Fotografía: Manuel Álvarez Bravo

Drama de familia

El 68 no solo fue para Octavio Paz “su hora mejor”, como la llamó Enrique Krauze, por su renuncia a la embajada de México en la India en protesta por la matanza del 2 de octubre. También fue para el poeta un doloroso drama de familia, dado que su exesposa, Elena Garro, y su hija, Laura Helena Paz Garro, combatieron de manera pública no solo el movimiento estudiantil, sino al propio Paz. Lo cuenta Domínguez Michael en este adelanto de su libro sobre Octavio Paz, que Aguilar pondrá en circulación próximamente. 
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Aquel verano de 1968 había traído para los Paz la peor de las noticias. El 19 de septiembre, Octavio le escribe a Jean-Clarence Lambert, su amigo y traductor, informándolo de la cancelación de un viaje a Japón que harían para olvidarse de las Olimpiadas en México, posteriores a las primeras conferencias de Paz en El Colegio Nacional, también canceladas después de Tlatelolco y de la renuncia: “Hace unos días sucedió algo horrible: la única hermana de Marie-José, su marido y su hijo perecieron en un accidente aéreo de Air France, entre Córcega y Niza, del que sin duda te habrás enterado por los periódicos.”1

La pesadilla continuó por cuenta de las Elenas, ante quienes Paz puso tierra de por medio en la India, recibiendo sus cartas pero, al menos, no sus telefonazos, que lo sacaban de quicio. Y algo más: en carta a José Luis Martínez desde Nueva Delhi, el 7 de abril de 1965, se franquea con su amigo preguntándole por un buen abogado debido a la muerte de quien había tramitado su divorcio con Garro en 1959: “He sabido (noticias indirectas pero que me merecen crédito) que quien tú sabes [Garro, obviamente] dice con frecuencia que nuestro divorcio no es ‘legal’. Sé que a veces amenaza con intentar una acción judicial, destinada a anularlo. No creo que lo intente y sé que, si lo intentara, fracasaría: estoy seguro de la legalidad de mi divorcio –para no hablar de su legitimidad moral, sentimental y psicológica–. De todos modos, deseo consultar el caso con un abogado.”2

Mientras Octavio disfrutaba con Marie-José de la India, de Marcel Duchamp y de Claude Lévi-Strauss, de Poesía en movimiento y sus querellas antolométricas, y al tiempo que escribía Blanco, a Elena Garro, en México desde junio de 1963, le había dado por el activismo político, ligado a las organizaciones agrarias del PRI, cuyo destino era perpetuar la manipulación de “los hijos consentidos del régimen”, como los llamaban, paternales y rutinarios, los jilgueros del régimen.

En ese ambiente, Garro se encontró con el político tabasqueño Carlos A. Madrazo, un viejo amigo de juventud, presidente del PRI entre 1964 y 1965, muerto misteriosamente en un accidente aéreo en 1969, quien pretendía reformar el partido (Paz mismo lo creía) aunque sus verdaderos propósitos nunca quedaron del todo claros. Acaso con las mejores intenciones, Garro se empeñó en el trabajo con los campesinos, fervorosa creyente en el nacionalismo rural de la Revolución, una virginidad cuya pérdida atormentaba a los mexicanos cada sexenio después del cardenismo, como puede leerse en El asesinato de Elena Garro (2005), recopilación póstuma de sus artículos de ese periodo. Pero ella, sobre todo, idolatraba a Madrazo, a quien veía como el salvador providencial que México estaba esperando. Garro, en los sesenta, nunca formó parte de la izquierda, como lo quisieron hacer creer a los desmemoriados aquellos tartufos que la trajeron de regreso a México en 1993, deseosos de hacer que librase una última batalla, dizque ideológica, contra Paz.

