La idea de que la comprensión del terrorismo es el primer paso para tolerarlo parece equivocada. Contra el famoso proverbio, comprender todo no tiene por qué significar perdonar todo. Pero quien busca “comprender” a los terroristas a la vez, o incluso antes, que condenarlos se acerca más a la justificación de sus atrocidades que a su comprensión. Como dice Christopher Hitchens, “si sabe lo que pasaba por la cabeza de los asesinos, es su solemne responsabilidad informarnos de su fuente de información, y compartirla con las autoridades. Si no sabe lo que les pasaba por la cabeza -algo que parece muchísimo más probable- ¿por qué corre para presentarse como el muñeco del ventrílocuo de una facción de esa clase?”. Se refiere a quienes creen saber los motivos y causas “verdaderas” de los asesinos, quienes dicen, después de que yihadistas maten a 130 personas al grito de “Alá es grande”, que el terrorismo no tiene religión. Porque el mal es el mal, una idea estúpida que nos deja impotentes ante él. La religión es una ideología. Y no hay terrorismo sin ideología.
Antes incluso de saber el primer recuento de muertos en París, muchos intentaron encuadrar lo ocurrido en sus marcos preconcebidos. Realizaron juicios absolutos y no fueron capaces de discriminar moralmente entre víctimas y verdugos. Equipararon no solo los ataques terroristas con las acciones militares occidentales, sino el terrorismo con la islamofobia, un concepto que se instrumentaliza ideológicamente y que inintencionadamente protege al islamismo radical. Un columnista habló de la “mirada mortal” que van a sufrir los musulmanes franceses tras los atentados, cuando lo verdaderamente mortal es lo que mata de verdad. La capacidad de discriminación moral, concepto que utilizó Hitchens para criticar a aquellos que tras el 11S (especialmente Noam Chomsky) querían ver la misma culpa en Occidente que en los yihadistas, es lo que nos diferencia de los fundamentalistas.
Los atentados en París han hecho resurgir una tribu de tragedy hipsters, como los llama un tuitero estadounidense, que denuncian que se ponga el foco en París cuando otros atentados ocurren en otras partes del mundo. Son las “mentes sutiles” de las que habla Emmanuel Carrère. Piensan que su luto es más legítimo porque es más universal (cuando en realidad es más narcisista), y que ante estas tragedias solo sirve la intuición y un sentimiento global de rabia. El cómo se reparta ese odio y a quién se dirija no importa (aunque suele ser hacia uno mismo y Occidente). Otras posturas son menos soberbias y más benevolentes. Algunas incluso tiernas, de tan ingenuas, como las soluciones de Podemos para acabar con Estado Islámico. Son una carta de un niño a la ONU pidiendo la paz mundial.
Cuando critican el eurocentrismo, los hipsters de la tragedia también acusan a la prensa occidental. El periodista Javier Espinosa, actual corresponsal de El Mundo Asia, y durante años en Oriente Medio, se jugó la vida para contar lo que ocurría en la guerra siria. El Estado Islámico lo secuestró y consiguió sobrevivir para luego escribir sobre ello. Los periodistas freelance Antonio Pampliega, José Manuel López y Ángel Sastre están secuestrados en Siria desde julio para que alguien en Facebook pueda enterarse de que allí muere gente y pueda decir que no se habla de ello. Y lo hacen cobrando 35 euros por cada artículo. Internet te permite ver la guerra de Siria con drones, un paseo en 3D por la ciudad de Gaza destruida tras la guerra con Israel en 2014 y una completísima base de datos actualizada de las víctimas de la guerra siria con nombres y apellidos. La desinformación es una elección.
Los asesinados en París murieron por ser libres. Para vivir en libertad no hace falta darse cuenta de ello. Murieron escuchando música “apóstata” en un concierto “amoral y de desenfreno” (como son las mejores fiestas), cenando en la terraza de un restaurante camboyano, viendo un partido de fútbol. Es muy fácil ofender a los yihadistas. Simplemente hay que continuar nuestra vida. Lo que más repudian es justo lo que más nos gusta. En un famoso artículo, Salman Rushdie hace una lista de aquellas cosas que indignan a los fundamentalistas:
“El fundamentalista cree que no creemos en nada. En su mirada del mundo, tiene las certezas absolutas, mientras nosotros estamos hundidos en indulgencias sibaritas. Para demostrarle que está equivocado, primero debemos saber que está equivocado. Debemos ponernos de acuerdo en lo que es importante: besarse en lugares públicos, los sándwiches de bacon, estar en desacuerdo, la moda vanguardista, la literatura, la generosidad, el agua, una distribución más equitativa de los recursos de la Tierra, las películas, la música, la libertad de pensamiento, la belleza, el amor.”
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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).