El silbido del afilador

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Rascacielos y rebaรฑos de ovejas. Fue una de mis primeras imรกgenes de Madrid: las ovejas pastaban โ€“Dios sabe quรฉ, en semejante estepa-, entre torres de alta tensiรณn, junto a la autopista, a unos pocos cientos de metros del รบltimo rascacielos, la torre del grupo editorial Anaya, por ejemplo; y es que la ciudad, al menos por alguno de sus lados (el nordeste, en direcciรณn a Barajas), termina asรญ, abruptamente, en el desierto, como un pueblo del Far West. Al principio de vivir en Madrid โ€“primeros aรฑos noventaโ€“ aquello me irritaba: me parecรญa una ciudad con pretensiones de metrรณpoli que no se habรญa sacudido el pelo de la dehesa. (Yo conocรญa la expresiรณn, pero no tenรญa la menor idea de quรฉ era una dehesa. Y no lo sabรญa no sรณlo porque ese especial ecosistema dedicado al pastoreo es propio de Extremadura, principalmente, y yo era de la otra punta de Espaรฑa, Barcelona, sino por el mismo motivo por el que ignoraba quรฉ es una vega, una era o una nava: porque Barcelona, mucho mรกs que Madrid, da la espalda al campo. Con los aรฑos, y mediante excursiones a pie o en bicicleta, me he enamorado de las dehesas extremeรฑas, y me he enterado tambiรฉn de que El pelo de la dehesa es una comedia del siglo XIX sobre un tema que en Francia estuvo de moda โ€“nosotros a la zaga, como siempreโ€ฆโ€“ en el XVII: un marquรฉs arruinado quiere casar a su hija con un rico palurdo campesino.)  

No eran sรณlo los rebaรฑos. Era tambiรฉn la arquitectura de ciertos barrios de Madrid, como ese que se conoce por distintos nombres (Centro, Justicia, Malasaรฑaโ€ฆ) aunque ninguno tan hermoso como el que se le daba aun antes de la guerra, y que Rosa Chacel utilizรณ como tรญtulo de una de sus novelas: Barrio de Maravillas. En ese barrio y aledaรฑos hay muchas casas, amplias, cuadradas, con viejos tejados rojos rematados por una hilera horizontal de tejas pintadas de blanco. Igual, sรณlo que con cinco pisos, que las casas de los pueblos manchegos. Es el mismo principio que rige los rascacielos mรกs antiguos de Manhattan: un prototipo tradicional (en el caso de Nueva York pueden ser cosas tan dispares como el palacete rococรณ o el neotudor britรกnico) agigantado, lo que produce un curioso efecto, de sueรฑo surrealista o espejo deformante… En otros barrios (supongo que depende de quiรฉnes eran โ€“de quรฉ provincia venรญanโ€“ quienes los construyeron en el siglo XVIII o XIX) la arquitectura que predomina no es manchega, sino de Castilla la Vieja: adusta, de paรญs frรญo y pobre, conventual y guerrero. Secas edificaciones de ladrillo, llenas de aristas, con ventanas enrejadas, que en pleno Madrid evocan el frรญo de Burgos, la ciudad donde se hizo fuerte Franco, o el barro y la lluvia de Estella, donde el pobre pretendiente Carlos tenรญa su corte pobretona, su ejรฉrcito de curas fanรกticos y militares melancรณlicos, derrotados de antemano, que retrata el genial Valle-Inclรกn en su trilogรญa sobre la guerra carlista: El resplandor de la hoguera, Los cruzados de la causa, Gerifaltes de antaรฑoโ€ฆ En aquel entonces, y hasta hace cuatro dรญas, Espaรฑa era todavรญa Espaรฑa, la Espaรฑa de Azorรญn y de Baroja y del โ€œme duele Espaรฑaโ€ unamuniano. Luego vino el franquismo, en el que todos a coro habrรญamos dicho, si hubiรฉramos podido decir algo, habrรญamos suspirado bostezando: โ€œme aburre Espaรฑaโ€โ€ฆ y luego, en dos dรญas, plis plas, a Espaรฑa no la conoce, como profetizรณ Alfonso Guerra, ni la madre que la pariรณ.