Tan no era de izquierda Garro que entre 1964 y 1967, por su notorio anticomunismo y sus buenas relaciones entre los políticos y escritores nacionales, Charles William Thomas, de la estación de la CIA en la ciudad de México, trató de reclutarla como agente y la usó como involuntaria y estrambótica informante.3

No solo eso: hasta resultó, a lo lejos, involucrada en el asesinato de Kennedy, si es que es cierto que ella estuvo con Lee Harvey Oswald en una fiesta de beatniks en la que se bailó twist en casa de la supuesta amiga mexicana del magnicida, un lunes 30 de septiembre de 1963, días antes de que, una vez fracasadas sus diligencias para obtener visados en las embajadas de Cuba y la urss, el asesino abandonara la ciudad de México rumbo a Dallas. Cuando las Elenas vieron en la televisión a quien había ultimado a Kennedy, corrieron a la embajada de… Cuba a gritarles “asesinos” desde la calle. El poeta e historiador Manuel Calvillo, amigo de Elena –aquel cuya inclusión en Poesía en movimiento defendería Paz en 1965, a pesar de que los demás antólogos querían dejarlo fuera por haberse comportado “de un modo indecente” contra Orfila Reynal al salir el argentino del FCE–, les suplicó, según parece, que se ocultaran y las ayudó a esconderse.

Solo se sabe de cierto que Calvillo era un escritor desafecto a la izquierda intelectual solidaria con Orfila Reynal. Garro negó la historia en 1992 pero Philip Shenon, tras entrevistar al periodista Francisco Guerrero Galván, sobrino de Garro, la confirmó en 2013. Garro vio o creyó ver al futuro asesino de Kennedy en septiembre de 1963. Un dato más entre los muchos que la condujeron a la crisis paranoica de octubre de 1968.4

Garro había estado merodeando el movimiento estudiantil, por curiosidad, sin duda, pero también como observadora de los acontecimientos, enviada por Madrazo o por su protector Norberto Aguirre Palancares, el jefe del departamento agrario de Díaz Ordaz. También era informante de la policía política del régimen, la Dirección Federal de Seguridad (DFS), como se sabe a través de los documentos desclasificados por el Instituto Federal de Acceso a la Información en 2006. No resultó ser una informante muy confiable, como lo había comprobado la CIA al descartar su reclutamiento. Thomas dijo que, pese a sus contactos, Garro “tiende a romantizar los acontecimientos al reportarlos y hace difícil determinar el grado de credibilidad y la verdadera utilidad de la información que de ella extraemos.”5

Y es que Garro hacía y decía lo que se le daba la gana, libérrima en su locura, la miel de su indudable genio literario. El 17 de agosto publica en la Revista de América un desaforado artículo titulado “El complot de los cobardes”, en el cual, tras culpar por primera vez a los intelectuales de azuzar a los estudiantes, su propio pánico toma dimensiones apocalípticas: “En los tumultos provocados, según los rumores, existen millares de muertos e incinerados secretamente por el gobierno. También se cuentan por millares los detenidos y los heridos en las cárceles. ¿Por qué entonces los intelectuales no buscan a las familias de las centenas de asesinados y heridos para presentarlos a la opinión pública? ¿Por qué no piden seriamente un castigo para los autores intelectuales de estas masacres?”6

El 6 de octubre de 1968, uno de los miembros más radicales del Consejo Nacional de Huelga (CNH), Sócrates Campos Lemus, detenido en Tlatelolco, declaró a la prensa que algunos políticos del entorno de Madrazo habían ayudado materialmente al movimiento, entre ellos “la escritora Elena Garro”, quien en la oscuridad del Cine Chapultepec le había dicho a Campos Lemus (un agente provocador o un muchacho amenazado o ambas cosas a la vez) que el político del PRI le daría al movimiento estudiantil el apoyo popular que le faltaba. Dijo haber comprado armas para los estudiantes en Chihuahua y haber estado en Cuba en el verano de 1966.7

La denuncia de Campos Lemus desquició a Garro y un día después fue ella quien apareció haciendo graves acusaciones en El Universal. Desde la entrada de la nota periodística es notorio que estamos ante un punto de no retorno. Aquella que en París presumía de codearse no solo con los grandes intelectuales franceses sino también con algunos aristócratas, y que lucía en las fiestas trajes (prestados, según su hija) de los diseñadores de mayor prestigio, es descrita “escondida en un misérrimo departamento de esta ciudad y temerosa de ser asesinada por terroristas que la amenazaron de muerte”. La escenografía no cambiará durante el resto de las vidas de Garro y de su hija: persecución y miseria, locura y codependencia de donde surgirán, como un milagro, novelas asombrosas.

