Tanto las prรณximas elecciones generales como la legislatura que de ellas surja van a estar marcadas, sin duda alguna, por el nacionalismo. Es evidente que para formular semejante predicciรณn no hay que ser un lince. Basta con conocer un poco la historia de Espaรฑa y con analizar, sin demasiados prejuicios, el momento presente. Desde el รบltimo cuarto del siglo XIX, Espaรฑa se mueve โy a menudo se contorsionaโ a golpes de nacionalismo. Por un lado, el de matriz catalana; por otro, el de matriz vasca. Tambiรฉn ha habido, es cierto, uno de matriz propiamente espaรฑola, pero รฉste, al contrario que sus homรณnimos perifรฉricos, ha tenido una trayectoria mรกs difusa, mรกs inconstante y, sobre todo, mรกs breve, puesto que desapareciรณ casi por completo con la llegada de la democracia, como si hubiera gastado ya todas las salvas en las cuatro dรฉcadas anteriores. No asรญ los otros dos; ni tampoco el gallego, que ha estado siempre ahรญ, agazapado, a rebufo de sus hermanos mayores, aguardando su hora.
En realidad, esta supervivencia de los nacionalismos perifรฉricos demuestra hasta quรฉ punto, en los famosos discursos parlamentarios โy en gran parte antitรฉticosโ que Ortega y Azaรฑa pronunciaron en mayo de 1932 a propรณsito del Estatuto de Cataluรฑa, quien tenรญa los pies en el suelo era el primero de los dos oradores. En la medida en que el nacionalismo encuentra su razรณn de ser en el conflicto permanente con el Estado, todo intento de integrarlo en un proyecto comรบn, de disolverlo en una instancia mayor, estรก fatalmente condenado al fracaso. El nacionalismo, decรญa Ortega, โes un problema que no se puede resolver, que sรณlo se puede conllevarโ. De ahรญ que al Estado no le quede otro remedio que cargar con รฉl y confiar en que el tamaรฑo y el peso del fardo sean, en lo posible, llevaderos. Y, la verdad, no parece que รฉste haya sido el caso en la legislatura que estamos ya apurando.
Hasta las elecciones de marzo de 2004, y a pesar de los estragos del terrorismo, el paรญs habรญa ido evolucionando conforme a un mismo patrรณn, acordado por todas las fuerzas polรญticas โlas nacionalistas incluidasโ a finales de la dรฉcada de los setenta: el llamado pacto de la Transiciรณn. Este acuerdo tรกcito, refrendado por la inmensa mayorรญa de los espaรฑoles en cuantas ocasiones habรญan sido llamados a las urnas, se sostenรญa sobre tres pilares: un rรฉgimen, la Monarquรญa parlamentaria; una Constituciรณn, la del 1978, y un Estado, el de las Autonomรญas. Pues bien, en los รบltimos cuatro aรฑos el patrรณn ha quedado hecho trizas. Por supuesto, no es que vivamos ya en una repรบblica popular, con una ley fundamental de nuevo cuรฑo y con un Estado de corte confederal. No, sobre el papel todo sigue como estaba. Pero el deterioro a que se han visto sometidos los tres pilares en que descansaba nuestra convivencia resulta a todas luces notorio y, lo que es peor, no parece que pueda ser reparado sin que se replanteen a un tiempo las propias reglas del juego.
En efecto, si uno repasa los principales acontecimientos polรญticos de esta legislatura, llegarรก fรกcilmente a la conclusiรณn de que en todos ellos ha intervenido en un grado u otro el nacionalismo. Lo cual no presupone, claro estรก, que sรณlo haya intervenido รฉl. O que su intervenciรณn no haya contado, de modo sustantivo, con el amparo de quien habrรญa podido negarle el pan y la sal. Pero, en todo caso, ahรญ ha estado el nacionalismo, en primera lรญnea. Empezando por ETA. Y es que, por mucho que se empeรฑen en negarlo algunas fuerzas polรญticas, y en particular las pertenecientes al autodenominado nacionalismo democrรกtico โes decir, todo el nacionalismo excepto ETAโ, el problema del terrorismo etarra es inseparable del problema del nacionalismo. Y no รบnicamente del vasco.