Desde un punto de vista estรฉtico, en Madrid lo que disimulรณ o suavizรณ la transiciรณn fue el ladrillo. Del hosco ladrillo castellano pasamos sin darnos mucha cuenta al ladrillo pobretรณn, con ventanas de aluminio y bicicletas en los balcones, de barrios como Esperanza, y al ladrillo pseudo-britรกnico de barrios pseudo-elegantes en torno a un centro comercial pseudo-americano, como Arturo Soria. Mirรกbamos la modernidad, los McDonalds, los rascacielosโ€ฆ โ€“olvidando los tejados y las ovejasโ€“ y nos creรญamos modernos.

Nos lo creรญamos, hasta que un buen dรญa, entre los chalecitos de ladrillo adosados โ€“cada uno con su verja, su jardincito, su escalerita de la calle a la puerta, su garaje y su caseta del perrito, y vistas a un hotel (el Conde de Orgaz) pintado de rojo con falsas columnitas blancasโ€“, en medio de ese pseudo-Londresito de cartรณn piedra en el que sรณlo nos faltaba salir a la calle con bombรญn, de pronto, en el silencio, retumbaba, retumba, un grito รกspero: โ€œยกChamarilerooooooโ€ฆ!โ€ Y entonces no hay mรกs remedio que reconocer que el silencio reinante no es un silencio civilizado y de buen tono, sino estepario; de que Madrid, ya lo dijimos, estรก plantado en la meseta como un pueblo del Far West, y de que la vieja Espaรฑa nunca muere. Otras veces es el silbido del afilador โ€“con su piedra de afilar, la correa, la bicicleta: no falta nada, ni el mal genioโ€“ o una familia gitana con una cabra amaestrada y una pianola chirrianteโ€ฆ Todo esto lo he visto yo, con estos ojos que se ha de comer la tierra, para decirlo con palabras procedentes tambiรฉn de esa vieja Espaรฑa que bien mirado, sรญ muere. La estรกn matando inocentemente nuestros hijos. La mรญa โ€“trece aรฑosโ€“ chatea, escucha su iPod, opina sobre Britney Spears y dice โ€œmola mazoโ€, pero jamรกs oyรณ hablar de dehesas, hasta hace nada creรญa que Franco era contemporรกneo de Napoleรณn, y la primera vez que vio un burro exclamรณ: โ€œยกOh, un conejo!โ€… por las orejas. Y porque a ambos los conocรญa igualmente โ€“รบnicamenteโ€“ por los dibujos de sus libros de cuentos.

Por el momento, las dos Espaรฑas conviven, creo que pacรญficamente. En mi barrio, Chueca, uno de los mรกs representativos en esto โ€“ha pasado en menos de diez aรฑos de ser un barrio-barrio, con su verdulerรญa y su mercerรญa y su bar con tapas y churros y el suelo  lleno de papeles y colillas, a ser multiรฉtnico, enrollado, lรฉsbico-gay, sofisticado, ultramoderno, neoyorquino: tiendas de ropa, gimnasios, bares de copasโ€“, siempre muestro a los visitantes dos comercios frente a frente, en la calle Gravina: de un lado un zapatero remendรณn, de esos de covachuela, olor a cuero, desorden bรญblico y un cartel a la puerta escrito a mano que anuncia โ€œSe tiรฑen bolsosโ€ (ยฟpero alguien, alguna vez, hoy dรญa, tiรฑe un bolso?), el otro una tienda llamada โ€œPlaisir gourmet. Delicatessen del mundoโ€, que vende caviar iranรญ y foie-gras del Pรฉrigord.

Yo antes echaba de menos Barcelona, una ciudad, como Parรญs o Londres, con mil o dos mil aรฑos de historia, que se ha hecho poco a poco. Una ciudad con gรณtico y romรกnico y modernidad sin sobresaltos, comercial y burguesa, homogรฉnea, una ciudad urbana de verdad, en la que hay que recorrer trescientos kilรณmetros para ver una oveja.

Ahora ya no. Ahora me he dado cuenta de que esas ciudades ultramodernas y pasadas de moda, neoyorquinas y de pueblo, donde las viejas que hacen la compra en zapatillas comparten calle con el sex-shop gay, las ciudades que han multiplicado su poblaciรณn en unos pocos lustros y que han crecido a saltos, como Atenas, Moscรบ o Mรฉxico D.F., tienen el atractivo impagable, el encanto atroz, que les da la incongruencia. ~

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