Cabalísticamente, El Universal divide las “sensacionales declaraciones” del 7 de octubre en siete puntos: 1) los líderes del CNH le pidieron a Garro que intercediera ante Madrazo para que encabezara la agitación contra el gobierno de México; 2) si Madrazo aceptaba, los estudiantes harían de él un doctor King; 3) los estudiantes planeaban asesinar a Echeverría, secretario de Gobernación, y a Aguirre Palancares, jefe del Departamento Agrario; 4) no son los estudiantes los responsables de la agitación, sino quinientos intelectuales mexicanos y extranjeros incrustados en la unam y en el ipn; 5) entre ellos figuran Jesús Silva Herzog (el veterano director de Cuadernos Americanos), el filósofo Ricardo Guerra, Víctor Flores Olea (aquel que había dialogado con Herbert Marcuse en 1966), Carlos Monsiváis, Leopoldo Zea, director de la Facultad de Filosofía y Letras, del mismo modo que los poetas Lizalde, Sergio Mondragón, Jaime Augusto Shelley, los pintores José Luis Cuevas y Leonora Carrington, “así como asilados sudamericanos y de otros países, incluso hippies de Estados Unidos y muchos otros más son los que han llevado a los estudiantes a promover la agitación y el derramamiento de sangre, y ahora esconden la cara”. “Son unos cobardes, unos cobardes”, insiste; 6) Garro considera al rector Javier Barros Sierra el “principal responsable de toda la conspiración que se encunó” en la Ciudad Universitaria y 7) Garro, presentándose como anticomunista y católica, refuta las acusaciones de Campus Lemus: “Yo no he conspirado contra el gobierno de México. No le he hecho daño y no le temo. Temo sí a aquellos con los que estuve vinculada, sin formar parte de ellos, y que me consideran como reaccionaria a su movimiento.”8

La entrevista, realizada en presencia de Laura Helena, abunda en despropósitos que naturalmente habrán hecho sonreír a Fernando Gutiérrez Barrios, el jefe de la DFS que en los años cincuenta ayudó a Fidel Castro a regresar a Cuba desde su exilio mexicano, al parecer informante lo mismo de la CIA que del G-2 cubano, además del exterminador de las guerrillas urbanas en el México de los setenta. Las ocurrencias de Garro, en un momento en que no era improbable que se desatase una represión al estilo de las sufridas años más tarde en el Cono Sur, indignaron y asustaron a quienes acusaba.

Monsiváis, uno de los cobardes conspiradores según Garro, me contó que semanas después de las declaraciones a El Universal, la escritora, dizque escondida, lo llamó para pedirle dinero prestado, como si nada hubiera pasado. “Estaba totalmente ida”, recordaba Monsiváis.9 Curiosamente, José Revueltas, ángel de la guarda del movimiento y comunista heterodoxo, no aparecía en las listas de Garro, aunque era el único gran escritor mexicano encarcelado después de 1968, movimiento del cual se declaró “autor intelectual”, en una ironía contra la Garro y como un acto de generosidad moral con los estudiantes presos.

El desvarío de Garro llegó hasta Buenos Aires. Escribe Bioy Casares el 22 de octubre de 1968 en el diario, solo conocido póstumamente, de su privanza con Borges: “Después de comer llamo a Borges para hablar de una contestación a un poema de Elena Garro, que pide telegrafiemos nuestra solidaridad a Díaz Ordaz, ministro de Gobernación mexicano [sic], por los últimos sucesos. Explica Elena que los comunistas mexicanos tirotearon al pueblo y al ejército y ahora se presentan como víctimas y calumnian; hay peligro de que el país caiga en el comunismo. Además, pide un telegrama firmado por Victoria, Silvina. Etcétera. borges: ‘Victoria, como Mallea, es una de las personas que para darse importancia quieren saber exactamente lo que firman. Es como si un soldado exigiera en la acción una justificación para cada una de las operaciones, para cada vez que se va a apretar el gatillo.’ En cuanto a Silvina, es también cavilosa. Mucho me temo que nuestro telegrama (‘Rogamos haga llegar nuestra adhesión al gobierno de México’) reúna solo tres firmas: Borges, Peyrou y yo.” Y en efecto: con imperdonable frivolidad –ni siquiera sabían que Díaz Ordaz era el presidente– Borges, Bioy y Manuel Peyrou le hicieron llegar su adhesión al gobierno de México, como consta en archivos.10

