En condiciones normales, José Antonio Millán debería ser un prodigioso humanista de 120 o 130 años sin familia ni otra afición que el trabajo. O dos o tres eruditos de distintas disciplinas que firman con un mismo nombre para regocijarse con el asombro que provocan entre el público. Pero no, José Antonio Millán es solamente un filólogo madrileño de cincuenta años que él lo atribuye a la falta de televisor ha conseguido hacer literalmente de todo: publicar dos libros de relatos, dos novelas, tres narraciones para niños (una de ellas, C. El pequeño libro que aún no tenía nombre, acaba de ser traducida al coreano y pronto aparecerá en japonés), escribir crítica de arte en El País y columnas en otras publicaciones, ser director editorial de Taurus, crear el primer diccionario electrónico en español, dirigir el Centro Virtual Cervantes, impartir clases en el master Diseño de Interfaces, asesorar a la Residencia de Estudiantes, publicar libros de semiótica, ser uno de los 25 españoles más influyentes en el campo de Internet según el diario El Mundo y tener una de las páginas Web más interesantes en nuestra lengua, www.jamillan.com. En ella asegura, además, que de no haber sido por una lesión de rodilla, habría podido triunfar como jugador de frontón.
En cualquier caso, Millán es especialmente conocido por sus trabajos en Internet y, sobre todo, por sus estudios acerca de las implicaciones lingüísticas de la expansión de la red y los soportes digitales. En 2001, por ejemplo, publicó Internet y el español, donde reflexionaba sobre el estado de nuestro idioma en el medio. “Los únicos estudios fiables sobre la presencia de las lenguas en la red”, me cuenta, “son los que durante los últimos años ha venido realizando Funredes, una organización que tiene su sede en la República Dominicana y trabaja con fondos de la Agencia Francesa de la Francofonía. Según estos estudios, un 5,62% de las páginas de Internet están en español, en comparación, por ejemplo, con el 4,57 del francés o el 3,08 del italiano. El caso del inglés es el más curioso: hace cinco o siete años, un 80 o 90% de las páginas Web estaban escritas en inglés, pero ahora ese porcentaje está en el 50% y no para de bajar. Y ello tiene una explicación bien sencilla: hay estudios que demuestran que el número de páginas Web en una lengua es directamente proporcional al número de hablantes con acceso a la red. Es decir, si el español quiere aumentar su presencia en Internet debe aumentar el número de internautas, porque ello genera automáticamente un aumento del número de páginas Web personales, empresariales o institucionales. Aunque bien es cierto que hay algunas circunstancias que dan una preeminencia inequívoca al inglés: como fue el primer idioma en llegar a la Web, sus páginas se convirtieron en un punto de referencia obligatorio y durante mucho tiempo los hablantes de otras lenguas nos vimos obligados a buscar en ellas. Por otro lado, además, los grandes buscadores hacen su recolección, preferentemente, en los sitios de habla inglesa, con lo cual se crea un círculo vicioso: las páginas en otras lenguas son menos visibles, y por lo tanto son menos visitadas, y por lo tanto tienen menos enlaces.”
