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Andrés Ortega

La imparable marcha de los robots

Madrid, Alianza Editorial, 2016, 288 pp.

 

Está claro que el hombre es un animal aprensivo. Acaso como medio para conjurar las amenazas futuras, se ha dedicado desde siempre con ahínco a imaginar los posibles callejones sin salida de la historia. Entre las distopías más habituales, reflejo de un idéntico miedo a las consecuencias de la tecnología, se cuentan la catástrofe ecológica que nos devuelve a la prehistoria y el porvenir deshumanizado a causa del dominio de las máquinas: Mad Max frente a THX 1138. El segundo de estos temores empieza a sernos familiar a nosotros, los contemporáneos, tal es la frecuencia con que oímos que la revolución tecnológica en marcha –que tiene en la digitalización su faceta más visible– amenaza con destruir la mitad de los empleos existentes sin procurar un reemplazo suficiente. Y si el desempleo industrial causado por la globalización nos ha traído el populismo, ¿qué nuevos males no vendrán de la mano de los robots?

A responder a esta pregunta, así como a muchas otras suscitadas por el mismo fenómeno, se dedica este magnífico libro de Andrés Ortega, ensayista ya veterano pero siempre inquieto en su atención a las ideas que están llamadas a perfilar los contornos de la sociedad venidera. Aunque en este caso hablamos de un asunto contemporáneo: en 2013 había ya 1,330 millones de robots en el mundo, y se espera que para 2018 ese número aumente a 2,327. Por eso dice nuestro autor que no ha escrito un libro de ciencia ficción, sino uno sobre el presente y el futuro predecible, que es aquel que podemos vislumbrar a diez o veinte años. Pese a lo cual, una parte de las consideraciones contenidas en el libro tiene un carácter forzosamente especulativo: no sabemos qué desarrollo conocerán la Inteligencia Artificial, la biotecnología o la impresión 3d. Sí sabemos, en cambio, que las innovaciones tecnológicas son socialmente absorbidas a cada vez mayor velocidad y es razonable esperar su aceleración exponencial en las próximas décadas. Quien no desee verse desbordado por las novedades tiene en este trabajo una introducción completa y accesible en nuestra lengua.

Un argumento central de Ortega es la disolución de la barrera entre los robots y los humanos, que quizá no percibimos con la suficiente claridad debido al carácter “invisible” de buena parte de esta tecnología. Aunque, bien mirado, los smartphones también son máquinas; quizá el problema resida menos en la visibilidad del robot que en sus representaciones culturales dominantes. Aquellos que más se ajustan a la imagen canónica del robot son los protagonistas del primer capítulo de este trabajo, a saber, los dedicados al cuidado de ancianos y enfermos que tanta presencia tienen en ese laboratorio geriátrico que es Japón. De este hilo tira Ortega para preguntarse por la relación entre robótica y afectos, que incluye una “robótica del placer” todavía por desarrollarse. Si la soledad está llamada a ser uno de los problemas del futuro, quizá los robots puedan acompañarnos; descartado está por el momento que ellos mismos puedan experimentar emociones. Menos mal: tras la derrota a manos de una computadora del campeón del mundo de Go, el complejo juego de origen oriental, esas emociones aparecen revalorizadas como aquello que nos distingue de los robots.

Son distintos los aspectos del avance de los robots a los que Ortega dedica su atención, empleando figuras de la mitología clásica para simbolizarlos mejor. Si la magia de Circe enfatiza los progresos que trae consigo una robótica emancipadora (especialmente prometedores en la sanidad, la agricultura, la minería o la educación), la diosa Minerva da pie a un excelente repaso de la Inteligencia Artificial, mientras que Hermes y Marte conducen respectivamente a una meditación sobre la geopolítica (los robots como instrumento en la lucha por la supremacía, con Europa rezagada) y los riesgos asociados a las armas autónomas. Por último, es Vulcano quien sirve de metáfora para la amenaza que se cierne sobre las clases medias. Ortega es lapidario: “a medida que las máquinas se vuelvan más capaces y más inteligentes, el espacio para actividades únicamente humanas se estrechará o desaparecerá”. No es una advertencia nueva; hay que dilucidar si, como el autor parece sugerir, esta vez es diferente.

Para Ortega, la diferencia no está en la cantidad de empleos que, globalmente, pueden desaparecer, sino en la velocidad a la que eso sucederá y en la naturaleza cualificada de muchos de ellos. Televendedores, contadores, brokers, secretarias, pasantes, traductores, conductores, trabajadores agrícolas, pescadores: todos ellos están amenazados. Según una clasificación preexistente, no corren peligro los trabajos que no son complejos ni repetitivos (peluqueros, jardineros); tampoco los complejos y no repetitivos (investigación, ingeniería, programación). En cambio, las tareas repetitivas y complejas (cirujanos, pilotos), no digamos las simples y repetitivas, serán automatizadas. Es tentador extraer de aquí conclusiones pesimistas: una sociedad donde se vacía la clase media y la propia democracia entra en peligro debido a la creciente desigualdad entre rentas del capital y rentas del trabajo. Ante semejante panorama, sirve de poco apuntar que debemos repensar nuestra relación con el trabajo y con el empleo: conviene aclarar cómo. Y con todo, nadie podía haber imaginado hace setenta años que las mujeres se incorporarían masivamente al mercado laboral y acabarían surgiendo empleos como community manager, entrenador personal o diseñador de videojuegos. Si la historia es una caja de sorpresas, ¿ha de ser esta vez un chasco?

En las últimas páginas, Ortega pone sobre la mesa la cuestión antropológica: los cambios que podemos esperar en nuestros sistemas sociales y culturales. Ante los nuevos golems, viene a decirnos, la relación humano-máquina habrá de cambiar y con ello el ser humano mismo. Se abre ante la vista el fascinante horizonte del transhumanismo, una ambigua promesa que empieza a concretarse. Sin embargo, el cyborg es solo un desarrollo tardío de mejoramientos humanos más sencillos, como unas gafas: la técnica es un rasgo humanísimo por más vértigo cultural que nos provoque. Podemos así prepararnos para el futuro robótico siguiendo los consejos de Kenneth Baker, de la Fundación Edge, quien sostiene que necesitamos “educación del siglo XXI para una economía del siglo XXI”, o convenir con Ortega que debemos huir del turboconsumismo construyendo una buena sociedad, dando forma a “un nuevo contrato social para un futuro robótico”. ¿Quién podría discutirlo? Pero estas fórmulas bienintencionadas adolecen de una inevitable vaguedad. No sabemos exactamente qué hacer, en parte porque nos enfrentamos a procesos sociales difícilmente reductibles a decisiones concretas que puedan revertirse mediante otras decisiones. Así que leer libros tan informativos e interesantes como este es una de las pocas cosas que podemos hacer con provecho, a fin de que cuando el futuro se haga presente no nos tome del todo desprevenidos. ~

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(Málaga, 1974) es catedrático de ciencia política en la Universidad de Málaga. Su libro más reciente es 'Ficción fatal. Ensayo sobre Vértigo' (Taurus, 2024).


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