El escándalo de las hipotecas Subprime

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Hasta el verano de 2007 el mercado de bienes raíces en Estados Unidos parecía un prodigioso acorazado que navegaba con estabilidad las aguas turbulentas de los mercados financieros. La fiebre de la construcción afectaba a prácticamente todas las ciudades de la Unión y los agentes inmobiliarios no se daban abasto para atender a los compradores potenciales.

Todo mundo quería ser parte de este milagro económico y en un sorprendente cambio de mentalidad ciertos bancos e instituciones decidieron que estaban tan interesados en abrir las puertas de este mercado que incluso podían hacer a un lado los viejos criterios y las exigencias mínimas para considerar préstamos. De tal manera comenzaron a ofrecer hipotecas a miles de consumidores con créditos menos que impecables. Esto dio lugar a una epidemia de préstamos e hipotecas denominados subprime, es decir, enfocados a clientes de alto riesgo, con bajos ingresos o historiales de crédito poco alentadores. Entre 1996 y 2006 las hipotecas subprime pasaron de ser nueve por ciento del total a más de veinte por ciento. Numerosos prestamistas empezaron a competir dando condiciones atractivas a un público de bajos recursos. Se ofrecían inicialmente tasas de interés muy pequeñas que supuestamente podrían ser renegociadas cuando subieran a sus niveles flotantes normales, así como términos de pago de “sólo interés” que mantenían las mensualidades muy bajas.

Así, miles de personas adquirieron casas que en su gran mayoría no podían pagar. Como suele suceder en un mercado en ebullición, súbitamente la oferta era demasiada para el mercado y los precios de las propiedades comenzaron a bajar. Esto propició que dejara de ser rentable para los bancos renegociar las tasas de interés. Los propietarios que ya padecían de mensualidades altas de sus propiedades descubrieron que estas se depreciaban vertiginosamente. Entones la recomendación lógica para muchos de estos era: perder la propiedad es más rentable que seguirla pagando a una tasa alta de interés.

Para octubre de 2007 los problemas ya eran inocultables y dieciséis por ciento de estos préstamos tenían retrasos de hasta noventa días o ya se encontraban en procedimientos jurídicos de embargo. Cuando esto se escribe ese porcentaje se encuentra cerca de veinticinco.

Ahora bien, esto es una catástrofe personal para quienes invirtieron sus ahorros en casas que no pudieron pagar, pero la crisis de las hipotecas subprime es mucho más compleja y tiene consecuencias planetarias debido a que provocaron un efecto dominó. Algunas instituciones de crédito se vieron afectadas de inmediato al no poder cobrar las mensualidades que se les debían, pero muchos prestamistas ya habían transferido los derechos de esas hipotecas a terceras partes en forma de documentos de inversión MBS (Mortgage-Backed Securities) o bonos respaldados por hipotecas. Estos bonos diseminaron el riesgo en los mercados internacionales y al declinar de valor precipitadamente fueron provocando que numerosas empresas y fondos en todo el mundo quebraran.

Las partes involucradas en el proceso de autorizar los préstamos se beneficiaron en grande en el proceso, llegando al extremo de no verificar información para no negarle a nadie la hipoteca. Una vez concedida ellos pasaban el riesgo a grandes corporaciones de Wall Street como Merrill Lynch y Bear Stearns, que recortaban las deudas y las vendían a sus clientes como si se tratara de propiedades valiosas. En el centro del desastre se encuentran unos misteriosos instrumentos financieros llamados CDO (Collateralized Debt Obligations) u obligaciones colateralizadas de deuda. Estos CDO contenían pedazos de préstamos estudiantiles, automotrices, corporativos, deudas de tarjetas de crédito e hipotecas subprime. Las agencias valuadoras, como Standard and Poor’s, Moody’s Co. y Fitch Ratings, dieron a los CDO la valuación AAA. Hoy quienes tienen estos instrumentos no saben cómo deshacerse de ellos. Resulta inquietante que los expertos no encontraran sospechoso que un mecanismo hecho de docenas de deudas diversas, algunas de origen desconocido o cuestionable y casi todas difíciles de rastrear alcanzara una valuación comparable a los bonos del tesoro de Estados Unidos.

Una de las más graves y reveladoras consecuencias de esta debacle ha sido una seria crisis de credibilidad. Una de sus manifestaciones más escandalosas tuvo lugar el 10 de agosto de 2007 cuando por veinticuatro horas bancos europeos y estadounidenses se volvieron tan desconfiados que se negaron a realizar cualquier préstamo interbancario, con lo que obligaron a los bancos centrales a intervenir masivamente. El Banco Central Europeo (ECB) tuvo que inyectar 230.000 millones de euros al mercado mientras la Reserva Federal estadounidense hizo algo equivalente. Pero este bombeo de liquidez no resolvió el problema, ya que el 13 de diciembre siguiente esas instituciones, junto con el Banco de Inglaterra, el Banco de Canadá, el Banco Nacional Suizo y el Banco de Japón, tuvieron que volver a inyectar más fondos al mercado interbancario para impedir un colapso mundial.

Los mercados financieros han demostrado ser sorprendentemente robustos, pero la frágil estructura de deudas acumuladas y documentos en proceso de desintegración en que se apoyan parcialmente ponen en peligro su estabilidad. Esta fue otra de las consecuencias de veinte años de desregular mercados siguiendo al pie de la letra los principios chiflados de Milton Friedman y sus Chicago Boys. La crisis de las hipotecas subprime tendrá sin duda consecuencias a largo plazo y millones de dólares de los contribuyentes seguirán siendo desviados al mercado para enmendar los excesos y seguir sosteniendo los experimentos de los especuladores de Wall Street. ~

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(ciudad de México, 1963) es escritor. Su libro más reciente es Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra (Tusquets, 2008).


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