En memoria de Humberto Murrieta.
Nuestra ciudad ofrece aún, milagrosamente, un remanso posible: caminar por el Centro Histórico. Hay un aire de la vieja provincia en sus calles, un eco genuino de la Colonia, la era porfiriana y el renacimiento vasconceliano. No sabemos cuánto dure esa paz pero debemos valorarla, habitarla y consolidarla.
El ambulantaje, por ejemplo, se ha reducido a proporciones razonables (o así lo parecía hasta hace unas semanas). El reacomodo se ha hecho mediante la apertura de plazas comerciales y los programas de formalización. Aunque este acotamiento era necesario, y no debe darse marcha atrás, tampoco debe traducirse en la destrucción de esos tianguis espontáneos, cuya persistencia en algunas zonas -como el Eje Central o el costado norte del Zócalo, junto a Catedral- me parece un síntoma de vitalidad. El tianguis no es sólo compraventa sino cultura y convivencia, música y color, diversión y paseo. Es verdad que en espacios estrechos (como la mayor parte de las calles) los ambulantes expropian el espacio físico, visual y auditivo de los peatones, pero debidamente limitados son, como en tiempos prehispánicos, parte esencial de la cultura urbana.
El rescate del Centro Histórico data del sexenio de López Obrador. En ese período -recuerda Jacobo Zabludovsky, quien junto con Norberto Rivera, Carlos Slim y Guillermo Tovar de Teresa participó semanalmente en el Consejo que impulsó y ejecutó el cambio- se comenzó a revertir el deterioro. Entonces se limpió el rostro de las azoteas, volvieron los faroles, comenzó el rescate de muchos edificios coloniales. También se hicieron obras diversas que a veces no se ven pero que son el sustento del nuevo paisaje, como la renovación del drenaje y el alcantarillado, el adoquinado y el cableado subterráneo, que ha resultado más azaroso.
La administración de Marcelo Ebrard, en coordinación con la Autoridad del Centro Histórico (agencia en la que participa el gobierno federal y varias otras instancias e instituciones), ha dado continuidad, amplitud y sistematización al proyecto. Se ha trabajado de manera integral: seguridad, limpieza, rehabilitación de las calles, plazas y monumentos, regeneración de la infraestructura, remozamiento de fachadas, creación de áreas verdes y peatonales, aliento de la actividad turística y cultural, producción social de vivienda etc… Con apoyo financiero y legal, se busca revertir el despoblamiento del centro. El proyecto está a cargo de la historiadora Alejandra Moreno Toscano, que lleva décadas ocupada en el estudio y rescate de la zona.
Ahora son muchos los trechos, rincones y plazas que parecen extraídos de una litografía del siglo XIX. Pienso, por ejemplo, en un tramo de Donceles, entre Isabel la Católica y Palma, o en la Plaza de Santo Domingo, que luce su antiguo esplendor, o Madero, cuyo reciente carácter peatonal permite ver -en verdad ver– los edificios que la hicieron famosa cuando se llamaba “Plateros”.
Gracias al remozamiento paulatino, las iglesias pueden ofrecer sus servicios en santa paz. La recuperación cívica y estética resalta, por ejemplo, los prodigios de la Iglesia de “la Enseñanza” en Donceles. No abundan en ella -ni en ninguna otra, por desgracia- los feligreses, pero sus portadas y retablos invitan al caminante a mirar, a detenerse, a penetrar. El noble tezontle rojinegro de tantos edificios se ha sacudido el hollín; los portales, las verjas y balcones vuelven a relucir; las hornacinas se asolean por la mañana.
Hay vida en el Centro Histórico, museos, exposiciones, fondas, restaurantes, comercios, ajetreo. Pero falta mucho por hacer, por ejemplo, en la promoción de su conocimiento. Hace veinte años, Guillermo Tovar de Teresa -que por mucho tiempo fue Cronista de la Ciudad y es, sin duda, su mayor conocedor- escribió una obra fundamental que debe reeditarse: La Ciudad de los Palacios: crónica de un patrimonio perdido, libro ilustrado tan imprescindible como desolado. Un texto erudito y puntual acompañaba en cada página una doble ilustración: la del inmueble original y la de su estado actual, a menudo ruinoso o ya inexistente. Hoy, que se intenta rescatar lo que queda de aquella riqueza, se necesita un libro complementario al de Tovar (escrito, idealmente, por él mismo) que explique cada edificio e iglesia, cada calle y callejón, cada detalle.
Ese libro contendría el tesoro informativo que las tecnologías actuales permitirían procesar y ofrecer a través de todos los instrumentos modernos: videos, audioclips, videoclips, sitios web, redes sociales, etc… “México es tu museo” ha ensayado esa buena idea, pero de manera limitada y con textos pobrísimos. Hay que volver a la tradición de las placas conmemorativas cuyo diseño hay que cuidar porque el tiempo y la incuria no perdonan. Si el Centro Histórico aspira a la condición de un Museo vivo (un museo donde la gente comercia, conversa, se divierte y trabaja), valdría la pena diseñar y ofrecer discos CD y audífonos con paseos por las calles. Con esos materiales, las escuelas podrían organizar magníficos paseos culturales para sus alumnos.
Otras ideas: mejorar la calidad de oferta cultural de la zona (y la comunicación de esa oferta); cerrar más calles a la circulación de automóviles; normar constitucionalmente las manifestaciones que, con el pretexto (o la razón) de una causa social o política, toman al capitalino como rehén; mantener mucho mejor algunas joyas como los murales de Orozco en la Iglesia de Jesús Nazareno, que son apenas visibles.
El rescate del Centro Histórico prueba que el deterioro urbano no es irreversible. Un marco de armonía provoca respeto. Tal vez estoy siendo ingenuo, pero quiero creer que la belleza, la convivialidad y la historia, aunque sea en un entorno modesto, disuaden al vándalo y al delincuente; son, en sentido estricto, argumentos de civilidad.
– Enrique Krauze
(Imagen tomada de aquí)
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.