El debate en la práctica

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Sufrimos una petrolización mediática. Cientos, quizá miles de declaraciones, artículos y discursos han caído sobre nosotros, volviendo confuso y casi indescifrable un tema de por sí complejo. Junto a los spots banales que promueven la “búsqueda del tesoro”, hemos tenido que resguardarnos de los enfebrecidos llamados a una defensa “pacífica” del petróleo, dirigida por comandos y brigadas que amenazan con secuestrar edificios públicos y bloquear aeropuertos y carreteras. Nadie ha dialogado con nadie. Pero en los últimos días han aparecido señales de tregua. Asoma una vaga posibilidad de que el ruido ensordecedor pueda convertirse en un concierto ordenado.

Salvo un puñado de conspicuos escritores que ha puesto su prestigio a la sombra del caudillo, la mayor parte de los intelectuales favorece la realización de debates públicos. Entre los políticos, Cuauhtémoc Cárdenas fue el primero en señalar su necesidad. Le siguieron José Espina, Manlio Fabio Beltrones, Carlos Navarrete, Santiago Creel, Manuel Camacho y, a últimas fechas, hasta el mismísimo Andrés Manuel López Obrador, no el más dialogante de los humanos.

Bienvenida esta súbita unanimidad. Los debates son una respuesta irrefutable a quienes creen en la razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón. Nunca sobra insistir en la importancia de los debates como escuela cívica. Albert Hirschman decía que, para volvernos demócratas, los latinoamericanos debíamos “aprender a escuchar”. Con las tecnologías actuales y la penetración de los medios, los debates son la forma mejor de dar comienzo a esa ardua pedagogía. Una antigua tradición escolástica, reforzada por la monocracia priista y las sectas de izquierda, acostumbró al mexicano a imponer su verdad única y a considerar herética la “verdad” del otro. Por eso, en una cultura política como la nuestra, proclive a la descalificación dogmática y al sospechosismo conspiratorio, la sola imagen de dos adversarios escuchándose uno a otro es una cátedra invaluable de tolerancia. Aunque las prácticas de argumentar, fundamentar, corregir y corregirse nos son ajenas, pueden dejar de serlo, con efectos maravillosos sobre nuestra maduración política.

Pero más allá de este acuerdo de principio, hay que concretar las propuestas. Es necesario resolver, con toda rapidez, asuntos fundamentales: ¿dónde llevar a cabo los debates? ¿Quién debe convocarlos y organizarlos? ¿Qué temas se abordarían? ¿Por quiénes? ¿Bajo qué formatos? ¿En qué medios? Se ha hablado de foros académicos convocados por el Poder Legislativo. La cobertura es por definición insuficiente. En Letras Libres propusimos hace casi cuatro años la formación de un pequeño consejo de ciudadanos independientes a cuyo cargo estaría la organización de debates sobre los grandes problemas nacionales. Este cuerpo plural proporcionaría el aval de seriedad, equilibrio y legitimidad. Ante el apremio actual, la convocatoria a formar ese consejo podría partir del Instituto Mexicano del Petróleo (que ha brillado por su ausencia).

Los expertos elegirían los temas. Por ejemplo: ¿es necesario explorar ya en aguas profundas? En caso afirmativo, ¿puede mantenerse el monopolio estatal?, ¿debe abrirse paso al capital privado nacional o extranjero?, ¿bajo qué modalidad?, ¿cuáles son las “mejores prácticas” en el mundo de hoy?, ¿cuál es el margen proveniente de Pemex que debe conservar el gobierno federal para seguir cubriendo sus necesidades inaplazables? Otros temas posibles: la capacidad de ejecución, la situación del sindicato, la opacidad financiera, la inseguridad física de la empresa (vulnerada el año pasado con bombazos terroristas), el futuro de la refinación, el transporte, etc… Protagonistas: técnicos de cada ramo, representantes de cada partido, académicos de instituciones públicas y privadas, y miembros plurales de la sociedad civil, elegidos por el consejo con absoluta imparcialidad y equilibrio. Formatos: deben ser modernos y dinámicos e incluir el debate cara a cara, la participación de conductores activos, informados, inquisitivos e inteligentes (no semáforos humanos). Algo muy recomendable es la confrontación de políticos con paneles de periodistas y la participación directa del público, mediante preguntas en directo, con votaciones y encuestas sobre las ideas más convincentes. Medios: los debates deberían ser televisados y radiodifundidos pagando los espacios en horarios nocturnos, empleando los tiempos del Estado o algo más natural: utilizando los canales públicos. Se pueden editar los momentos decisivos y exhibir el paquete de debates completo en un sitio de internet.

Todos somos accionistas de Pemex. Y todos somos dueños del recurso. Esa doble condición nos da, ante todo, el derecho a estar informados de la situación real de la industria. Y nos da también el derecho a exigir a nuestros representantes que favorezcan la organización del debate nacional sobre el petróleo que nos tienen prometido. Así tendremos elementos para responder a dos sencillas preguntas. ¿Qué hacer con Pemex? ¿Cómo maximizar socialmente el beneficio petrolero? Y tendremos utilidades inmediatas, no petroleras sino cívicas, que podríamos reinvertir para 2009: aprender a escuchar, graduarnos en democracia.

– Enrique Krauze

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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