Amos Oz, Una historia de amor y oscuridad, traducción de Raquel García Lozano, Siruela, Madrid, 2004, 644 pp.
Una historia de amor y oscuridad es la historia de la madre de Amos Oz. Como contó James Ellroy en Mis rincones oscuros (Ediciones B) la historia de su madre, misteriosamente asesinada. O como contó Georges Simenon la historia de una completa desconocida, su madre, internada en un hospital, en Carta a mi madre (Tusquets). O como contó Richard Ford la historia de su madre, con las horas contadas, en Mi madre, in memoriam (Lumen). O como la había contado años atrás Albert Cohen en El libro de mi madre (Anagrama). La diferencia es que James Ellroy y Georges Simenon y Richard Ford y Albert Cohen sabían que querían contar la historia de sus madres, mientras que Amos Oz no sabía que quería contar la historia de su madre. El relato de las razones del suicido de su madre se le impuso a Amos Oz (Jerusalén, 1939) mientras escribía estos recuerdos, verdaderos o inventados, de su infancia, y de su adolescencia en un kibbutz y de su participación en la guerra israelí y de las razones que le llevaron a convertirse en escritor. Amos Oz afirma que el libro que está escribiendo no sabe de dónde surge ni sabe cómo lo está escribiendo: así las repeticiones obsesivas, así las vueltas, así las distintas tramas mezcladas, así la incorporación continua de personajes. Una historia de amor y oscuridad es una liberación, una gran suelta de lastre. Para poder escribirlo ha tenido que pasar el tiempo, ha tenido que morir su padre, ha tenido que reflexionar serenamente sobre su propia vida, ha tenido que esforzarse en sacar de la memoria los pequeños detalles, ha tenido que ordenar los recuerdos que estaban almacenados en su cerebro aislados unos de otros, sin tocarse por miedo a revelar el misterio.
La madre de Amos Oz se suicidó cuando Amos Oz tenía doce años. La madre le contaba historias por las noches, que fueron las que le convirtieron en escritor, y no las logomaquias lingüístico-literarias de su padre, ni la frecuentación de los grandes escritores hebreos, incluido Samuel Agnon, el premio Nobel, ni la lectura obsesiva de Sherwood Anderson y de Chejov y de Kafka y de Hemingway. La madre de Amos Oz nació en Rovno, Polonia, y estudió en Praga, porque en Polonia las mujeres judías tenían prohibido estudiar en la universidad, y acabó de estudiar en Jerusalén, donde conoció a su marido. La madre de Amos Oz estaba obligada socialmente a callar pero no quería callar. La madre de Amos Oz le pidió por favor a su hijo que si se casaba no tomara “como ejemplo la vida matrimonial de tu padre y mía”. La madre de Amos Oz se perdió en algún momento, como se perdió Tolstoi en la estación de ferrocarril de Astapovo, y por alguna razón que Amos Oz no ha conseguido desentrañar ya no pudo regresar. Amos Oz también se perdió siendo niño en una enorme tienda de ropa, pero consiguió salir de sus laberínticas estancias.
Amos Oz trata de aclarar los enigmas de ese suicidio, que durante años mantuvo encerrado, del que no quiso saber demasiado, del que nunca preguntó, del que se protegía, del que a veces alguna de las amigas de su madre le prometía un relato pormenorizado que nunca llegaba.
En Una historia de amor y oscuridad la historia de oscuridad es la que sufre su madre; pero no resulta tan evidente cuál es la historia de amor. La madre de Amos Oz prefería la amistad al amor. Y es muy difícil explicar el amor maternal cuando la madre fue capaz de darle la espalda a su hijo. El amor de Amos Oz hacia su madre ha crecido después del suicidio y de una manera intelectualizada, porque cuando Amos estaba preparado para entender el mundo de su madre, su madre ya no estaba en condiciones de poderlo explicar. ¿El amor de su padre, volcado en los libros y en una vida de funcionario gris?, ¿la de los judíos nacionalistas hacia Israel, una tierra propia pero ajena?
Una historia de amor y oscuridad es la historia de la muerte de la madre de Amos Oz, pero también es la historia de los miembros de su familia la de la abuela obsesionada por los gérmenes, la del tío Yosef, la del tío Zvi que trabajaba en un ambulatorio y la de la tía Haya que tenía un puesto importante en la Asamblea de las trabajadoras, o la del mujeriego abuelo Alexander, todos exiliados en un Israel demasiado oriental, un país extraño a todos esos verdaderos europeos procedentes de una Europa en la que los judíos eran los únicos y verdaderos europeos. Y también es la crónica de cómo Amos Oz se convirtió en escritor. Y la de su vida en el kibbutz, adonde llegó para separarse de su padre, que se había vuelto a casar y que había comenzado una nueva vida. Y es la historia de las tramas políticas: la vida en el Jerusalén de la colonia británica, la vida en el Estado independiente recién nacido, la vida en las guerras con los árabes, la vida en un territorio en el que no resulta nada fácil vivir. Y la historia de un lector empedernido, que quería convertirse en un libro, por miedo. Y además es el relato de su pasión por una maestra de su infancia. Y el recuento de unas cuantas vidas rotas por el nazismo: “pues todo aquel cuyos familiares no habían llegado a Palestina tuvo que admitir finalmente que los alemanes los habían matado a todos”. Y la exposición de las razones por las que Amos Oz renunció al apellido de su padre. Y el proceso intelectual que tuvo que hacer Amos Oz para deshacerse del lavado de cerebro al que le habían sometido en su infancia. Y las reflexiones de Amos Oz sobre el largo conflicto entre Palestina e Israel, las mismas que exponía en su último ensayo traducido en España, Contra el fanatismo (Siruela), cuyo resumen siniestro se explica con las pintadas que antes exigían que los judíos se marcharan a Palestina y con las pintadas que ahora exigen que los judíos se marchen de Israel. Y las peripecias por las que se crearon nuevas palabras en hebreo. Todo eso es Una historia de amor y oscuridad. Pero además es la historia de un largo desencuentro entre Amos Oz y su madre.
“Todas las familias felices son iguales, pero cada familia desgraciada lo es a su manera”, escribió Tolstoi. Y es pertinente citar a Tolstoi porque el escritor ruso era uno de los preferidos de la madre de Amos Oz, que siempre “mostraba una especial afinidad con sus ideas” y que siempre leía al pequeño Amos sus historias por las noches. Y porque la primera vez que Amos Oz vio un retrato de Tolstoi en una fotografía sepia en la solapa de un libro “estaba seguro de haberlo visto muchas veces por el barrio, paseando por la calle Malaquías o por la cuesta de la calle Abdías, con la cabeza descubierta, una barba canosa al viento, solemne como el patriarca Abraham, los ojos centelleantes, un palo en la mano que hacía de bastón y una camisa de campesino por encima de los pantalones anchos, atada con una tosca cuerda a la cintura”. Y también es pertinente porque Tolstoi escribió esa frase en Ana Karenina, la novela de una suicida torturada por sus dudas sentimentales. Una historia de amor y oscuridad es un libro muy triste, y muy hermoso.
La familia de Amos Oz fingía ser feliz en su círculo social pero estaba condenada a la desgracia: la imagen de un huerto en un patio en el que ninguna planta consigue germinar, se haya o no se haya producido realmente en el Jerusalén de los años cuarenta, explica mejor que ninguna otra la vida del padre bibliotecario de tercera, la madre exiliada de sí misma y un niño que quiere convertirse en libro, por miedo, encerrados en un pequeño piso. –
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.