Dialectos de la familia

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โ€œAdvierto, desde que piso tierra de Espaรฑa, que se apodera de mi mente un esfuerzo de traducciรณn. ยกY soy un discรญpulo de las disciplinas lingรผรญsticas del siglo de oro! ยกCuรกnto mayor no serรก el esfuerzo para cualquier hijo, plenamente dialectal, de mi pueblo!โ€

Asรญ escribรญa el mexicano Alfonso Reyes alrededor de 1924 (โ€œPsicologรญa dialectalโ€, en el tomo ii de sus Obras completas, FCE, pp. 339-341). Este discรญpulo de las disciplinas lingรผรญsticas del siglo de oro es, sin duda, una de las mejores compaรฑรญas para todo migrante latinoamericano culto dispuesto a sumergirse en la experiencia espaรฑola con los cinco sentidos desplegados. Pero incluso si uno es un hijo โ€œplenamente dialectalโ€ de su pueblo, intuirรก que muchos de los giros que lo separan del hombre peninsular configuran una riqueza lรฉxica que no conviene rechazar. Y, no obstante, encuentro un grado de exageraciรณn en lo afirmado por el filรณlogo de Monterrey.

Abrazado por la indiscutible generosidad de una lengua compartida, el latinoamericano en Madrid necesitarรก, sรญ, traducir la jerga local a su propio universo dialรฉctico, pero de manera natural, tal y como se teje una conversaciรณn. Un dialecto es un distanciamiento, no una mutilaciรณn, o para decirlo con una imagen feliz del propio Reyes: โ€œEl hijo que alcanza la mayoridad es, a los ojos del padre, un dialecto de la familiaโ€. ยฟHemos alcanzado nuestra mayoridad? Sin duda alguna; tan es asรญ que ya no sentimos a Espaรฑa como una madre, aunque sรณlo sea por la incomodidad y el rubor que significarรญa seguir en el calor de su regazo, tan grandotes y peludos como estamos. Asรญ pues, considero que la frontera dialectal es mรกs bien una serie de velos que se van quitando sin esfuerzo conforme se suman semanas y semanas de estadรญa en una tierra que nos resulta cada vez menos extraรฑa: una tierra de amigos y de primos.

Pero no todo es miel sobre hojuelas. Mรกs que los lexicones locales, nos separan atavismos y reflejos culturales de difรญcil modificaciรณn. La excesiva cortesรญa, el servilismo y el empequeรฑecimiento general que se apoderan de nosotros ante la tronante presencia de los dioses barbados es tal vez la grieta mรกs notoria del edificio que entre todos hemos levantado. Sรฉ que me adentro en la tierra del lugar comรบn, y que se ha superado en gran medida ese trauma originado cuando creรญmos que el conquistador y su caballo eran un mismo animal, pero es que sigo atestiguando mes a mes cรณmo un ecuatoriano o un mexicano, por medio de una gesticulaciรณn y una entonaciรณn muy particulares, en lugar de pedir un cafรฉ, piden permiso para pedir un cafรฉ, o peor: piden perdรณn por pedirlo. Esto me lleva a un tema mรกs divertido: el de la excesiva cortesรญa traducida en retรณrica. Un mexicano harรก uso del circunloquio, la digresiรณn, la comparaciรณn y hasta la poetizaciรณn para evitar decir algo francamente, mientras que el espaรฑol no concibe otra figura que la recta para unir dos puntos. Esto no nos hace mรกs poetas, sรณlo literalmente mรกs entretenidos. Quiero insistir en que ese barroquismo nace de una voluntad de eludir, no de embellecer. Si salgo a la calle y le pido a un espaรฑol que me indique cรณmo llegar al (inexistente) monumento a Julio Trujillo, es muy probable que carraspee, escupa y acepte que no sabe. Un mexicano harรก una pausa dramรกtica para pensar con la mirada hacia el cielo. Despuรฉs dirรก:

โ€“Sรญรญรญ, estรก mรกs o menos cerquita, tienes que ir todo derecho por esta calle hasta llegar a otra calle importante, ahรญ pus hay que agarrar el sentido pal que vaya y luego, creo que por donde estรก una placita, ahรญ mero hay que preguntar. 

Ese formidable rodeo es sรณlo para tapar el vacรญo de la ignorancia. ยกOtro pueblo serรญamos si aceptรกramos, con sencilla y rotunda valentรญa, que no sabemos!

