El animal humano, lo hemos visto (y seguimos viendo) hasta el cansancio, es capaz de la mayor bestialidad. Pero también está hecho a imagen y semejanza de Dios: es pensador (qué sería del universo si no hubiera nadie ahí tratando de entenderlo), es generoso y capaz de refinamiento estético y moral. Así pues, no sabemos qué pensar de él. Cada vez que se hace manifiesto algún aumento del poder de este animal sobre el orden de las cosas, se vuelve a reflexionar sobre el enigma de la naturaleza humana. ¿Es el humano merecedor de este poder?, ¿qué va a hacer con eso?
No hace mucho fue la energía nuclear (con la que el sapiens hizo de inmediato, claro, bombas potentísimas). Ahora es la ingeniería genética la que abre la discusión. Esto es, la posibilidad de alterar el curso, siempre azaroso, de las cosas y diseñar humanos. Hay diferentes formas de hacerlo, pero ¿se vale?, ¿es el humano merecedor de ese poder?, ¿qué va a hacer con eso?
"En 1995 investigadores en Texas produjeron ratones sin cabeza", lees en el periódico. Y ahí lo tienes, detrás de eso está la alhajita, el sapiens. Porque, por un lado, no ha de ser fácil: ¿cuántos años de ardua meditación se precisaron para alcanzar la técnica que permite hacer eso? Y por otro, eso que se logra es una atrocidad. El pensamiento delicado, el razonamiento fino, desembocan en el monstruo.
Los ratones sin cabeza no se producen en arrebatos de pasión ingobernable (según el esquema habitual), bailando en el frenesí del vudú, por ejemplo, sino razonando en la quietud del laboratorio. La bestia no aparece porque las pasiones más bajas arrollen su capacidad de razonar. No, la bestia aparece justamente al razonar en frío y se muestra ahí, en los razonamientos mismos.
Cuando el maestro Pascal se puso a considerar el enigma de la naturaleza humana, ¿es ángel razonador o es bestia irredenta? (Mozart y Einstein de un lado, el Mochaorejas y Goebbels del otro). Llego a una solución ejemplar: no es ángel ni es bestia, como parece tantas veces, es las dos cosas al mismo tiempo. Más precisamente, el humano es tensión entre estos dos extremos. Esto es, es vacilación, tironeo, conflicto; en un palabra, el humano es drama.
Ahí está el ratón sin cabeza. Si la tirada (en plan de ciencia ficción) es, por ejemplo, obtener una generación de humanos sin cabeza que se usen de almácigo de órganos de trasplante, estamos en el terreno de lo francamente repugnante. Pero ¿por qué? No sabemos bien. Como siempre, tenemos intuiciones morales, no razonamientos precisos. Digámoslo así: la persona humana es algo demasiado valioso, delicado, podríamos decir, intocable, sagrado, como para que el entusiasmo del ingeniero genético meta en ella su manota. La persona no es un útil, no es un medio, no es tampoco, en un sentido, un animal, sino algo único e irrepetible, digamos, es un mundo entero, un absoluto. Ergo, un límite.
Mircea Eliade observa en alguna parte que las promesas de los viejos alquimistas vinieron a cumplirlas los científicos modernos: cambiaron el método, lo hicieron preciso y refinado, pero conservaron los ideales delirantes de los magos. Uno de ellos, como se sabe, fue hallar el elíxir de la inmortalidad.
La medicina regenerativa (que estudia cómo gobernar las células para hacer crecer toda clase de tejidos y órganos) no es este elíxir, pero es un paso hacia ese ideal. De ella, ¿qué te puedo decir?, esperamos grandes cosas, nadie está contra la investigación, hay que saberlo todo.
Pero cuando le preguntaron a Schumacher, el piloto alemán campeón de carreras fórmula uno, y el deportista mejor pagado del momento (gana mucho más que Tiger Woods, Michael Jordan o los ases del beisbol), que por qué no corría en las 400 millas de Indianápolis, respondió: "Porque en esa pista los coches corren muy pegados a la valla protectora y eso la hace muy peligrosa." Insistieron: "Pero otros pilotos corren, ¿no te sientes mal de no correr tú?" Y él respondió: "No, no creo que tenga que probarle nada a nadie." ¿Qué opinas de esa respuesta? Para mí que ahí se ve, en parte, por qué Schumacher es campeón de carreras.
Y eso debería recordar el investigador de estas cosas, que su trabajo es peligroso porque corre muy cerca de la valla protectora y el Golem fatal acecha. Y ya sabemos que el humano es animalito inteligente, pero ¿quién confía en él a ciegas después de todo lo que hemos visto?
Y bueno, una moneda está otra vez en el aire. Lo que tenemos delante, ¿es la lámpara de Aladino o es la caja de Pandora? No lo sabemos, y el drama de la aventura humana vuelve a desplegar, amplia, su curva: ¿hasta dónde vamos a llegar? ~
(Ciudad de Mรฉxico, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y acadรฉmico, autor de algunas de las pรกginas mรกs luminosas de la literatura mexicana.