El hombre que me recibe en el restaurante del mejor hotel de Hay-on-Wye luce una barba canosa de varios días, tiene el párpado del ojo izquierdo caído, dormido por dos puntadas –una operación reciente–, viste un desaliñado jersey azul visiblemente agujerado por el hombro –¿la polilla?– y come de forma tan apresurada que temo que del plato a la boca se le vaya a caer el bocado. Sinceramente, no parece rey –tampoco es que yo conozca muchos; más bien ninguno. Habla con una voz gruesa que eleva para llamar la atención, se ríe de sus propias ocurrencias, y observa de manera desconfiada. Aparenta ser el típico hombre capaz de tomarse la libertad de darle una nalgada a la camarera, aunque sólo bromea con ella y la llama por su nombre de pila. Ella asiente a lo que diga el cliente. Todos saben en este lugar quién es él. El hombre hace una pausa, y antes de llevarse otro bocado de su pie de carne con puré de patatas, declara: “Soy el último trotskista del Reino Unido. ¿Quiere comer?” Son sólo las doce del día. Le acepto un café.
El hombre se llama Richard Booth, tiene 68 años, y es el Rey de este pequeño pueblo que bordea a Inglaterra, pero que pertenece a Gales, aunque Booth lo declaró independiente en abril de 1977, justo cuando se autoproclamó Rey de Hay y nombró a su caballo, un pura sangre blanco, Primer Ministro. Era una ocurrencia, pero las autoridades británicas picaron el anzuelo: se apresuraron a declarar que Hay-on-Wye pertenecía al Reino Unido. Los medios hicieron el resto. Hay-on-Wye iba a tener publicidad gratuita por varios años, si no es que para siempre. En cualquier caso, no era la primera vez. Algo más noble ya lo había dado a conocer al mundo con el sobrenombre de Town of books.
La caricatura en la que se ha convertido el Rey Booth es injusta consigo mismo: naturalmente es un hombre estrafalario, extravagante, pero este pueblo, inmerso en una cuenca de valles que pertenecen al Parque Nacional de Brecon Beacons, le debe a él, y a nadie más, su fama internacional por tener el mayor mercado concentrado de libros de segunda mano en el mundo –más de un millón de libros que han pasado por lo menos una vez por otras manos– con un flujo de 500.000 turistas al año, mérito por el que en 2004 se le concedió a este licenciado en Historia por la Universidad de Oxford el premio mbe por el servicio al turismo.
Desde hace dieciocho años, Hay-on-Wye también alberga dos festivales literarios al año –uno en verano y otro en invierno– de los que el monarca reniega: “Se trata de festivales de libros nuevos, no de segunda mano, y el auge de este pueblo, de su economía, se debe a los libros de segunda mano, no a los libros que la bbc o The Guardian quieren patrocinar: eso no pertenece a Hay; es un evento puramente comercial”, dice el Rey. “No pertenece a Hay”, pero pertenece: cada verano son invitadas personalidades de la talla de Bill Clinton para dar el pistolazo de salida a los diez días que dura el festival de este “Woodstock de la mente”, como el propio ex presidente estadounidense calificó entusiasmado al pueblecito de 1.846 habitantes. Aunque en algo lleva razón el Rey Booth: la historia que hizo célebre al pueblo se remonta a muchos años atrás, no a lo que Clinton, Paul McCartney, Van Morrisson o Ian McEwan –otros pregoneros del festival– hayan dicho sobre él.
A comienzos de la década de los sesenta, cuando Hay-on-Wye y las zonas rurales circundantes sufrían una depresión económica que había paralizado al pueblo, y obligado a emigrar a las familias, el entonces adinerado Richard Booth concibió una idea tan excéntrica como él: hacer de Hay-on-Wye un pueblo libro, el mayor mercado del mundo de libros de segunda mano. “Compras libros de todo el mundo, entonces tienes compradores de todo el mundo”, dice como una lección aprendida que difunde en letra impresa: Booth tiene su propia autobiografía, editada por él mismo.
El entonces futuro Rey compró un castillo en ruinas, compró casas a la deriva, las reformó, viajó por el mundo y compró libros de todo tipo, llenó las casas y llenó el castillo con los libros, y convirtió al pueblo, como en una historia romántica del medievo, en la atracción internacional que había concebido: admirablemente, funcionó. Luego vino lo del festival anual del que tanto se queja el Rey. “A diferencia de los libros nuevos, los libros de segunda mano pertenecen al mundo del intelecto, no requieren promoción, son una economía en sí, y además, su venta hace un favor a la ecología”, dice Booth entre bocado y bocado.
Actualmente, Hay-on-Wye cuenta con 33 casas-librería de segunda mano en activo, muchas de las cuales pertenecieron al Rey, quien las fue vendiendo poco a poco hasta quedarse sólo con dos; una de ellas, ubicada en el número 44 de la calle Lion, se anuncia como la librería de segunda mano más grande de Europa; su acervo: 300.000 títulos. Es como si uno estuviera en una biblioteca en venta. Pero las hay de todo tipo, especializadas en libros para niños, libros ilustrados, jardinería, primeras ediciones de clásicos, poesía, libros antiguos, mapas, turismo y, desde luego, literatura: todo Shakespeare, todo Wilde… toda una experiencia que trasciende al propio concepto del libro. Un paraíso, sin duda, para bibliófilos y amantes de lo inencontrable, pero también un sitio que invita a la contemplación de estanterías en medio de un Parque Natural, literalmente. Un pueblo libro.
Me despido de Booth e ingenuamente le preguntó si él vive allí, quiero decir, si vive en Hay-on-Wye, quizá porque había leído que tenía intenciones de mudarse a Alemania. Me mira como si no hubiese entendido nada de lo que me ha contado. Endurece el rostro y declara: “I am the King!”, como si dijera: “¡Este es mi pueblo!”, “!Lo concebí yo!”~
Periodista y escritor, autor de la novela "La vida frágil de Annette Blanche", y del libro de relatos "Alguien se lo tiene que decir".