Pero volvamos a la riqueza de las diferencias idiomรกticas, al esperanto babรฉlico de cualquier locutorio de Madrid. Busquemos, como dijo mi querido y multicitado Alfonso Reyes, estrellas entre la confusa yerba de los dialectos. Culturalmente hablando, no concibo un golpe mayor a la idiosincrasia lingรผรญstica espaรฑola que la incorporaciรณn de esa cรบspide de la ambigรผedad que es el coloquialismo ahorita, exportaciรณn netamente latinoamericana (ยฟColombia, Mรฉxico?) A mรญ el uso del ahora me fascina y llena de asombro y respeto: es un adverbio de tiempo de personalidad inapelable, una palabra redonda que se cumple a sรญ misma conforme la pronunciamos, una garantรญa de estabilidad y continuidad: uno de esos vocablos, en fin, que todos los dรญas salvan el mundo. No ignoro que ahora tiene diversas acepciones que hacen de รฉl un tรฉrmino mรกs o menos elรกstico en el tiempo, pero son usos que estรกn bajo control y que sabemos acomodar segรบn nuestras necesidades. Ahorita, en cambio, es un disparo al infinito, un estallido en todas las direcciones de la esfera temporal; ahorita halla su hogar en el segundero, el minutero, la manecilla de las horas y el calendario anual; ahorita acaba de suceder o estรก por suceder; ahorita es un pellizco de nanosegundos, o de siglos; ahorita posterga indefinidamente una acciรณn; ahorita es todo el pasado reciente; ahorita es una respuesta cortรฉs y perfectamente hueca; ahorita es inaprensible como el agua entre las manos. Decirle ahorita a un espaรฑol es sacarlo de quicio, descarrilarlo terriblemente, moverle el tapete (algo raรญdo, pero aรบn sรณlido y elegante) sobre el que tan cรณmodamente se posaba. Entre un espaรฑol y un ahorita se abre un abismo irreconciliableโ€ฆ por no hablar del rizo rizado del ahoritica colombiano y del ahoritita mexicano.

Rizamos el rizo: nuestras aproximaciones son sensuales y bamboleantes. Es por ello que no puedo acostumbrarme al uso indiscriminado y perfectamente natural de la palabra culo, aquรญ en Espaรฑa. Entre los cero y los cien aรฑos, todos abusan de ese vocablo como si de una moneda de cambio se tratara. Que conste que mi reparo no es รฉtico sino estรฉtico: son hijos de Quevedo y de Gรณngora pero usan el culo para todo, sin riqueza metafรณrica. A un bebรฉ le dicen, con gran ternura, que le van a comer el culo, y a un adulto lo mandan constantemente a tomar por culo. Y se caen de culo, y se quedan con el culo al aire y hasta se lamen el culo. No se requiere esfuerzo alguno para advertir una obsesiรณn casi infantil por las nalgas y, tal vez, por aquello que encubren tan orondamente.

De la infinita vaguedad del ahorita a la contundente campechanรญa del uso de culo, la distancia es mรกs corta de lo que aparenta, pues la contaminaciรณn y el mestizaje lรฉxico se dan a todas horas y en todos los niveles, de la calle a la prensa, del bar a los departamentos de filologรญa. Y quรฉ bueno: es imposible que una lengua se empobrezca si se entrega a la adiposidad y el mestizaje. Muy al contrario: no dudo que Madrid (burbujeante caldo dialectal) sea una de las ciudades del orbe donde el idioma espaรฑol se encuentre en su forma mรกs saludable y vigorosa. No olvidemos que un buen diccionario se esfuerza siempre por incorporar las palabras y los usos que la calle impone; y que en las calles de Madrid, ese espaรฑol de Espaรฑa que hierve con especias del Ecuador, Bolivia, la Argentina, el Perรบ y Colombia (con una mรกs tรญmida participaciรณn de otros paรญses latinoamericanos), es un magma que se perfecciona y enriquece porque constantemente se autotraduce, al ritmo sabrosรณn de la continua marcha de Lavapiรฉs. ~

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(ciudad de Mรฉxico, 1969) es poeta. Es autor, entre otros tรญtulos, de 'Bipolar' (Pre-Textos, 2008), 'Pitecรกntropo' (Almadรญa, 2009) y 'Ex profeso' (Taller Ditoria, 2010).


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