Es interesante comprobar que los avances que amplían a cada paso nuestra capacidad cerebral son al mismo tiempo objeto de sospecha e incluso de menosprecio. El cerebro humano se encuentra enlazado irremediablemente a una red simbólica y cultural sin la cual es incapaz de funcionar con normalidad. A esta red la defino como un exocerebro. Se trata de un conjunto de prótesis que realizan externamente lo que el cerebro por sí solo no puede realizar. El habla es sin duda la parte más evidente del exocerebro. Pero también forman parte de estas redes externas las formas simbólicas no discursivas, como el arte, la música y la danza, así como los mecanismos externos que amplían la memoria, como la escritura. Las prótesis que amplían de forma artificial la memoria se han expandido extraordinariamente, hasta alcanzar las gigantescas proporciones de internet y de las grandes bases digitales de datos.
Esta ampliación del exocerebro ha generado muchas inquietudes. Hace poco, Mario Vargas Llosa ha señalado, con acierto, que estas redes no son simplemente una herramienta, sino que son una prolongación de nuestro cerebro, que se va adaptando a las nuevas prótesis (“Más información, menos conocimiento”, El País, 31-07-2011). Pero el escritor se alarma ante los daños que esto puede ocasionar, señalados por Nicholas Carr en un libro reciente (¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?, Taurus, 2011). Vargas Llosa cree que nuestros cerebros se vuelven dependientes e incluso esclavos de las nuevas prótesis, y que cada vez son menos capaces de pensar, prestar atención y memorizar de manera inteligente.
Se trata de un viejo reflejo conservador. Me gustaría poner un ejemplo antiguo e ilustre. Platón estaba convencido de que la escritura era un peligro para la actividad inteligente del alma. En el Fedro (274C-275B) recuerda el mito del descubridor de la escritura, el dios Toth, que se jactaba de que la escritura fortalecería la memoria. Suponía que la escritura era el “remedio para la memoria y la sabiduría”. Cuando Toth expuso su descubrimiento a Thamos, el rey de Egipto, él le contestó que, por el contrario, “la escritura producirá el olvido en las almas de los que la aprendieren, por descuidar la memoria, ya que confiados en lo escrito, producido por caracteres externos que no son parte de ellos mismos, descuidarán el uso de la memoria que tienen adentro”. Para contrarrestar la falsa sabiduría que implicaba la prótesis de la escritura, los griegos cultivaron el arte de la mnemotecnia. El cultivo de la memoria también usaba recursos externos, pero su objetivo era fijar los recuerdos en la memoria interior en lugar de almacenarlos en textos escritos. Pero en realidad, como es evidente, ha sido justo la acumulación de recuerdos en memorias artificiales externas (libros, bibliotecas, pintura, escultura) lo que ha impulsado de manera extraordinaria las capacidades creativas de la humanidad.
La acumulación artificial externa de ideas y emociones, junto con la consiguiente capacidad para comunicarlas masivamente, ha sido la base más sólida para construir nuestra moderna capacidad para ser libres. Me preocupa que se extienda una reacción irracional de alarma contra las mismas prótesis que han ampliado el libre albedrío de los humanos. Si somos capaces de decidir y de actuar libremente, ello no es debido a que cultivamos sobre todo los órganos internos de la memoria y de la inteligencia. Ha sido gracias a la extraordinaria ampliación del exocerebro.
El uso de memorias artificiales gigantescas ha llevado a algún insensato, como el profesor que cita Vargas Llosa (Joe O’Shea), a afirmar que los libros se han vuelto superfluos y que él encuentra toda la información que necesita en internet. Para él resulta inútil leer un libro completo. También dramática es la actitud del otro profesor en el que se apoya Vargas Llosa (Nicholas Carr), a quien el uso intensivo de internet le averió radicalmente la capacidad de concentración y de reflexión (como temía Platón que podría pasar con el uso de la escritura). En consecuencia, este profesor se aisló en las montañas de Colorado y escribió un libro que denuncia el poder esclavizador de la informática y de internet. Uno de sus argumentos, apoyado en la neurología, es que las nuevas redes informáticas están cambiando la estructura de nuestro órgano de pensar, el cerebro. Por supuesto que así es, pero no veo que debamos por ello alarmarnos. Desde que se inventaron las más antiguas prótesis, el cerebro humano cambió para adaptarse a ellas. Quizá la que más cambió las estructuras neuronales fue la escritura. Otras prótesis fueron malignas, como las armas, a las cuales hay que tenerles mucho más miedo que a las redes informáticas.
Vargas Llosa se lamenta de que, por culpa de la red, ahora los estudiantes son incapaces de leer libros completos. Yo no creo que sea culpa de internet: siempre ha habido personas que no quieren ni pueden leer el Quijote. Pero gracias a la red ahora cualquier persona que posea una de esas maravillosas prótesis que son los libros electrónicos tiene la libertad de descargar en su aparato, sin ningún costo, el texto completo en español del Quijote.~
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.