El universo segĂșn Carmelo

En el Instituto de Astrofísica de Canarias, los científicos tienen un compañero inusual. 
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En la cima de la isla canaria de La Palma, a 2,500 metros de altura sobre el nivel del mar, se encuentra el grupo de telescopios del norte de Europa. AllĂĄ arriba, donde dar un paso toma eternidades, como si estuvieras en una pesadilla, y respirar se convierte en una batalla personal, me he encontrado a veces con un grajo de plumaje negro brillante y pico imponente, muy extrovertido y amistoso. Los investigadores del IAC (Instituto de AstrofĂ­sica de Canarias) que suelen salir a correr por esos agotadores picos del Roque de los Muchachos lo llaman Carmelo. ¿QuĂ© ha visto el cĂłrvido en los Ășltimos años, mientras come casi de mi mano? ¿QuĂ© sabe Carmelo del cosmos?

http://www.youtube.com/watch?v=uTY9BEb_HXE

HabrĂĄ escuchado, por ejemplo, que en todo el planeta existen sĂłlo cuatro sitios privilegiados si se desea llevar a cabo algĂșn tipo de observaciĂłn estelar: el monte de Mauna Kea, en Hawaii; el desierto chileno de Atacama; la sierra mexicana de San Pedro MĂĄrtir, en Baja California Sur; y la cima de dos de las islas del archipiĂ©lago canario que se localiza frente a la costa noroccidental de África: Santa Cruz de Tenerife y donde estamos parados ahora.

Carmelo tiene su telescopio favorito y emprende el vuelo hace allĂĄ. Se trata del Galileo Galilei, cuyo espejo de 3.6 metros ha producido finĂ­sima astrofĂ­sica durante 30 años. Ahora se dedica a estudiar exoplanetas similares a la Tierra, como Kepler 78b. Carmelo me hace notar que el espectrĂłgrafo montado en este bello telescopio en forma de “ele” (que evita la forma convencional semicircular) es uno de los mĂĄs precisos construidos hasta ahora. Amante de los bocadillos finos, Carmelo alza el vuelo hacia el Isaac Newton, el cual tiene un espejo primario aĂșn mĂĄs pequeño (2.5 m) pero que sigue la tendencia estĂ©tica: lo diminuto es bello. No es tan insignificante, me aclara Carmelo, pues en este telescopio se obtuvo la primera evidencia de un hoyo negro en la VĂ­a LĂĄctea. Y, ademĂĄs, preparan excelente cafĂ© a la italiana.

Otro de los placeres de estar aquĂ­ arriba es que uno puede salir en la madrugada y observar a simple vista el enjambre lechoso de nuestra galaxia. Si lo programa uno, podrĂĄ ver el 22 de diciembre el clĂ­max de la lluvia de meteoros llamados Úrsidas, ya que estos trozos remanentes de la cola del cometa Tuttle aparecen en la regiĂłn de la Osa Menor. Carmelo, desde luego, se oculta y vuelve la mañana siguiente. Ahora me invita a seguirlo hasta el William Herschel, en lo mĂĄs alto del pico llamado Caldera de Taburiente.

El viento pertinaz nos invita a pedir posada a los astrĂłnomos encargados de ese entrañable telescopio, entre cuyos logros se cuenta haber sido uno de los primeros en constatar la expansiĂłn acelerada del Universo. SegĂșn Carmelo, la cosmologĂ­a, el esclarecimiento de diversas propiedades dinĂĄmicas de las galaxias y la evoluciĂłn de las estrellas se han visto enriquecidas gracias a la ventana cĂłsmica que cada noche se abre en este sitio. Una de las ventajas del Herschel radica en la capacidad cuĂĄntica de su espectĂłgrafo para evitar la interferencia de casi todas las longitudes de onda emitidas por objetos estelares menos antiguos.

Carmelo me confiesa que vivir aquĂ­ lo ha alejado de la triste claridad a ciegas y lo ha introducido en un universo de certidumbres inquietantes, una mĂĄs lejana que la otra, pero al fin y al cabo indicios reconocibles, imĂĄgenes con una puerta de escape a la realidad factible. Como buen pajarraco adaptado a la vida humana, le gustan las expresiones de antropocentrismo sublime. Y entonces bate las alas y se dirige hacia el telescopio Liverpool, totalmente robotizado y manejado a control remoto desde aquella ciudad britĂĄnica.

En general los telescopios son lugares casi desiertos; aquí no se escucha ni el mås leve aliento humano, ahora sólo los graznidos de Carmelo y mis propios pasos. El grajo me advierte que este telescopio es un importante colaborador del satélite SWIFT, cuyo propósito es detectar y ayudar a estudiar las explosiones de rayos gamma, las mås poderosas después del Big Bang. No suceden con mucha frecuencia (quizå una vez al día), pueden aparecer en cualquier parte del cielo y su duración varía desde unos milisegundos hasta un par de minutos. Una vez detectado el evento de rayos gamma, el satélite transmite las coordenadas a los astrofísicos que manejan el Liverpool, quienes se encargan de enfocarlo hacia ese punto.

Antes de que regrese a su guarida, le pido a Carmelo que me acompañe al Mercator, telescopio semi robótico operado por el Observatorio de Ginebra y la Universidad de Lovaina. Su espejo primario es apenas de 1.2 m, pero se ubica en una ladera por la cual mira orgulloso hacia el mar de nubes que se extiende hacia la costa de África. Hace unos días, media hora antes del amanecer, su nuevo generador de imågenes en 3 canales, MAIA, recibió por primera vez la luz del cometa C/2012 S1 (SION). Una época romåntica se ha vivido aquí.

Carmelo celebra logros aparentemente modestos, pues se trata de una condiciĂłn vital, opina. Si las especies compartimos tanto ADN de nuestra cĂ©lulas, si en este mundo surgiĂł la vida no gracias a una chispa mĂ­stica sino a inevitables leyes fĂ­sicas, segĂșn Carmelo pronto el Galileo o algĂșn otro gigante comedor de luz cĂłsmica nos dirĂĄ: “mira cuĂĄntos mundos llenos de vida”.

 

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escritor y divulgador cientĂ­fico. Su libro mĂĄs reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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