El señor del suspense/1

Panzudo y mofletudo como Charles Laughton y como el flemático perro Droopy de los dibujos animados, el celebrado cineasta, que no se parecía a ninguno de los esbeltos galanes frecuentes en sus películas, gustaba de practicar una suerte de narcisismo minimalista insertándose en ellas durante el tiempo de un parpadeo.
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Panzudo y mofletudo como Charles Laughton y como el flemático perro Droopy de los dibujos animados, el celebrado cineasta, que no se parecía a ninguno de los esbeltos galanes frecuentes en sus películas, gustaba de practicar una suerte de narcisismo minimalista insertándose en ellas durante el tiempo de un parpadeo. Ya llevaba buena parte de su filmografía repitiendo su fugaz pero significativa aparición como en un signo de auteur cuando, al ir a ver veinte años después en un cineclub su película de 1944 Lifeboat (titulada Náufragos en México), nos preguntábamos cómo habría logrado hacerse visible en una lancha salvavidas en la que sobrevivía un reducido número de personajes. ¿Aparecería como un entrevisto tiburón o como una fugaz gaviota? Pero él, siempre más astuto que sus fans más perspicaces, había resuelto el problema: en un recorte de periódico encontrado en el fondo de la lancha había un anuncio de píldoras adelgazantes que mostraba dos fotos con sendos Hitchs: uno gordo, el del “Antes”, y el otro esbelto, el del “Después”.

Tales breves ratos de expectación dentro de una expectación global contribuían a hacer de Alfred Hitchcock el maestro o el mago del suspense, esa especie de línea de tensión que es el sine qua non  de su cine. “El suspense no es un mero modo de desarrollar el argumento de cualquier película mía; es el argumento mismo”, dijo ante su embelesado entrevistador, el ya cineasta François Truffaut.

Nacido hijo de tendero londinense en 1899, Alfred Hitchcock, lector omnívoro de la rica novelería criminal inglesa, pasó de aprender las nociones de Bien y Mal en un colegio de padres jesuitas a estudiar la carrera de ingeniero civil que en 1919, tras muchas furtivas sesiones de cine abandonaría para trabajar en la compañía cinematográfica de Michael Balcon como redactor de los letreros para las películas, que por entonces eran mudas, y como asistente de los rutinarios directores de la casa. En 1922 dirigió dos rollos del drama Number Thirteen que no fue acabado, y aun haría dos películas más en la que no brillaban notoriamente sus dones, pero en 1925, con The lodger, bellamente subtitulada “A Story of the London Fog”, lograba su primera Hitchcock Picture poniendo en pantalla a un falso Jack el Destripador facsimilado por el célebre actor Ivor Novelo. Siguieron unos cuantos títulos no muy interesantes y con los que cruzó la problemática frontera con el cine sonoro, pero a partir de Murder de 1930, el incipiente treintañero ya era un incipiente maestro por su habilidad narrativa y su ciencia de los encuadres derivada del cine expresionista alemán visto durante una breve e intensa estadía en Berlín, donde el gran Fritz Lang le profetizó que se convertiría en ¡el Fritz Lang británico!

En 1934 Hitchcock logró uno de sus grandes triunfos de taquilla y de crítica, el primer The man who knew too much, ya muy hitchcockiano. La trama comienza con las vacaciones en Suiza de los comúnmente británicos Bob y Jill Lawrence, más su niña Betty, quienes conocen a un francés que antes de morir asesinado les avisa del asesinato de un diplomático en Londres. Los criminales toman a Betty de rehén para impedir que los padres notifiquen el plan del atentado a las autoridades londinenses. Los Lawrence saben que el crimen se efectuará durante un concierto en el Albert Hall, y mientras Bob busca a la niña secuestrada, su esposa va al concierto a tratar de impedir el asesinato, el cual se perpetrará cuando la orquesta llegue a una determinada nota. Jill entrevé al asesino, lanza un grito y el disparo no da en el blanco. Mientras tanto, Bob logra rescatar a su hija y, muertos los espías durante un cerco policiaco, la familia vuelve a la cotidiana y pacífica vida londinense.

El hombre que sabía demasiado, brillante film de intriga y persecución mostraba ya elementos del futuro arte hichtcockiano: suspense desde luego, más un eficaz villano de maneras inquietantemente gentiles, más un segundo y atrabiliario villano en tono “exótico” (el mexicano llamado nada menos que don Pompilio Moctezuma de la Villa, interpretado por un sinuoso y sombrío Peter Lorre), más una familia común y feliz hasta el momento del quiebre. Todo estaba trufado con intermedios de comicidad que no debilitaban sino enriquecían la trama, pues nada le gustaba más al maestro que practicar sobre el espectador el método del baño turco: después del cálido vapor del momento cómico, asestar el frío duchazo del momento criminal. Y Hitchcock quedó tan satisfecho de haber hallado el Hitchcok’s Touch que veintiséis años después y en Hollywood haría un remake con el mismo título (en México “traducido” a… En manos del destino). Este era un film más espectacular, en technicolor y en pantalla ancha, con James Stewart, Doris Day y Daniel Gelin, con la abominablemente pegajosa canción “Chi sarà, sará” inmediatamente tarareada en todo el mundo, pero, ¡ay!,  sin don Pompilio Moctezuma de la Villa, es decir sin el genial actor Peter Lorre.

Continuará…

 

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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