Comienzos de los años setenta, Norman Mailer tiene 50 años y quiere explicar el mundo entero, porque no va ser menos que Hemingway. Mailer intenta explicar el grafiti en términos artísticos pero su fuelle se acaba rápidamente, porque ni él mismo consigue convencerse de que el grafiti sea un arte: antes de nombrar a ningún grafitero ya ha citado a Giotto y a Pollock, para distanciarse sutilmente, y antes de describir el grafiti, lo que esa disciplina sea, ya está afirmando su condición de obras maestras.
Mailer se aburre mortalmente con esos adolescentes con egos tan grandes como el suyo y conduce su argumentación sobre el grafiti al combate político en cuanto tiene una oportunidad. El grafiti es una excusa para vomitar su idea espantosa del mundo: los negros pobres (y los hispanos pobres, que son entonces sólo “puertorriqueños”, como los de West Side Story) contra los blancos ricos. Contra los blancos ricos que cuelgan los cuadros de Rauschenberg en las paredes de sus casas pero que limpian las paredes llenas de grafiti, multan y encarcelan a los que pintan grafiti, les censuran, prohíben que lleven botes de spray, se asustan al ver todos los vagones del metro pintados… Los blancos ricos que siguen manteniendo leyes de segregación, aunque ya no sean leyes de segregación sino camuflajes de leyes de segregación. El mundo conspiranoico que perseguía a Mailer.
Cuando Mailer escribe no han pasado ni veinte años del incidente en el autobús de Rosa Parks y Martin Luther King ha sido asesinado seis años atrás.
Rosa Parks y Martin Luther King optaban por propuestas pacíficas y políticas. Por una única sociedad de todos, de blancos y de negros y de hispanos (que entonces son puertorriqueños). La sociedad que muchos años más tarde tratará de trasladar Nelson Mandela a la Sudáfrica postapartheid. Pero ese camino político ha llegado a su final. Ahora el camino de los negros americanos tiene que ser el crimen. Incluso su arte tiene que ser criminal. Los Panteras Negras, que empiezan su lucha al mismo tiempo que el grafiti ocupa las paredes de los edificios de Estados Unidos, también creen que el camino tiene que ir más allá de las palabras, de la política, que es lenta y aburrida y acaba siendo injusta… porque la política también es una cosa de los blancos.
El alcalde demócrata de Nueva York, Lindsey, habla, en La fe del grafiti1, más que todos los grafiteros que hablan en el libro. Mailer se solaza: los grafitis han impedido que Lindsey sea candidato de su partido. Norman Mailer desea que el mundo se autodestruya. Desea que el arte sea un crimen. Desea que la selva invada las ciudades.
Mailer sigue a Rousseau y a su buen salvaje. Mailer sigue a Claude Lévi-Strauss, que sigue a Rousseau, porque es su profeta en el siglo XX y, sobre todo, en el siglo XXI. De hecho, Lévi-Strauss es el inventor de los términos políticos en los que ahora nos movemos. Escribo términos políticos pero quiero decir coacción: no podemos actuar contra los que vulneran la ley porque tenemos que respetar sus formas culturales. Una forma cultural es el burka y otra forma cultural es la ablación y otra forma cultural es quemar a las viudas en una pira.
Sartre y los situacionistas se han creído (se han convencido, ante el éxito fracasado del Mayo del 68 en París) que eran ellos quienes guiaban el debate político, pero lo guiaba Lévi-Strauss, que no participa en todo el tinglado del 68. El 68 que afecta a la política y no al “buen salvaje” ni a las “formas culturales”, está sucediendo en Europa, pero no en París sino en Praga.
Mailer no cita a Lévi-Strauss ni cita a Rousseau ni cita a Jean Genet, que es la tercera pata intelectual de sus argumentaciones de tercera. No los cita, pero cita a Picasso y a Masaccio, que parecen invitados estrella pero realmente son adornos de alguien que sabe que tiene que citar a Picasso y a Masaccio para hablar realmente de la podrida democracia que hay que demoler, cuanto antes, como sea.