¿Qué ocurrió con Garro en ese verano de 1968? Habiéndose cruzado accidentalmente las supuestas actividades reformistas de Madrazo con el movimiento estudiantil, la envergadura de las manifestaciones hizo que Garro temiera (dudo que alguien la haya alertado: lo habría dicho) que la represión caería fatalmente sobre los jóvenes y terminaría cobrándose víctimas entre la disidencia, más o menos tolerada, del partido oficial. Pero también, presa de una crisis paranoide, habría querido comprar protección para ella y para su hija a cambio de seguir informando a la policía política de lo que ocurría entre los intelectuales involucrados con el movimiento. Jugando al doble agente, Garro terminó probablemente por ser una espía espiada y, creyendo servirse de la DFS, permitió que esta se sirviera de ella, sin mayor éxito: Gutiérrez Barrios no detuvo a ninguno de los conjurados señalados por la novelista, aterrada por la denuncia en su contra de Campos Lemus y por las consecuencias que podría tener para ella y Laura Helena la noticia de la renuncia de Paz en Nueva Delhi.

Las mentiras de Garro, porque eso fueron finalmente, lastimaron a numerosos escritores y artistas que no solo la admiraban, sino que la querían. Fueron también el precedente de una insidiosa campaña del régimen y sus corifeos contra los intelectuales, legible en novelas como La plaza (1971) de Luis Spota o en libelos novelados como El móndrigo. Garro nunca gozó del equilibrio emocional necesario para pedir perdón, y en cambio inventó una espesa y novelesca conspiración en su contra por parte de esos intelectuales agraviados que la habrían obligado al exilio, patraña cuya absoluta falsedad recalcó en 2005 nada menos que Elena Poniatowska, la autora de La noche de Tlatelolco (1971), el libro-símbolo del movimiento estudiantil.

Devastado por Tlatelolco, tal como lo recuerda Marie-José, e ignorante de si pasaría a convertirse, por primera vez en su vida, en un desterrado político como tantos de los poetas que amaba, es fácil imaginarse el estado de ánimo de Paz en esas primeras semanas de octubre. Pero lo peor no había llegado aún. Repartiéndose, inclementes, los papeles en la villanía común, y dado que Garro no mencionaba al renunciante embajador en la India en sus denuncias del 7 de octubre, tocó a Laura Helena, de veintinueve años, arremeter contra Paz el 23 de octubre en El Universal, con una patética carta abierta al padre, anunciada en calidad de otra “sensacional revelación” donde, en el mejor de los casos, la hija convertía a su padre en el “chivo expiatorio” de una conspiración comunista:

 

Hace mucho que no dialogamos. El diálogo entre tú y yo siempre fue difícil. Recuerdo que cuando tenía cinco años pedí algo y me lo negaste. Te dije: “Dame una razón”, y tu respuesta fue: “La razón es que soy el más fuerte.” Pero no siempre empleaste ese argumento y tuvimos diálogos inteligentes, aunque nuestras ideologías fueran diferentes: por ejemplo, te negabas a que creyera en el arcángel San Miguel, y te empeñabas en que creyera en los invisibles microbios. Era parte de la educación moderna. Tus argumentos materialistas eran tan vanos para mí como los míos para convencerte de los milagros. La diferencia estribaba en nuestra diferencia de edades y cultura. Tu educación fue positivista, con todas las consecuencias que tan limitada teoría acarrea.

Ahora veo que no has escapado todavía al Siglo de las Luces, que, para mí, como para una enorme minoría de jóvenes, solo significa la persecución de las hadas, de los milagros, de los bosques, de los héroes, de los mitos, del amor y de la poesía. En fin, la muerte de Dios. El asesinato de los Kennedy prueba que existen los héroes y que somos millones los que nos identificamos con estos héroes modernos y renegamos de los materialistas nihilistas que los asesinaron.

Mientras yo exigía la presencia creadora del hombre, tú me imponías al hombre tecnificado y sustituías el amor al prójimo por la lucha de clases: a Cristo por Marx, el teórico económico fracasado del odio. Sus premisas falsas han sido remendadas por viejos de ochenta años, como Althusser, Marcuse, Lévi-Strauss, quienes se empeñan en representar a los jóvenes y en sostener “verdades” rebasadas. Primero: por la realidad política; segundo: por la realidad económica; tercero: por la ciencia moderna, fundada en el romanticismo alemán de fines del siglo XVIII y no en el materialismo marxista positivista burgués del siglo XIX, y cuarto: por sus penosos frutos artísticos. Ya que allí por donde pasan los cascos de sus caballos marxistas, no retoña la hierba.

