En la cima de la isla canaria de La Palma, a 2,500 metros de altura sobre el nivel del mar, se encuentra el grupo de telescopios del norte de Europa. Allá arriba, donde dar un paso toma eternidades, como si estuvieras en una pesadilla, y respirar se convierte en una batalla personal, me he encontrado a veces con un grajo de plumaje negro brillante y pico imponente, muy extrovertido y amistoso. Los investigadores del IAC (Instituto de Astrofísica de Canarias) que suelen salir a correr por esos agotadores picos del Roque de los Muchachos lo llaman Carmelo. ¿Qué ha visto el córvido en los últimos años, mientras come casi de mi mano? ¿Qué sabe Carmelo del cosmos?
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Habrá escuchado, por ejemplo, que en todo el planeta existen sólo cuatro sitios privilegiados si se desea llevar a cabo algún tipo de observación estelar: el monte de Mauna Kea, en Hawaii; el desierto chileno de Atacama; la sierra mexicana de San Pedro Mártir, en Baja California Sur; y la cima de dos de las islas del archipiélago canario que se localiza frente a la costa noroccidental de África: Santa Cruz de Tenerife y donde estamos parados ahora.
Carmelo tiene su telescopio favorito y emprende el vuelo hace allá. Se trata del Galileo Galilei, cuyo espejo de 3.6 metros ha producido finísima astrofísica durante 30 años. Ahora se dedica a estudiar exoplanetas similares a la Tierra, como Kepler 78b. Carmelo me hace notar que el espectrógrafo montado en este bello telescopio en forma de “ele” (que evita la forma convencional semicircular) es uno de los más precisos construidos hasta ahora. Amante de los bocadillos finos, Carmelo alza el vuelo hacia el Isaac Newton, el cual tiene un espejo primario aún más pequeño (2.5 m) pero que sigue la tendencia estética: lo diminuto es bello. No es tan insignificante, me aclara Carmelo, pues en este telescopio se obtuvo la primera evidencia de un hoyo negro en la Vía Láctea. Y, además, preparan excelente café a la italiana.
Otro de los placeres de estar aquí arriba es que uno puede salir en la madrugada y observar a simple vista el enjambre lechoso de nuestra galaxia. Si lo programa uno, podrá ver el 22 de diciembre el clímax de la lluvia de meteoros llamados Úrsidas, ya que estos trozos remanentes de la cola del cometa Tuttle aparecen en la región de la Osa Menor. Carmelo, desde luego, se oculta y vuelve la mañana siguiente. Ahora me invita a seguirlo hasta el William Herschel, en lo más alto del pico llamado Caldera de Taburiente.
El viento pertinaz nos invita a pedir posada a los astrónomos encargados de ese entrañable telescopio, entre cuyos logros se cuenta haber sido uno de los primeros en constatar la expansión acelerada del Universo. Según Carmelo, la cosmología, el esclarecimiento de diversas propiedades dinámicas de las galaxias y la evolución de las estrellas se han visto enriquecidas gracias a la ventana cósmica que cada noche se abre en este sitio. Una de las ventajas del Herschel radica en la capacidad cuántica de su espectógrafo para evitar la interferencia de casi todas las longitudes de onda emitidas por objetos estelares menos antiguos.
Carmelo me confiesa que vivir aquí lo ha alejado de la triste claridad a ciegas y lo ha introducido en un universo de certidumbres inquietantes, una más lejana que la otra, pero al fin y al cabo indicios reconocibles, imágenes con una puerta de escape a la realidad factible. Como buen pajarraco adaptado a la vida humana, le gustan las expresiones de antropocentrismo sublime. Y entonces bate las alas y se dirige hacia el telescopio Liverpool, totalmente robotizado y manejado a control remoto desde aquella ciudad británica.
En general los telescopios son lugares casi desiertos; aquí no se escucha ni el más leve aliento humano, ahora sólo los graznidos de Carmelo y mis propios pasos. El grajo me advierte que este telescopio es un importante colaborador del satélite SWIFT, cuyo propósito es detectar y ayudar a estudiar las explosiones de rayos gamma, las más poderosas después del Big Bang. No suceden con mucha frecuencia (quizá una vez al día), pueden aparecer en cualquier parte del cielo y su duración varía desde unos milisegundos hasta un par de minutos. Una vez detectado el evento de rayos gamma, el satélite transmite las coordenadas a los astrofísicos que manejan el Liverpool, quienes se encargan de enfocarlo hacia ese punto.
Antes de que regrese a su guarida, le pido a Carmelo que me acompañe al Mercator, telescopio semi robótico operado por el Observatorio de Ginebra y la Universidad de Lovaina. Su espejo primario es apenas de 1.2 m, pero se ubica en una ladera por la cual mira orgulloso hacia el mar de nubes que se extiende hacia la costa de África. Hace unos días, media hora antes del amanecer, su nuevo generador de imágenes en 3 canales, MAIA, recibió por primera vez la luz del cometa C/2012 S1 (SION). Una época romántica se ha vivido aquí.
Carmelo celebra logros aparentemente modestos, pues se trata de una condición vital, opina. Si las especies compartimos tanto ADN de nuestra células, si en este mundo surgió la vida no gracias a una chispa mística sino a inevitables leyes físicas, según Carmelo pronto el Galileo o algún otro gigante comedor de luz cósmica nos dirá: “mira cuántos mundos llenos de vida”.
escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).