Genet es un gamberro cuyas gamberradas han tenido un eco que ni él mismo esperaba. Gallimard, un burgués muy burgués, sostiene sus gamberradas que terminaron por convertirlo, gracias a un equívoco producido por una modernidad que ya es protoposmoderna aunque no lo sepa, en un activista político y sus palabras han ganado una resonancia increíble. Quiero decir: inaudita. Genet es el profeta de los Panteras Negras en Europa: le han prohibido la entrada a Estados Unidos, pero entra por Canadá para encontrarse con ellos. Juan Goytisolo lo recuerda en Genet en el Raval, quizá exagerando: “ha sido en verdad mi única influencia adulta en el plano estrictamente moral. Genet me enseñó a desprenderme poco a poco de mi vanidad primeriza, del oportunismo político, del deseo de figurar en la vida literario-social, para centrarme en algo más hondo y difícil: la conquista de una expresión literaria propia, mi autenticidad subjetiva”. Seguramente Mailer envidia a Genet, que al menos es verdaderamente capaz de vivir de aquí para allá.
Las tesis de Mailer sobre el arte criminal coinciden en muchos puntos con El niño criminal de Jean Genet, al que tampoco hay que tocar, ni reinsertar. El niño criminal es también puro Rousseau. Los grafiteros son también niños criminales. De hecho, Mailer es incapaz de verlos como adultos. El psicoanalista que lleva dentro, y que desarrolló en las páginas de Un arte espectral, le impide entender un mundo que no sea gobernado por los niños.
El niño criminal siempre será una obsesión para Mailer. A comienzos de los años ochenta se empeñará en una campaña en defensa de Jack Abott, un niño criminal, un asesino encarcelado que le escribe unas cartas que le parecen literariamente magistrales. Su defensa cala y Abott se convierte en escritor publicado y sale de la cárcel: poco más tarde, vuelve a matar y vuelve a la cárcel.
Genet también cambia de niños criminales para que digan lo que él quiere decir: después de los niños de los orfanatos franceses y de las Panteras Negras estadounidenses, llega hasta Arafat, ese conocido líder democrático, y se marcha con él a hacer turismo a Palestina. Como Mailer hará en Iraq, sin ir a Iraq, turismo antidemocrático. El mundo no está hecho para que todos los ciudadanos disfrutemos de una vida democrática y en libertad. El mundo es un conglomerado de razas y de costumbres que sólo tiene una solución posible: el retorno al estado salvaje, a las cavernas, a comenzar todo de nuevo.
Mailer escribe contra las viviendas de protección oficial. Las viviendas de protección oficial fueron siempre una obsesión para Mailer. Las quería siempre demoler: en La fe del grafiti las quiere cambiar por cavernas, y treinta años más tarde, en uno de sus últimos libros, ¿Por qué estamos en guerra?, las utilizaba para decir que Occidente era una basura, y que su democracia “exportada” también era una basura, porque en vez de catedrales ahora construía viviendas de protección oficial: “No se construían nuevas catedrales para los pobres: sólo viviendas protegidas de dieciséis pisos que eran cárceles para el alma.” Crecí en una vivienda protegida y me parece un lugar mejor para crecer que una catedral y mucho mejor que una cueva. ¿Dónde te duchas en una catedral, dónde meas en una cueva?
Lo que hace veinticinco años era una posición marginal, la de Lévi-Strauss, y su relativismo cultural, y la de sus acólitos, quizá involuntarios, Genet y Mailer, es ahora central. Y sustenta a algunos gobiernos democráticos que se muestran impasibles ante la existencia de dos leyes: la legal y la “cultural”. ~
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1. 451 editores acaba de publicar La fe del grafiti, con texto de Norman Mailer y fotografías de Jon Naar.
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.