Los viejos que se pretenden guías o inspiradores de la juventud, en realidad son sus enemigos. Revisemos a los discípulos que han recogido su herencia: físicamente seres degenerados, que reniegan de su calidad masculina o femenina. Que niegan la superación espiritual, que permita convertirse en héroe, como Sigfrido; santo, como San Francisco de Borja, o amante, como Tristán. Que ignoran la disciplina y la ascesis necesarias para alcanzar la iluminación, y se refugian en la mercantil aventura de la droga. Engañados por los materialistas, algunos jóvenes compran con diez pesos un viaje al Paraíso. Paraíso abolido por el Siglo de las Luces, ¡patética contradicción!

Los Rudi Dutschke, Cohn-Bendit, beatles, hippies, yipis, etc., son los que escucharon la frase muerta de los intelectuales fracasados: “el naufragio de la cultura occidental”. Basta para desmentir esta afirmación rígida, y que solo demuestra el fracaso de estos intelectuales frente a la cultura occidental, el misterio, la belleza trágica y la solemnidad que alcanzó el entierro nocturno del verdadero héroe de los jóvenes: Robert Kennedy, igual que el de aquellos caballeros medievales, que reposan en las catedrales góticas. Frente a las palabras muertas de los intelectuales están también las graves palabras de Ted Kennedy pronunciadas en la catedral de San Patricio y escuchadas por millones de jóvenes, que no aceptamos la prédica de los intelectuales, que reniegan del amor para practicar la promiscuidad física, ya que han sustituido a la idea por la técnica erótica. Estos señores, que también niegan al héroe, exaltan al antihéroe: es decir, al clandestino, al joven sin cara y sin nombre, entrenado para el crimen y la delación, y cuya conducta está inspirada en Al Capone y en su mafia. Estos viejos, ante el fracaso de sus “verdades”, han empleado la mentira de la publicidad para sostener falsedades evidentes, tales como la teoría de la ambigüedad: no existe el bien, ni el espíritu, ni el mal, todo es ambiguo, tan culpable es la víctima como el verdugo. Pero cuando son ellos los que reciben los golpes, sí existe la víctima inocente: ellos, y el malvado verdugo. En realidad, estos viejos creen en la impunidad para sus propios crímenes y solo tratan de sembrar la confusión para lograr sus fines. Cuando ellos toman el poder en algún país, los culpables se multiplican por millones.

Te daré un ejemplo: al mismo tiempo que estallaron los motines estudiantiles en México, estallaron en Cuba. Aquí hubo cincuenta muertos y cien detenidos. En Cuba hubo centenares de fusilados y millares de encarcelados. Al mismo tiempo, también, los soviéticos asesinaron a un país entero: Checoslovaquia. ¿Por qué los intelectuales de la libertad para los mexicanos aceptan el crimen de los jóvenes cubanos, del pueblo checo, de los intelectuales rusos, como Pavel Litvinov, Larissa Daniel, etc., y el ametrallamiento de centenares de jóvenes alemanes, que tratan de escapar de la Alemania del Este? Porque la rigidez cadavérica se ha apoderado de sus mentes y de los países en los que estos enterradores colectivos reinan.

 

Tras delatar a “los grotescos seguidores locales” de Althusser como Barros Sierra, Luis Villoro, Flores Olea, Francisco López Cámara, José Luis Ceceña, Zea, Guerra y Revueltas, Laura Helena continúa instruyendo a su padre en la doctrina junguiana y le advierte: “Si quieres reflexionar sobre este párrafo de Jung no te sorprenderá lo sucedido en México a algunos jóvenes a quienes sus maestros han privado del goce del espíritu para convertirlos en máquinas locas de destrucción, en beneficio de sus mezquinos intereses personales.”

A “los maestros, sentados en sus carreras de marxistas apoltronados, [que] han llegado a esa extinción de la personalidad autónoma”, Laura Helena suma a aquellos que sufren de la “inflación monstruosa del yo” como Cuevas, Fuentes, Monsiváis, Rosario Castellanos y Heberto Castillo.

