Quizá Vértigo, Psicosis y Los pájaros sean los filmes de Hitchcock más cercanos a un cine encantantorio como un poema o una música: Vértigo por su juego entre vida y muerte, Psicosis por su aproximación al horror sagrado, Los pájaros por ser una gran metáfora cuyo significado desconocemos pero que actúa poderosamente, y los tres, en fin, porque, siendo filmes inteligentes (de uno de los más inteligentes realizadores de cine), actúan más sobre nuestra emotividad más que para nuestra razón.
Vaya un intento de sinopsis de Los pájaros (The Birds, 1963), la casi quincuagésima película de largometraje de Hitchcock y quizá el epítome de sus obras maestras:
Para desquitarse de las burlas del apuesto abogado Mitch Brenner (Rod Taylor), al que conoció en una citadina pajarería chic, la bella Melanie Daniels (Tippi Hedren), afamada partícipe del jet set, se traslada en auto a Bodega Bay, pequeña población portuaria a 100 kms de la ciudad de San Francisco, accede en lancha motora a la casa de los Brenner y deja allí una pareja de “love birds” (los cuales son en inglés lo que los pericos son en español y tienen fama, acaso no usurpada, de ser mutuamente muy amorosos). Herida en la frente por el picotazo de una gaviota que la ataca en vuelo rasante, Melanie se queda a pasar la noche en casa de Mitch y la familia de éste: la posesiva madre (Jessica Tandy) y la niña Cathy (Veronica Cartwrigth). Este es, digamos, el incipit de la historia. A continuación se desata un apocalipsis ornitológico, es decir una serie de asaltos masivos e intermitentes (como siguiendo una táctica geurrillera) de las aves contra los habitantes de Bodega Bay. Los pájaros atacan dos veces a los niños (primero a la salida de la escuela y luego en un picnic), atacan dos veces la casa de los Brenner (entrando por la chimenea o destruyendo ventanas a picotazos), atacan a un hacendado (en cuya casa la madre de Mitch hallará el cadáver desojado y sangriento), atacan e incendian en un asalto masivo el centro del pequeño pueblo portuario, atacan y matan a la maestra de la escuela primaria y exnovia de Mitch, Annie Hayworth (Suzanne Pleshette), y todavía lanzan dos ataques más a Melanie, su víctima favorita, y van enseñoréandose del pueblo, cuyos más conocidos habitantes discuten en vano el misterioso motivo de la guerra emprendida por las aves. Y, en un final abierto pero no por ello bien auspicioso, los tres Brenner y una Melanie maltrecha y catatónica, más los dos “love birds (que, como dice Cathy, pueden acompañarlos pues nada de malo han hecho), abandonan en auto una Bodega Bay enteramente ocupada por el ejército de aves.
Los pájaros es una fábula sin moraleja reconocible, una suma de perfecciones técnicas y estilísticas y un filme-poema de Hitchcock, quien se basó por tercera vez en una noveleta o un cuento largo de Daphne du Maurier y se ayudó con la cámara sabia de Robert Burks y con el gran talento de Bernard Hermann, que trató como música el mero ruiderío de las aves, único “fondo musical” de la película. Así, durante dos horas y unos minutos, la expectación (¿posible traducción de la palabra suspense?) traza su perfecta curva hacia una explicación racional del asunto… pero la explicación nunca llega, y esta es una de las audacias del realizador, es un enigma que queda desadiante para el público y la crítica.
Hay mucha tensión trágica en Los pájaros, un drama de la irracional, la terrible, la cataclísmica Madre Natura en funciones de diosa terrible que ocasionalmente quiebra el orden racional y social de los humanos. La tensión alcanza sus climax en inolvidables momentos de suspense y/o terror. El primero es aquel, ominoso, en que a espaldas de Melanie van reuniéndose cada vez más avechuchos acechantes y la subsecuente huida de Melanie y Annie con los niños. El segundo es el del asalto de las aves al plácido picnic escolar. El tercero, es la secuencia con las imágenes, tomadas desde un punto de vista cenital en el ataque de los pájaros al centro de Bodega Bay. El cuarto, el de los feroces picotazos a los cristales de la cabina telefónica en que se refugia (se encarcela) Melanie. El quinto la agresión final a Melanie en la buhardilla. Pero no faltan, no podían faltar en una película de mister Hitch, momentos de reposo entretejidos en la trama; momentos de humor rosa: el comienzo en suave tono de comedia sofisticada, el coqueteo irónico entre Melanie y Mitch en la pajarería, y la broma de Melanie aportadora de love birds; o momentos de humor irónico o negro: la petición, gritada en la cafetería, de cuatro pollos asados mientras se discute sobre la inexplicable (¿pero injustificada?) agresión de las aves, y, allí mismo, el fracaso de la vieja dama, ornitóloga amateur, que arguye la bondad de las aves y es coreada por el desdeñado borrachín del pueblo declamando versículos bíblicos anunciadores de un final del mundo.
La película nº 48 del señor del suspense es una narración de signo ominoso pero subliminalmente susurradora de algo levemente esperanzador: en medio de la situación terrible que sufren los Brenner y los pobladores de Bodego Bay va surgiendo una espontánea solidaridad frente a las criminales aves y avecillas disparadas a la pantalla por el astuto mister Hitch en representación de la terrible Madre Naturaleza.
Antes de morir en 1980, Alfred Hitchcock hizo, de 1964 a 1972, cinco películas más: las fallidas Marnie, La cortina rasgada, Topaz, Trama familiar, y la londinense y entretenida Frenesí (Frenzy). Ese quinteto es decepcionante para estar filmado y firmado por el gran cineasta, pero éste ya tenía más que ganado uno de los principales lugares en la historia del cine con una grande e impresionante parte de su obra cinematográfica, de la cual Los pájaros es un epítome y una de las perlas de su corona.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.