La economía y los deportes se relacionan de diversas maneras, las decisiones que toman jugadores y entrenadores en el momento del juego, las finanzas relacionadas con las diversas estructuras y torneos, las correlaciones entre el desempeño y los indicadores de bienestar y crecimiento y los deportes como ejemplos de las conductas humanas que analiza la economía. Durante este mes presentaremos algunos de estos ejemplos que vinculan la actividad deportiva con la ciencia económica.
Dejemos un momento al margen la derrota de 1 a 7 de Brasil frente a Alemania.
Antes y más allá de ello, el Mundial 2014 ha sido un éxito deportivo. Las viejas distancias entre los países hegemónicos futbolísticamente hablando y el resto se ha reducido en una convergencia significativamente mayor a la registrada en los niveles de desarrollo de las naciones –sobre todo si en las comparaciones económicas internacionales se excluye la excepción que representa China–; las fases de octavos y cuartos de final de la Copa del Mundo de Brasil han sido las más reñidas en la historia, con diferencias de un gol y con ganadores decididos en minutos de compensación, en tiempos extra o en penales. Y a las semifinales se clasificaron cuatro grandes, históricos: dos equipos que representan el culto al trabajo férreo como emisarios del Viejo continente, Alemania y Holanda, y las dos selecciones latinoamericanas que han construido su robusta autoridad con base en una combinación de juego alegre y eficaz, Argentina y Brasil.
Pero aun con este memorable torneo, que propició la concentración del grueso de los activos de más alto valor del futbol mundial en las canchas de Brasil, es decir, de los jugadores más caros del orbe, la magia del juego no tocará con su varita encantada al desempeño de la economía de brasileña. De acuerdo a las estimaciones más recientes del Banco Mundial, el desempeño económico del gigante de Sudamérica será de 1.5% en 2014 aún con Campeonato del Mundo. Se trata de un crecimiento del PIB brasileño inferior al promedio esperado para América Latina en este año (1.9%) y también por detrás de lo registrado en 2013 (2.3%) y muy lejos de la velocidad que todavía bajo el gobierno de Lula alcanzó el país de la verdeamarela en 2010 (7.5%).
Así, la algarabía y consumo de los millares de turistas alrededor de los 64 partidos de la Copa del Mundo, y la derrama económica en las doce ciudades sede del máximo torneo de la FIFA en 2014 no se traducirán en un repunte en la actividad económica de la nación organizadora.
El gozo por recibir uno de los grandes torneos deportivos del planeta no es garantía de buenas nuevas en materia económica. Es más bien al revés: el atractivo de negocio para las organizaciones que controlan las grandes gestas deportivas internacionales –la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) y el Comité Olímpico Internacional (COI)– es lo que lleva a elegir sede, aunque el país hospitalario acabe con más deberes que haberes en su balance económico. Basta decir, por ejemplo, que de los 11 mil millones de dólares de inversión involucrados en la realización del Mundial Brasil 2014, el 85% corresponde a erogaciones del sector público.
El volumen de inversión pública en la construcción de estadios en Brasil no tendrá efectos positivos mayores en la dinámica de la economía básicamente por dos razones. Primero, porque si bien la inversión en infraestructura suele tener importantes efectos multiplicadores sobre la actividad económica porque genera amplios encadenamientos “hacia atrás” –la construcción demanda insumos de múltiples ramas productoras de bienes y servicios, además de que genera empleos directos y alienta los indirectos–, también tiene encadenamientos “hacia delante” –propicia y facilita más movilización de trabajadores y mercancías, mayor actividad económica–. Pero este segundo tipo de efectos ocurren sobre todo cuando se trata de inversión en infraestructura de telecomunicaciones y transportes o urbana, no necesariamente en estadios. Más aún cuando algunas de las sedes mundialistas, como la Arena Amazonia en Manaos, está edificada en una ciudad con un promedio de 800 espectadores por partido en el torneo local, apenas el 2% del aforo del nuevo estadio, inmueble que puede ser utilizado, tras el Mundial, como sede de una nueva cárcel.
Otras serán las cuentas para la FIFA, en buena medida por los ingresos seguros que le proporciona la venta de derechos de transmisión en televisión de los encuentros con los que nos hemos entretenido un mes delante de las pantallas, y de los principales patrocinadores del torneo, de los cuales ninguno tiene su matriz en Brasil.
Volvamos a la semifinal Brasil-Alemania. El equipo local se derrumbó y fue arrollado por un tren germano de alta velocidad. El cuadro de Scolari se hundió y, con él, el orgullo futbolero de la nación más futbolera del mundo. Pero ello no se traducirá, por fortuna, en un desplome de la economía brasileña: las propias estimaciones del Banco Mundial proyectan que 2015 será un mejor año para Brasil que el actual con un crecimiento del PIB de 2.7%. Para bien y para mal, la economía es mucho más que el futbol, incluso en Brasil.
Lo que sí reactivó la humillante derrota en semifinales de la selección anfitriona, fueron conatos de las protestas sociales que habían hecho su aparición en la Copa Confederaciones de 2013 y que amenazaron el desarrollo del Mundial 2014 antes de su arranque. Los actos de violencia y pillaje de la noche del martes 8 de julio, aunque menores a lo que se llegó a prever, son manifestación más que del coraje visceral ante un resultado deportivo muy adverso, de una tensión social traducida en odio que el veneno de la desigualdad social, la cancelación de oportunidades y la fragilidad de los derechos de los ciudadanos no deja de alimentar.
Hay quien anticipa ya por resultados electorales contrarios para la actual presidenta de Brasil tras la bochornosa eliminación de la selección en el Mundial jugado en casa. Puede ser. En el país vecino, Argentina, el gobierno a través de la televisión pública emite todos los partidos del Mundial y apuesta por el genio de Messi como bálsamo ante la adversidad económica de la inflación y la presión de la deuda externa. Que la continuidad de un gobierno pueda depender de un resultado deportivo –algo inimaginable en el país inventor del futbol, Inglaterra–, es muestra inequívoca de subdesarrollo, pero más político y cultural que económico.
Economista por la UNAM, Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Autónoma de Madrid y autor del libro La economía del futbol (Cal y arena, 2014).