La democracia no se basa en el unĆ”nime consenso, propio de sistemas autoritarios. La democracia se basa en la posibilidad de disentir. En tolerar, en el sentido mĆ”s noble de la palabra, las razones del otro. En permitir, desde el poder, que las razones de la sociedad sean escuchadas y tomadas en cuenta. En aceptar, en el seno de la sociedad, que razonar nuestras diferencias eleva la calidad de la conversaciĆ³n pĆŗblica y nos hace mĆ”s civilizados y mejores.
Nosotros vamos en sentido contrario. O todo estĆ” mal o todo estĆ” bien, pero hay poco espacio para la discusiĆ³n clara, elaborada, fundamentada, en torno a posturas distintas pero igualmente legĆtimas. La descalificaciĆ³n del otro (polĆtica, intelectual, moral) es un fundamento imposible para la discusiĆ³n, pero es lo mĆ”s comĆŗn en nuestro medio. En la radio, la televisiĆ³n o el Twitter, los usuarios no exponen argumentos sino alabanzas o vituperios, santificaciones o anatemas. Por eso en nuestra vida polĆtica es raro escuchar comentarios matizados, ver como algo natural -por ejemplo- que alguien critique ciertas polĆticas pĆŗblicas y encomie otras sin ser tachado inmediatamente de tibio, contradictorio o vendido. AcĆ” la crĆtica racional se confunde con la oposiciĆ³n irracional, el matiz con la blandura.
En la arena polĆtica, la situaciĆ³n es preocupante. Si la actual legislatura no introduce cambios en el Ć”mbito electoral, 2011 -el aƱo del banderazo en la carrera presidencial- se caracterizarĆ” por un aparente fair play entre los candidatos. Supuestamente no habrĆ” campaƱas sucias, ni acusaciones sin (o con) fundamento, ni golpes bajos, ni ases en la manga. La polĆtica se volverĆ” un juego de caballeros. No habrĆ” “campaƱas negativas”. Pero entonces, ĀæquĆ© habrĆ”? ĀæCampaƱas en donde cada candidato y su partido digan lo que ellos quieran?
Es muy posible que la competencia entre los tres principales partidos y sus candidatos (no creo que haya cuatro) sea tan cerrada como la de 2006. ĀæCĆ³mo discernirĆ” el elector la mejor opciĆ³n? Lo cierto es que las tan temidas “campaƱas negativas”, que son moneda comĆŗn en todo el mundo, sirven justamente para eso, para diferenciar programas, partidos, personas. Sin ellas, la competencia puede volverse engaƱosa, vaga y hasta aburrida. Ante el peligro de vacuidad, la soluciĆ³n -hay que repetirlo- estĆ” en la organizaciĆ³n de disensos razonados, en la organizaciĆ³n de debates.
Recuerdo con cierta nostalgia el primer debate presidencial. Fue el que mĆ”s se acercĆ³ a un encuentro real. OcurriĆ³ en 1994 entre Diego FernĆ”ndez de Cevallos, Ernesto Zedillo y CuauhtĆ©moc CĆ”rdenas. El triunfador en aquella ocasiĆ³n fue Diego, que desde 1968 habĆa mostrado sus espolones de gallo cantor (luego desperdiciarĆa la ventaja que le dio ese triunfo, pero Ć©se es otro cantar). En el debate de 2000, como se recuerda, participaron Vicente Fox, Francisco Labastida y CuauhtĆ©moc CĆ”rdenas. El triunfador segĆŗn las encuestas fue Fox, no por su habilidad polĆ©mica sino por sus golpes de ranchero malicioso (“a mĆ tal vez se me quite lo majadero, pero a ustedes lo maƱoso, lo malos que son para gobernar y lo corrupto, no se les va a quitar nunca”, le dijo a Labastida). En 2006 hubo dos debates. El primero fue casi simbĆ³lico porque LĆ³pez Obrador se negĆ³ a asistir. En el segundo no hubo un claro triunfador.
El problema en todos los casos fue el formato. No fueron debates: fueron largos monĆ³logos punteados por breves interpelaciones. El moderador era una persona que sĆ³lo servĆa de agente de trĆ”nsito, para indicar a cada candidato su turno, o como semĆ”foro que medĆa los tiempos. Cada uno exponĆa su programa y en su turno se defendĆa de las crĆticas de los demĆ”s. No habĆa pĆŗblico en el escenario. Se partiĆ³ siempre de una lista de temas prefijados y hecha sin imaginaciĆ³n, como extraĆda de un informe presidencial. Ninguna licencia, ningĆŗn atisbo de sorpresa o pasiĆ³n que pudiera revelar al hombre detrĆ”s de la mĆ”scara. Hasta el escenario era pobre: unos atriles de plĆ”stico como de concurso de aficionados.
Es hora de trabajar de veras en el diseƱo de los debates. La clave estĆ” en la variedad: debe haber diversos foros (universitarios, empresariales, obreros, campesinos) y escenarios distintos (teatros, foros radiales o televisivos). Para dirigir los debates deben elegirse unos cuantos interlocutores (no moderadores) que preparen libre y secretamente las preguntas a las que someterĆ”n a los candidatos. Esos protagonistas del debate deben provenir quizĆ” de distintos medios, no sĆ³lo acadĆ©micos, intelectuales o periodĆsticos. La condiciĆ³n es que cuenten con prestigio pĆŗblico.
El encargado natural de este proyecto prioritario debe ser el IFE. Pero los ciudadanos y los medios no podemos dejar que los polĆticos tengan la Ćŗltima palabra. Los debates son una oportunidad de oro para hacernos presentes. La televisiĆ³n, la radio y el internet son medios idĆ³neos para estos ejercicios de prĆ”ctica democrĆ”tica. Se puede debatir todo: los asuntos polĆticos, por supuesto, pero tambiĆ©n cosas que rebasan ese Ć”mbito y que preocupan a la sociedad, como el tabaquismo, el maĆz transgĆ©nico, la adopciĆ³n de niƱos por parejas del mismo sexo. En Letras Libres (mayo, 2004) propusimos una serie de iniciativas para impulsar una cultura de debates. Y Lupa Ciudadana lanzarĆ” este aƱo un portal dedicado a debatir. Vamos debatiendo para ponernos de acuerdo. Y comencemos con un ensayo general: las elecciones en el Estado de MĆ©xico.
– Enrique Krauze
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial ClĆo.