogas, importante fuente de fondos de las organizaciones criminales en el estado.

José Manuel Mireles, vocero de las autodefensas, puso condiciones al desarme. Pidió la cabeza de siete líderes templarios para iniciar cualquier negociación. Les han entregado cuatro, incluidas las del fundador e ideólogo del grupo, Nazario Moreno, y la de Enrique Plancarte, otra de sus principales cabezas. Sin embargo, no hay garantías de que la caída de Servando Gómez La Tuta y la desarticulación del cártel signifique la desmovilización de los que lo combaten.

Para el gobierno la opción de neutralizar y desarmar a los grupos de autodefensa sin que la acción se convierta en enfrentamientos violentos parece haber quedado cancelada. En el pasado, los autodefensas se han enfrentado a efectivos militares a quienes incluso han retenido para negociar liberaciones de sus integrantes. Más todavía, en los acuerdos preliminares los civiles armados ya han descartado la entrega de armas; ellos solo hablan de “legalización y coordinación”.

El documento ve una opción viable: reaccionar a la actuación de las autodefensas de forma individual, no colectiva, enviar un mensaje claro de que las organizaciones criminales pueden ser atacadas mediante una alianza fuerte y funcional entre la comunidad y el gobierno, que si cooperan con la autoridad obtendrán respaldo; de no hacerlo, se mantiene abierta la posibilidad de entablar cargos criminales.

Pero el problema inicial se mantiene ahí: los ciudadanos fueron abandonados lo mismo por autoridades locales y estatales (bajo sospecha de colaboración con los Caballeros Templarios) que por el gobierno federal que sigue teniendo abiertos frentes como Tamaulipas donde la gente vive asediada por las bandas criminales y los asesinatos ligados al crimen se han cuadruplicado, según algunos conteos.

InSight Crime y el Wilson Center coinciden: hay un riesgo real de que el trabajo se quede a medio terminar y que de entre las autodefensas veamos surgir una nueva versión de los templarios, que veamos a alguno de estos grupos transformarse en otro actor criminal que imponga el silencio por medio del temor y gobierne al margen de la legalidad. Las armas de alto calibre ya las tienen, lo mismo que el aval para conservarlas.

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* En el número de mayo de Letras Libres, Ross McDonnell, fotógrafo y cineasta publica una galería de fotos titulada: Vigilantes.

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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