Asรญ, que el proceso de reforma del Estatuto catalรกn coincidiera en el tiempo con el llamado โproceso de pazโ no puede considerarse en modo alguno casualidad. Quien puso en marcha ambos procesos โes decir, el Gobierno de Espaรฑa, y en particular su presidenteโ tenรญa mucho interรฉs en vincular la suerte del segundo con el destino del primero. Y asรญ lo entendieron, por activa y por pasiva, los interlocutores respectivos. Por ejemplo, el entonces presidente Maragall, quien, a finales de agosto de 2005, despuรฉs de que el consejero Saura hubiera declarado que un โnoโ del PSOE al nuevo proyecto de Estatuto que saliera del Parlamento autonรณmico โimposibilitarรญa que en el Paรญs Vasco tambiรฉn se encontraran vรญas de soluciรณnโ, vinculรณ el devenir de ambos procesos al de la Espaรฑa constitucional. O la propia banda terrorista, que el 25 de octubre de aquel mismo aรฑo, coincidiendo con el vigรฉsimo sexto aniversario del Estatuto de Guernica y con la polvareda levantada por la reciente aprobaciรณn en el Parlamento catalรกn del nuevo texto estatutario, emitรญa un comunicado donde, entre otras cosas, negaba que lo que valรญa para Cataluรฑa pudiera valer tambiรฉn para el Paรญs Vasco.
Por lo demรกs, y como no podรญa ser de otro modo, toda la tensiรณn generada en torno al modelo de Estado ha erosionado tambiรฉn los otros dos pilares sobre los que se asentรณ en su dรญa la Transiciรณn: la Monarquรญa parlamentaria y la Constituciรณn. Jamรกs la figura del Rey y del rรฉgimen que esta figura encarna han estado tan en entredicho como en esta legislatura. Y no me refiero ahora a los pequeรฑos aquelarres que los jรณvenes independentistas han ido organizando por las plazas pรบblicas de Cataluรฑa, y cuyo clรญmax coincidรญa con la quema de unos cuantos carteles con la efigie del monarca, sino a la proliferaciรณn de artรญculos, debates y encuestas sobre la oportunidad y la conveniencia de que Espaรฑa siguiera siendo, en lo tocante al rรฉgimen, lo que viene siendo desde 1975 โa saber, una monarquรญa constitucional. No hay duda que a este desgaste ha contribuido tambiรฉn la reivindicaciรณn acrรญtica de nuestra desdichada Segunda Repรบblica, en la que tanto empeรฑo ha puesto, por cierto, el presidente Rodrรญguez Zapatero. Y tampoco cabe descartar que la apariciรณn de unas nuevas generaciones de polรญticos a quienes los pactos de la Transiciรณn no comprometen en exceso y cuyo รบnico objetivo parece ser el ejercicio del poder โy entre los que se cuenta el mismรญsimo presidente del Gobiernoโ haya completado la faena.
De todas formas, serรญa injusto no recordar aquรญ que en los รบltimos meses el panorama ha cambiado sustancialmente. Coincidiendo con el fin de la tregua de ETA, todo lo que antes era susceptible de deliberaciรณn โla situaciรณn de los presos, el reconocimiento de la izquierda abertzale como interlocutor polรญtico, la participaciรณn de sus franquicias en el juego electoralโ se ha convertido, de pronto, en un asunto estrictamente delictivo y, en consecuencia, penal. Mientras tanto, el nuevo Estatuto de Autonomรญa de Cataluรฑa continรบa atascado en el Constitucional, a la espera de que el alto tribunal digne pronunciarse. Y la marea antimonรกrquica parece haber remitido. ยฟSignifica todo ello que hemos vuelto a la situaciรณn anterior a marzo de 2004? En absoluto. En primer lugar, porque los efectos de las polรญticas gubernamentales que afectan al modelo de Estado y a la solidaridad entre partes de un mismo territorio no pueden eliminarse asรญ como asรญ. La aprobaciรณn del Estatuto catalรกn abriรณ el melรณn territorial, de suerte que las demรกs Comunidades, y en especial las mรกs ricas, se apresuraron a exigir un trato equivalente โo, dicho de otro modo, unos privilegios comparables.Y por si no bastara con estos factores, el lehendakari Ibarretxe, al que poco parece importar que el terrorismo etarra siga tan campante, ya ha anunciado para el prรณximo octubre una consulta a los vascos y a las vascas para que expresen quรฉ quieren ser de mayores y mayores.