 

Conozco tu lucidez, que te permitirá ver la miseria moral e intelectual de los promotores de la tragedia que se desarrolla en México y de la que hablas “de oídas”. Un poeta no puede fiarse de informaciones y menos cuando corre sangre. La tragedia es un género que supera a la banalidad de las agencias noticiosas. Yo sé que tú no eres banal y conozco demasiado bien a tus “informadores privados”: a algunos de los cuales nombro en el párrafo anterior. Para ellos era más cómodo buscar al Gran Responsable antes que asumir ellos el riesgo de perder sus “chambas”.

Tú no presenciaste en el anfiteatro Che Guevara sus vibrantes insultos, ni sus llamadas al crimen, al sabotaje y a la sedición. Tampoco hablaste, como yo lo hice, con sus víctimas, los jóvenes terroristas, a quienes tus “corresponsales” dotaron de armas de alta potencia, dinamita y odio. Tu condena debió ser dirigida a los apoltronados que arrojaron a la muerte y a la destrucción a jóvenes desposeídos de fortuna y a los cuales arrebataron también el futuro, para ellos, los intelectuales, hacer mejor su mezquina política local.

Debes saber que estos directores del desastre no han tenido ningún escrúpulo. Primero: en dejarlos caer y renegar de los caídos. Segundo: en entregarlos a la policía, en cuyas manos, siento decírtelo, están muchísimo más seguros que entre sus secas cabezas enfermas de ansia de poder. Tercero: en cubrirlos de injurias, que van desde cobardes, asesinos, espías, traidores, delatores, provocadores, granujas, etc., solo porque perdieron la sangrienta batalla de Tlatelolco, que los intelectuales organizaron, y a la cual, por supuesto, no asistieron.

Debo decirte que no ha habido una sola voz, excepto la del gobierno, que se preocupe por la suerte de estos jóvenes destruidos por sus guías materialistas y, por lo tanto, oportunistas. Los cincuentones han escogido el silencio de la muerte frente al gobierno, la calumnia de los cobardes frente a los jóvenes caídos y el insulto de las “comadres” frente a mí, solo porque me negué a asumir la responsabilidad que a ellos correspondía y su lugar en la cárcel, ya que fui involuntario testigo de su complot.

Volvamos a ti. Si cuando yo tenía cinco años era válida la razón del más fuerte, no veo por qué ahora aduces para tu renuncia el “uso de la fuerza ejercido sobre gente pacífica”. Los jóvenes, de cuya amistad no reniego, no eran pacíficos, y la razón que ha convertido en casi indefendibles a estos violentísimos jóvenes, a quienes no conoces, es la carencia de una causa justa y la turbiedad de las cabezas dirigentes de su pérdida.

Sin embargo, a pesar de haber servido de instrumentos a intelectuales político-locales, es necesario defenderlos y rescatarlos de sí mismos. Creo que es un crimen permitir que mi generación sea entregada al Moloch materialista devorador de almas y a sus grotescos y criminales secuaces.

Recuerdo una de tus frases predilectas: “Hay que asumir su propia responsabilidad.” Yo he asumido la mía: estoy con los jóvenes víctimas y en contra de sus maestros. Si tú te consideras unido al grupo de estos maestros, te felicito y me siento orgullosa de tu renuncia. Pero temo que hayas sido el “chivo expiatorio” de los héroes del hueso. Entre mis amigos terroristas nunca oí tu nombre. En cambio, se barajaban con admiración los de Fuentes, Ramón Xirau, Luis Villoro, Cuevas, Siqueiros. Tú eras un embajador obsoleto y burgués…

Pero, en fin, tus amigos, los Tomases Segovias de Los recuerdos del porvenir, sentados, tambaleantes, a la diestra del poder y de la fuerza, que aman tanto, inclinaron el índice y te echaron a los leones. Ya ves que, por distintos caminos, nos encontramos una vez más en la misma arena… Tu hija, Helena Paz.11

 

El mundo al revés: en la lucha de las generaciones, el poeta con los jóvenes, la hija con los viejos. El embajador en la izquierda, su antigua familia en la derecha. Lo que en Poesía en movimiento era crítica literaria, tras Tlatelolco se vuelve no solo drama nacional, sino drama de familia, Octavio con los modernos, las Elenas, con los antiguos.