A pesar de ello, según Millán, las perspectivas del español en la red no son malas, especialmente por lo que respecta a los contenidos culturales. “El español tiene déficit en muchas cosas, pero está en expansión porque se están haciendo bien las cosas. Gracias a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, por ejemplo, tenemos acceso a un montón de obras literarias españolas y latinoamericanas”, dice. “Y muchas bibliotecas están digitalizando su patrimonio para poner al alcance de la mano el acopio de obras literarias y científicas de nuestro pasado. Yo no sería nada pesimista.” Pero más allá de la relativa fortaleza del castellano en Internet, son muchos los escépticos con la utilidad de estas ediciones digitales o con el futuro de la letra en la pantalla. “No, no, la edición de literatura en Internet tiene muchísimo sentido, especialmente por dos razones. En primer lugar desde un punto de vista filológico: por un gasto marginal mínimo tienes acceso a gran cantidad de información, y además te facilita las búsquedas léxicas, las concordancias, etcétera. Y, en segundo lugar, para el público en general: cada vez hay más gente que lee en pantalla, en buena medida porque encuentra libros gratis y muchísimas obras que ya no están en el mercado. También, en muchos casos, estas obras se pueden imprimir y leer en papel. Este sistema es también el embrión de una cosa que yo creo que puede tener mucho futuro, la impresión sobre pedido: dentro de no mucho podrás localizar por Internet una obra que no encuentres, la pagarás con tu tarjeta y en la copistería de la esquina empezará a imprimirse el librito. El soporte digital permite editar sin imprimir, o imprimir solamente sobre pedido. En el estado actual de las cosas, es una fórmula excelente.”
Pero Millán, además de ser un especialista en Internet, mantiene también su sitio personal, una interesantísima summa en la que se dan cita artículos de varios autores, numerosos links, estadísticas, bibliografías, información biográfica y una recopilación de iconos y carteles, entre muchas otras cosas. La creación y el mantenimiento de la página han tenido consecuencias en el resto de actividades de Millán. “Una de ellas es que ya no me hace falta escribir novelas. La primera que publiqué, que se llamaba El día intermitente, era una novela sobre redes sociales. Ahora que estoy viviendo en una red que en parte yo he construido junto a los amigos a los que voy escribiendo y con los que voy estableciendo enlaces, ya no siento esa necesidad. La creación de una página Web te da la posibilidad, además, de tener una vía de publicación personal que te permite mantener una relación inigualable con los lectores, aunque sigo pensando que lo mejor es compatibilizar la publicación digital y en papel”, me cuenta. El sitio de Millán, en este sentido, sirve una media de una página cada dos o tres segundos. Ignoro bajo qué criterios se podría comparar esta cifra con la tirada media de un libro en España o con su vida comercial, teniendo en cuenta que en www.jamillan.com se acumula información de los últimos ocho años, pero la cifra parece elocuente.
En todo caso, la alternancia entre soporte digital y edición tradicional que Millán propone queda perfectamente explicitada en su reciente publicación de dos libros extraños e inagotables, ¡No! y ¡Contra!, que recogen en papel el material gráfico recopilado en una de las secciones del sitio Web de Millán, “Rutas por la Iconosfera” (http://jamillan.com/rutas), “una de las pocas secciones de mi página Web que no está consagrada a la lengua, sino a la imagen”. En ¡No! se recogen 150 pictogramas mediante los cuales la autoridad sea ésta gubernamental o particular prohíbe todo tipo de cosas: pisar la hierba, jugar a pelota o acariciar a los caballos de un picadero. En ¡Contra!, por su lado, se recogen otras tantas imágenes en las que los ciudadanos manifiestan su disconformidad ante las costumbres o los dictámenes del orden establecido: contra Papá Noel, contra el capital o contra la iluminación eléctrica de las iglesias. Todas estas imágenes han sido halladas por Millán en las calles, en pintadas o en señales, o bien en Internet. Todas ellas recogen con una inquietante simplicidad el universo de prohibiciones y contestaciones en el que nos movemos. Y estén al tanto: ¡Ojo! y ¡Sí! están al caer.
“He tenido la suerte de presenciar dos grandes revoluciones en mi vida profesional: la primera fue la llegada de Internet, o el paso de la edición tradicional a la edición electrónica. Y luego la llegada de la imagen digital, que me ha permitido abordar estos últimos proyectos de carácter más visual.” No sé con qué frecuencia se producen las revoluciones, pero no me cabe la menor duda de que José Antonio Millán logra estar presente en todas y sacarles el máximo partido. Pásense si no por www.jamillan.com. El mundo, como quien dice, está a un clic de distancia. –
Ramón González Férriz
(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).