Pero es que, ademรกs, el cambio de rumbo impuesto por el Gobierno โy cuya mรกxima plasmaciรณn, en el orden de lo simbรณlico, es este โGobierno de Espaรฑaโ omnipresenteโ tiene todo el aire de la provisionalidad. O de la coyuntura electoral. Sรณlo asรญ se explica que el ejecutivo se haya negado a revocar el aval parlamentario que le faculta para negociar con ETA, como le ha pedido reiteradamente el PP. Y que prefiera mantener en cuarentena el Estatuto catalรกn antes que verse obligado a afrontar, en vรญsperas de las elecciones, las consecuencias de una sentencia. Al fin y al cabo, el ritmo de la polรญtica espaรฑola lo marca desde hace tiempo la inminente cita con las urnas. Y, aun cuando el resultado del 9 de marzo sea mรกs que nunca una incรณgnita โla mayorรญa de las encuestas pronostican una gran igualdad entre PP y PSOEโ, o precisamente por ello, los partidos no descansan. En especial los nacionalistas. Y es que el anunciado refrendo otoรฑal del lehendakari Ibarretxe tiene ya su rรฉplica catalana: por un lado, la reclamaciรณn โburocrรกtica, mediรกtica y callejeraโ, por parte del nacionalismo transversal, del โderecho a decidirโ; por otro, la convocatoria para 2014 de un referรฉndum por la independencia. En definitiva, que las dos prรณximas legislaturas aparecen ya a estas alturas sembradas de minas.
Ante ello, el presidente del Gobierno no ha dado muestras de tener otra aspiraciรณn que la de seguir gobernando con el nacionalismo. Eso sรญ, con un nacionalismo algo mรกs morigerado que el que le ha acompaรฑado hasta la fecha. Asรญ lo dio a entender, cuando menos, en su comparecencia de fin de aรฑo ante la prensa. Para รฉl, los socios futuros son CIU y PNV. O sea, los dos partidos cuyos mรกximos dirigentes se han manifestado mรกs de una vez a favor de la autodeterminaciรณn de Cataluรฑa y el Paรญs Vasco, respectivamente. La posibilidad de un gran acuerdo nacional con el PP ni siquiera se plantea como hipรณtesis. Y es una lรกstima. Porque el PP sรญ se plantea esta posibilidad, en caso de victoria. Y, vistas las expectativas electorales de Uniรณn Progreso y Democracia โel tercer partido nacional con el que podrรญan pactar unos y otros para alcanzar la mayorรญa absoluta, y al que los sondeos no conceden demasiada intenciรณn de votoโ, dudo mucho que exista otra soluciรณn. A no ser que queramos seguir con un modelo territorial permanentemente abierto, con una divisiรณn manifiesta en la lucha contra el terrorismo, con unas polรญticas educativas y lingรผรญsticas en manos de los nacionalismos gobernantes y con un marco constitucional cada vez mรกs decorativo.
O, lo que es lo mismo, con un fardo imposible de conllevar. ~
(Barcelona, 1956) es filรณlogo y periodista. Especialista en el escritor Josep Pla. En 2009 se publicรณ su obra mรกs reciente, 'Filologรญa catalana. Memorias de un disidente' (Barataria).