No sé si Paz creyó lo que Laura Helena adujo más tarde y sin demasiada convicción, en cuanto a que esa carta había sido manipulada o hasta inventada por el gobierno. Su madre, en carta al propio Paz del 24 de julio de 1974 y fechada en Madrid, da por hecho que la autora es Helena Laura (como ella le decía a veces): “Considero que en ella trataba de aclararte algunos puntos que tú ignorabas, por estar en las antípodas…”12 Todavía en 1980, antes de la pasajera reconciliación con su padre en la siguiente década, Laura Helena se jactaba de haberla escrito: según ella, fue el propio Díaz Ordaz quien le dijo que la carta había salvado a su mamá de treinta años de cárcel.13

¿Qué burócrata de la DFS, cuál de las plumas alquiladas del régimen, habría podido escribir esta enloquecida condena esotérica de la década de los sesenta, llena de hadas, idolatría por los Kennedy, abundante en todas las baratijas y asombros del tradicionalismo antimodernista de una joven mujer cuyo decoroso libro de poemas, La rueda de la fortuna (2007), llevaría un prólogo de Ernst Jünger, su corresponsal desde los años sesenta, que la visitaba en 1982 en una pensión parisina de la rue de Varenne y la consideraba una “poeta en tiempos de indigencia”, ser profetizado por Hölderlin?14

El romántico oscuro que había en Paz, en esa lucha –incesante en todo verdadero moderno– con el crítico ilustrado que también era, aparecía, desfigurado, altanero y mostrenco, en su hija. Ella fue, quizá, la herida que en Paz nunca cerró. En una de las contadas ocasiones en

que habló de Laura Helena, fue Poniatowska la que le escuchó decir, refiriéndose a Garro: “Lo que no puedo perdonarle es lo que le ha hecho a nuestra hija.”15

La embajada de México en París, convertida en una comisaría abiertamente dedicada a la persecución de disidentes mexicanos en Europa, hizo imprimir bajo la forma de un folleto que simulaba ser de Siglo XXI, la nueva editorial independiente de Arnaldo Orfila Reynal, la carta atribuida a Laura Helena con un membrete denigratorio que decía: “Le poète Octavio Paz, postulé par lui même pour le Prix Nobel de Littérature, et nommé par lui-même au ‘Comissariat de l’ inminent Gouvernement Étudiant–Ouvrier de Mexique’.”16

Advertido de que los Paz se dirigían a París, el embajador de México, el historiador Silvio Zavala, empezó a hacer averiguaciones sobre la posibilidad de demandar a Paz, tan pronto pisase suelo del hexágono, por supuestas injurias al jefe de Estado mexicano, pretensión que los abogados franceses consultados y los no pocos amigos que Paz conservaba en la sre desecharon por notoria improcedencia legal y política, según resume Andrés Ordóñez.17

La publicación, desde Nueva Delhi, de la entrevista en Le Monde, a la que le siguieron otras en Francia, no solo le había dado resonancia internacional a la renuncia, poniendo histérico al embajador de México en Francia. Traía consigo también la semilla de la cual crecería la discordia, en pocos años, entre Paz y la izquierda mexicana: “En México es necesario ante todo exorcizar la violencia, al mundo azteca […] No creo en lo mexicano. Sin embargo creo que los mexicanos nos encontramos condicionados por la historia […] El peligro para el país es que vive literalmente sus mitos más oscuros en vez de sublimarlos. En todo caso estos mitos se vengaron al salir a plena luz el 2 de octubre.”18

En noviembre, Octavio y Marie-José llegan, por mar, a Barcelona, donde los espera la mitad del boom latinoamericano y la mitad de la gauche divine catalana: Fuentes y García Márquez, Pere Gimferrer y Carlos Barral, entre algunos otros.19 Paz no regresaba a Barcelona desde 1937 y, salvo una fugaz estancia en Mallorca a principios de la década, tampoco había pisado España desde entonces.

Antes de embarcarse en el Victoria rumbo a Europa, los Paz visitaron los santuarios de Shiva y Parvati en la isla de Elefanta, vecina de Bombay. No soy el primero de los biógrafos de Paz, ni seré el último, en citar esa “invocación” con la que el poeta, concluyendo los años dorados de su vida, se despide de la India: “Shiva y Parvati: / la mujer que es mi mujer / y yo / nada les pedimos, nada / que sea del otro mundo: / solo / la luz sobre el mar, / la luz descalza sobre el mar y la tierra dormidos.”20 ~

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1 Octavio Paz, Jardines errantes. Cartas a J. C. Lambert, 1952-1992, Barcelona, Seix Barral, 2008, p. 192.

