Supongamos que lees un libro; que te gusta; que si tuvieras la oportunidad, te gustaría compartir con el autor tu experiencia de lectura. No es difícil encontrar a los escritores, ni hablar con ellos en las presentaciones de sus libros, o en conferencias y charlas que con tanta frecuencia se organizan. Lo que sí es difícil es mantener una conversación, porque usualmente hay mucha gente que, al mismo tiempo, demanda la atención de la misma persona, o porque te incomoda una situación en la que parezca que tu intención es acosar a alguien, o porque tenías una pregunta que ya hiciste y que ya respondieron, o porque lo que tienes que decir, en realidad, se resume en pocas palabras y si la persona a quien estás elogiando no tiene ganas de platicar entonces el diálogo será tan incómodo como:
–Me gustó mucho tu libro.
–Gracias.
Supongamos ahora que esto sí sucedió, que te acercaste a tu escritor favorito después de una presentación y le dijiste “oye, me gustó mucho tu libro” y la otra persona te respondió “gracias”, pero que allí no acabó la conversación, porque luego de una pausa el escritor te preguntó tu nombre y entonces gritó lo más fuerte posible, para que todos en la sala lo escucharan:
–¡Atención, todos, por favor: a Jorge le gustó mucho mi libro!
Supongamos que los asistentes, que en ese momento disfrutaban del brindis, no hicieron nada. Indiferentes, esperaron a que el escritor terminara de gritar para continuar con lo que estaban haciendo, hasta que de nuevo, unos minutos después, se escuchó la voz ronca del escritor a todo volumen:
–¡Atención, todos, por favor: dice Guadalupe que el final del libro le pareció magnífico e inteligente. Yo agradezco sus cálidos y elogiosos comentarios!
Y así, hasta que todos dejaron de poner atención cada vez que el escritor así lo demandaba y su voz se convirtió en un molesto pero natural sonido de fondo que repetía una y otra vez las mismas cosas, salvo por el nombre de quienes se acercaban a él.
Eso es, con frecuencia, tuiter y la política del retuit: atascar la propia cuenta de las cosas que otros dicen de uno para que nuestros seguidores las lean. Esto no se reduce a los comentarios que, dirigidos a una sola persona, se distribuyen inmediatamente entre muchas más, sino también sucede con artículos de críticos y periodistas. Es difícil que una reseña o un comentario, sobre todo si es favorable, no se convierta por obra del escritor en publicidad para la obra.
Esto no es una queja, ni estoy interesado en caer en la más simple y boba de las “soluciones”: si no te gusta lo que la gente retuitea, desactiva sus retuits. En realidad todo esto ha sido un prólogo para hablar de una práctica paralela, de un tipo particular de tuits que están escritos para que la otra persona, la elogiada, los difunda y que se ven más o menos así:
Tuitero1: Hoy voy a la presentación del libro de @Escritora en el @RecintoCultural de @MinisterioDeGobierno que dirige @FuncionarioCultural. ¡Allí nos vemos!
Tuitera2: Ya empecé la novela de @Escritor, editada por @Editorial y que compré ayer en @Librería. ¡Está buenísima!
Independientemente de que el tuitero conozca a cada una de las instancias mencionadas –lo que en muchos casos no sucede–, este tipo de mensajes dan la impresión de haberse escrito para todos y para nadie, algo que sucede también con los mensajes que la persona pública retuitea.
Si es cierto que el escritor ya no puede concebirse sin la mediación de la (auto)publicidad, ¿se puede decir lo mismo del lector? ¿Será que la lectura es una actividad que en estos tiempos necesita hacerse pública también? Desde esa perspectiva, lo que hacen el escritor y el lector es vender el mismo producto y gozar del prestigio –aunque sea un tipo diferente en cada caso– que ese producto les da: a uno por producirlo y a otro por consumirlo. Sin embargo, la relación entre ellos no existe, no hay diálogo: lo que hay es alguien que dice algo y otro que lo repite para beneficio exclusivo de ambos.
Como lector, ¿qué hacer? De nuevo, lo más fácil sería no hacer nada: leer y seguir leyendo, lo que no implica que estos usos de la lectura se sigan fomentando a costa de lector: la explotación de la lectura.
¿Para qué leemos? ¿Para qué escribimos? Hay quien lo hace porque persigue la fama o el prestigio o el dinero, y qué bien. A mí, en todo caso, me gusta pensar que la mejor respuesta a esas preguntas es: “no lo sé”. Incluso cuando uno lee libros por obligación o por tarea o por trabajo, el motivo de fondo, la causa o el origen de que la lectura se haya convertido en un trabajo o una obligación está comúnmente escondida o es, cuando menos, más difícil de explicar.
Durante mucho tiempo, este blog se ha dedicado a señalar y a analizar vicios y prácticas de lectura cuya intención es, en general, mantener y exaltar el estado jerárquico de la cultura en general y del libro en particular. En lo que el blog ha fallado es en proponer una alternativa porque es muy probable que la alternativa no exista. Si imagináramos un discurso literario completamente despolitizado y, por lo tanto, ajeno a las prácticas sociales que moldean su época, un diálogo entre lector y escritor sería tan absurdo como:
Estimado escritor:
Por motivos que todavía ignoro leí su libro. Puesto que usted lo ha publicado, supongo que una de sus intenciones era que la gente lo leyera, así que decidí escribirle y contarle que yo, en efecto, lo leí. Imagino también que en este mundo raro usted ha cumplido con escribirlo y yo con leerlo, y lo que usted o yo pensemos del libro importa un poco menos. Si aun así a usted le interesa saber mi opinión, con gusto puedo dársela, pero sé que usted no escribió para que yo opinara ni yo me he formado una opinión para que usted pueda seguir escribiendo. El libro, en general, me pareció bueno, lo que no significa más que eso. Usted no me debe nada ni yo a usted, pero igual le agradezco haberlo escrito. Saludos.
Estimado lector:
Me parece increíble que de entre la multitud de libros que existen usted haya decidido leer el que yo escribí. Pasa que por algún motivo o por varios uno se pone a escribir y cuando por fin publica, usualmente las expectativas, si existen, siempre se topan con la realidad del silencio o de la indiferencia. Saber que usted leyó mi libro y saber que le pareció bueno me alegra, pero me alegraría igual si no le hubiera gustado o si hubiera encontrado en él fallas o excesos. Uno nunca escribe lo que quiere, sino lo que puede, pero el esfuerzo no sirve para nada si nunca nadie se acerca. Su lectura, pues, lo ha hecho existir. Usted no me debe nada ni yo a usted, pero igual le agradezco haberlo leído. Saludos.
Leer nunca será solamente leer porque –a diferencia de los que creen y defienden una literatura fuera de la esfera política– escribir nunca será solamente escribir, por más ingenua y obtusa que sea la persona que escribe. Esto no significa que debamos aceptar prácticas y vicios como algo predeterminado. Se trata, en todo caso, de llamar la atención a oposiciones como la de leer/vender para que su inevitable repetición sea, para unos cuantos y en alguna medida, consciente.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.