El plato roto

Como el SNI, el SNCA es un sistema del gobierno y ambos deben evaluarse a fondo, pero no debe ser la burocracia quien elija su rumbo.
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La cultura y la educación no son lo mismo, sin embargo, el Estado ha tomado la función de administrar sus presupuestos, a través de dos sistemas: el Sistema Nacional de Investigadores y el Sistema Nacional de Creadores. El apoyo decidido a la academia surgió en México en la presidencia de Luis Echeverría y durante su sexenio se abrieron numerosas universidades, centros educativos o culturales. En consecuencia, el presupuesto para apoyar al aparato universitario fue extraordinario: la universitaria se volvió una “clase” con privilegios notables en relación con, por ejemplo, los profesores de la enseñanza básica, cuyo olvido hoy es parte de nuestras mayores vergüenzas y un desastre para la educación nacional. Gabriel Zaid ha documentado la vertiginosa carrera que llevó “de los libros al poder” y en Dinero para la cultura reflexiona sobre el resultado de hinchar una burocracia cultural que prosperó, pero no prosperó la cultura.

Fue durante el sexenio de Echeverría que se inició la idea de crear un Consejo Nacional de las Artes. Para ello no se consultó a la comunidad, lo que provocó la respuesta de varios intelectuales que firmaron un manifiesto redactado por el mismo Zaid y publicado en Plural. Acompañando el manifiesto, Zaid incluyó un artículo —previamente aparecido en Excélsior— al que, con algunas pocas adiciones propuestas por Octavio Paz, se adhirieron varios intelectuales. “Ideas para un Fondo de las Artes” se llamó aquel documento. En él se reflexionaba sobre la relación entre el Estado y las artes, estableciendo tres momentos en el fenómeno artístico y literario: “la elaboración, la transmisión y la recepción”. La función del Estado consistía (y aún debe consistir) en “respetar la autonomía del que elabora el mensaje y velar por la libertad de su difusión y recepción”. La actividad del Estado sería concentrar los recursos en apoyo a la cultura —estatales y particulares—, y descentralizar las actividades culturales, entre otras.

Un asunto esencial de ese documento y que, desafortunadamente, sigue prevaleciendo de manera incluso más acusada, fue la denuncia de que la administración había crecido a expensas de la creación. Los dos primeros puntos del proyecto delineaban con claridad que el Fondo de las Artes debía ser un organismo autónomo, separado de la administración pública, y cuyo objetivo sería “subsidiar las actividades artísticas que a su juicio lo merezcan”. Los jurados, miembros de la comunidad artística y literaria, estarían apoyados por “visitadores” que observarían los resultados de los proyectos aprobados y recomendarían su continuación, cancelación o modificación.

El Fondo Nacional para la Cultura y las Artes se creó varios años después, en 1988. Cuatro años antes, en 1984, se creó el Sistema Nacional de Investigadores. A pesar de llamarse “Sistemas”, son muy distintos entre sí. A la distancia, la trayectoria de ambos —considerando el número de apoyos—, es asombrosa. En la actualidad, el SNI cuenta con más de 19000 investigadores y el SNCA con 600. De acuerdo con los datos ofrecidos por la Academia Mexicana de Ciencias en su Atlas de la Ciencia Mexicana (http://www.atlasdelacienciamexicana.org/es/sni.html), al año ingresan al SNI más de 1000 investigadores y la nueva propuesta para el SNCA es de 100 anuales. Los miembros del SNI tienen la facultad de continuar su apoyo y en la nueva propuesta del SNCA se derogó la posibilidad de renovación. Del número total de investigadores del SNI, el 14.7% pertenece en la actualidad al área IV (Humanidades y Ciencias de la conducta) y un buen porcentaje de ellos son investigadores dedicados a estudiar la obra de creadores artísticos. Esto da lugar a un problema realmente singular en la visión del Estado. Para el caso de los investigadores que dedican su trabajo al estudio de las obras de creación artística existe la posibilidad de que continúen su labor con el apoyo del SNI, sin embargo, al creador que realiza las obras que el investigador estudia, no se le permite, siquiera, concursar para mantener ese apoyo. Así, el SNCA deja de ser un sistema y se convierte en uno más de los concursos artísticos anuales, con todos sus vicios y opacidad.

No es ninguna novedad decir que los apoyos otorgados a los miembros del SNI son, en realidad, la forma en la que el Estado ha paliado su obligación de procurar presupuestos suficientes a la educación superior y un salario digno a los investigadores. El SNI y otros programas de estímulos universitarios han sometido a los investigadores a una carrera loca para obtener “puntos” que les permitan ingresar o mantenerse en esos programas. La obtención de dichos “puntos” ha pervertido la función educativa y de investigación, de modo que el SNI es, en última instancia, un sistema “asistencialista”.

El SNCA ha prohijado también un gran número de problemas. El presupuesto del FONCA está disminuido por los adeudos y por la falta de una decidida política para obtener aumentos federales. No es noticia nueva, tampoco, que los criterios para evaluar los proyectos de los creadores son defectuosos y que la actividad artística es difícilmente mensurable, lo que da origen a varias injusticias. En 2010 se intentó convertir aquel concurso anual en un verdadero sistema, pero tenía una grave falla de origen: la calidad de una obra y una trayectoria no se miden por la edad del creador.

Las nuevas políticas del SNCA afectan a 600 creadores pero, inmediatamente, a la generación que ingresó en 2010 y que ha cumplido estrictamente con el compromiso que establecían las Reglas de Operación bajo las cuales participó. En esa generación se encuentran muchos de los mejores artistas y escritores de México, que ahora pagarán el plato roto de la administración.

Como el SNI, el SNCA es un sistema del gobierno y ambos deben evaluarse a fondo, pero no debe ser la burocracia quien elija su rumbo. Existen muchas ideas diferentes y valiosas entre los creadores y, como en 1975, es necesario que se escuche su voz.

 

 

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(Ciudad de México, 1961) es poeta, ensayista y editora de poesía en Letras Libres. Este año su libro Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) recibió los premios Mazatlán de Literatura y Xavier Villaurrutia.


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