2 Octavio Paz/José Luis Martínez, El calor de la amistad. Correspondencia, 1950-1984, FCE, en prensa. Agradezco a Tomás Granados Salinas, gerente editorial del FCE, haberme permitido ver las pruebas.

3 Patricia Rosas Lopátegui, Testimonios sobre Elena Garro, Monterrey, Castillo, 2002, pp. 257-258.

4 Philip Shenon, JKF: Caso abierto. La historia secreta del asesinato de Kennedy, traducción de J. M. Mendoza Toraya, J. F. Varela Fuentes y A. Marimón Driben, Barcelona, Debate, 2013. El libro no parece muy serio, por lo menos en lo referido a México, pues el autor no leyó nada de lo previamente publicado aquí sobre Elena Garro y el caso Kennedy. Desconoce lo aparecido en Lopátegui (Testimonios sobre Elena Garro), reproduciendo falsedades como que Garro estudió en las universidades de Berkeley y París. Shenon parece ignorar el carácter fantasioso de un personaje que en algo le sirve para fundamentar su tesis. En cuanto a Manuel Calvillo, su hijo, el embajador Tomás Calvillo Unna me dijo (correo electrónico del 17/01/2014) que su padre no fue “agente encubierto” de la Secretaría de Gobernación, sino solo un amigo de Garro. Shenon presenta a Manuel Calvillo como “agente involuntario” de la CIA, según testimonio de Thomas (pp. 598, 599, 691). Juan Pascual Gay, autor del único estudio crítico-biográfico sobre Calvillo (Cartografía de un viajero inmóvil: Manuel Calvillo, San Luis Potosí, El Colegio de San Luis, 2009) no menciona a Garro entre las amistades de Calvillo y considera su papel en el despido de Orfila Reynal del FCE como resultado de una lamentable confusión. En 1965 Calvillo era secretario particular de Mauricio Magdaleno, subsecretario de cultura de la SEP, cuyo titular era Agustín Yáñez. Como materia para una novela de Garro, todo el expediente es sabrosísimo.

5 Rosas Lopátegui, op. cit., p. 259.

6 Rosas Lopátegui, El asesinato de Elena Garro, prólogo de Elena Poniatowska, Porrúa/uaem, México, 2005, p. 371.

7 Jorge Volpi, La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, México, Era, 1998, pp. 347-348.

8 Ibíd., pp. 353-355.

9 Conversación con Carlos Monsiváis, 21 de noviembre de 2004.

10 Adolfo Bioy Casares, Borges, Barcelona, Destino, 2006, p. 1237; “Apoya Borges en 68 a régimen de Díaz Ordaz”, Reforma, México, 4 de abril de 2004.

11 “La sinrazón de la violencia de los jóvenes” en El Universal, 23 de octubre de 1968. Reproducida parcialmente por Volpi, op. cit., pp. 374-376 y Fernando Vizcaíno, Biografía política de Octavio Paz o la razón ardiente, Málaga, Algazara, 1993, pp. 121-122.

12 Elena Garro, Correspondencia con Gabriela Mora (1974-1980), Puebla, BUAP, 2007, p. 53.

13 Carlos Landeros, “En Madrid con las dos Elenas”, Siempre!, núm. 1415, 6 de agosto de 1980, p. 43.

14 Ernst Jünger, Pasados los setenta III. Radiaciones V. Diarios (1981-1985), traducción de Carmen Gauger, Barcelona, Tusquets, 2007, p. 118; Jünger, “Ónice”, prólogo a Helena Paz Garro, La rueda de la fortuna, México, FCE, 2007, p. 11.

15 Poniatowska, prólogo a Rosas Lopátegui, El asesinato de Elena Garro, op. cit., p. 27.

16 René Avilés Fabila, “Unas palabras sobre Helena Paz Garro”, Crónica, México, 24 de febrero de 2012.

17 Andrés Ordóñez, Devoradores de ciudades. Cuatro intelectuales en la diplomacia mexicana, México, Cal y Arena, 2002, pp. 244-245.

18 Jorge Volpi, op. cit., p. 377.

19 Jaime Perales Contreras, Octavio Paz y su círculo intelectual, México, Coyoacán/itam/Fontamara, 2013, p. 110.

20 Octavio Paz, Obras completas vii. Obra poética (1935-1998), Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores, 2004, p. 487.

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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