El lector sojuzgado

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El ensayista Lionel Trilling, uno de los principales animadores de la legendaria Partisan Review (el รณrgano de la izquierda intelectual neoyorquina que a partir de 1937, rotos sus vรญnculos con el Partido Comunista, denunciรณ los horrores del estalinismo), es un modelo de agudeza y erudiciรณn que la crรญtica acadรฉmica deberรญa estudiar a fondo, si pretende cumplir una funciรณn orientadora fuera de las aulas. Guiado por una intuiciรณn mรกs fรฉrtil que ninguna metodologรญa, tensaba la precisiรณn del lenguaje en vez de apabullar al lector comรบn con una jerga impenetrable y esclarecรญa la significaciรณn mรกs honda de la literatura con un vuelo imaginativo que le permitiรณ vincular campos del saber habitualmente divorciados por la miopรญa de los especialistas. Trilling creรญa que la mejor crรญtica literaria tiende puentes entre diversas disciplinas (la psicologรญa, la filosofรญa, la ciencia polรญtica) y, sobre todo, debe proponerse cautivar al lector con las mismas estrategias de seducciรณn que utiliza un poeta o un novelista. En las librerรญas virtuales estรกn a la venta sus memorables colecciones de ensayos The liberal imagination y The moral obligation to be intelligent, dos obras maestras en el difรญcil arte combinatorio de las ideas fecundas. Aunque las polรฉmicas ideolรณgicas en que Trilling participรณ ya no despiertan grandes pasiones en una repรบblica literaria cortesana y anestesiada, sus ensayos abren horizontes inagotables. Quizรก su principal aportaciรณn para definir el cรณdigo genรฉtico de la literatura contemporรกnea, nacida de una ruptura radical con la tradiciรณn, pero tambiรฉn de una ruptura con el gusto burguรฉs, fue su anรกlisis comparativo de los cรกnones estรฉticos antiguos y modernos: la pugna entre la literatura que buscaba provocar el agrado de los lectores y la literatura revulsiva del siglo XX:

Nuestra experiencia tรญpica de una obra que eventualmente ejercerรก autoridad sobre nosotros –observa en el ensayo “El destino del placer”– es empezar su lectura en una desventaja consciente y luchar contra ella hasta que la obra se digne a bendecirnos. La tenemos en alta estima mientras suponemos que nos juzga, y cuando parece haber dejado de hacerlo, cuando empezamos a sentir que la poseemos, cuando ya no se nos resiste ni nos desconcierta, descubrimos que su poder ha disminuido.

Trilling contrapone esta humilde y cautelosa predisposiciรณn al aprendizaje con el modesto efecto sobre los lectores buscado por Wordsworth, que en el prรณlogo de sus Baladas lรญricas, escritas en mancuerna con Coleridge, declarรณ abrigar la intenciรณn de provocar “una excitaciรณn suavizada por el contrapeso del placer”. A partir de un cierto punto de inflexiรณn en la historia de la literatura, que segรบn Trilling tuvo como principal exponente al Dostoievski de las Memorias del subsuelo, la literatura se propone explorar los horrores y los absurdos de la existencia, perturbar al pรบblico en vez de “suspenderlo”, como dirรญan los poetas espaรฑoles del Siglo de Oro. La importancia de la nueva tarea emprendida por los escritores (comparable a la que antiguamente desempeรฑaban los sacerdotes) sepultรณ desde entonces la vieja consigna horaciana de educar deleitando. Si la agitaciรณn moral revestida con el prestigio de los viejos libros sagrados pone a los lectores en una situaciรณn incรณmoda, donde la autoridad del texto los apabulla y condiciona sus reacciones, otro tanto sucede, aรฑadirรญa yo, cuando un arduo texto hermรฉtico descalifica de entrada a los lectores que no sepan descifrarlo, o que no quieran dedicarle seis meses de estudio. De hecho, en ambos casos hay una inversiรณn de papeles favorable al autor, pues la obra se convierte en juez del pรบblico en vez de someterse a su aprobaciรณn. Los derechos del lector se reducen al mรญnimo cuando “la desventaja consciente” mencionada por Trilling nos impide rechazar algo que nos disgusta. Constreรฑir la literatura a la tarea de suscitar un hedonismo espiritual mรกs o menos sublime, como querรญa Wordsworth, y antes que รฉl, todos los poetas de la Antigรผedad clรกsica, tal vez ya no sea aceptable para ningรบn escritor. ¿Pero es justo sojuzgar de tal modo a quienes deberรญan calificar una obra, con mayor o menor acierto segรบn sus luces y su nivel de apreciaciรณn? ¿No ha engendrado esa prรกctica un desequilibrio de poderes que repercute en contra de la obra literaria?

El tipo de lectura descrito por Trilling se asemeja mucho a la experiencia de un alumno aplicado que suda sangre para dar la respuesta correcta cuando un maestro le ha lanzado un “torito”. Estamos en las antรญpodas del pรบblico exigente y ruidoso que en el Corral de la Pacheca o en el Globe Theatre de Londres, abucheaba a los dramaturgos cuando una obra no lo entusiasmaba. El esplendor que alcanzรณ el teatro en esas y otras รฉpocas de la historia demuestra que un pรบblico insolente y desinhibido es preferible a un pรบblico amedrentado por la autoridad intelectual. Pero al introducir el deber en el terreno del placer, la autonombrada “literatura seria”, que aspira prematuramente a la gloria indiscutible de los textos canรณnicos, se ha colocado en la envidiable y privilegiada situaciรณn de un actor a quien su pรบblico estรก obligado a aplaudir, so pena de reprobar el examen al que lo ha sometido.~

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(ciudad de Mรฉxico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mรกs reciente, El vendedor de silencio.ย 


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