Bosques holandeses colmados de neblina, gatos y calaveras portando bombines; liebres fumadoras, plátanos tatuados, talismanes, criaturas antropomórficas, ninfas fúnebres y roedores penitentes. Imágenes cargadas de narrativas que trascienden paralelismos fantásticos y que consigo llevan una complejidad expresa.
Hasta donde recuerda, Femke Hiemstra siempre pintó y dibujó. Creció en un suburbio a las afueras de Ámsterdam, repleto de campos y praderas de ganado. En casa tenía peces, gatos y conejos. Coleccionaba esqueletos de animales y piezas de jarrones rotos. Con sus amigos construía casas de árbol y balsas con bloques de poliestireno que robaba de construcciones. Su padre era un asiduo lector de cómics y revistas flamencas setenteras. A la pequeña Femke le compraba títulos para niñas sobre ponys y tramas de la cotidianeidad de la ‘mujer joven’. Sus abuelos le inculcaron el amor por la naturaleza, le enseñaron los nombres de las especies de flores y aves, así como sus primeros acercamientos al arte: “Pude encontrar arte en mis alrededores al estar en casa de mis abuelos. Tenían una colección de estatuas, máscaras africanas y bastantes obras del pintor flamenco holandés Reimond Kimpe”.
Femke hoy camina por los abundantes y ácidos senderos del surrealismo pop, forjado por verdaderos biólogos de la imagen como Todd Schorr, Mark Ryden o Robert Williams. Como ella misma lo establece, es más apropiado clasificar su técnica como mixed media. “En pocas palabras: creo un relato o cuento, después vienen los sketches, escaneo y subo el tamaño de la imagen en la computadora. Esos toscos sketches se vuelven mi guía. Cuando pinto hago uso de acrílicos y lápices de color, principalmente. Trabajo con muchas capas delgadas, casi transparentes, lo cual ayuda a dar una sensación de óleo a mi trabajo”. Sucesiones heterogéneas al servicio de lo narrativo.
Con un ojo afilado para el detalle y lo divino, los pequeños y minuciosos dibujos de Femke están concebidos para recolectores de experiencias y sensaciones intimistas. Su gráfica invita a mundos diminutos tan inocentes como unos conejillos blanquecinos de ojos relucientes, pero tan negros como la tinta de un calamar. “Me gusta contar historias. Mi narrativa envuelve personajes, flora y fauna, y es por partes real y ficticia. Me atraen bastante los contrastes, me alientan los personajes humorísticos, son parte de mis historias, pero también me atraen las temáticas oscuras que envuelven emociones fuertes como batallas, una cacería, un amor perdido o trágico, o la ‘muerte romántica’”. Cada pieza guarda consigo algo que en la boca nos sabe a fantasmagorías y cuentos de hadas.
Si bien cada pintura o ilustración puede ser interpretada como una historia en desarrollo, el arte de Hiemstra está lleno de preguntas precarias y soluciones sospechosas al miedo y los peligrosos predicamentos de la belleza.
Muchas han sido las fuentes de inspiración de la holandesa: la cultura pop, Max Ernst, juguetes japoneses vintage y los pintores holandeses de la época dorada. Pero una de ellas llama poderosamente la atención, sobre todo a los amantes del grabado y la caricatura mexicana. Se trata de José Guadalupe Posada: “No estoy segura cómo Posada se introdujo en el trayecto, pero lo que sí sé es que amé su trabajo. Su humor y variedad temática son bastante inspiradores. Él trabajaba para revistas de noticias sensacionalistas, un factor que sólo le añade sabor. Esas escenas tan bizarras son todo un banquete para los ojos”. Femke confiesa que su conocimiento sobre México no es tan impresionante: “Si acaso estoy familiarizada con algunos artistas y partes de la cultura a través de libros y museos”.
Cuando se le preguntó a la ilustradora sobre su más preciado trabajo, sin titubear respondió: “Muchas veces me han hecho esa pregunta y no me canso de responder: Cheery Cooky. Es una de las primeras carátulas de libro antiguo que pinté y recuerdo vívidamente la alegría que sentí cuando lo hice. Nunca la vendí ni la venderé. Es una de mis obras más queridas”.