El virus y la calma

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El infierno por todos los virólogos tan temido era, desde hace más de una década, la aparición un supervirus de la gripe que combinara la potencialidad homicida de un virus animal con la transmisibilidad compulsiva de persona a persona de un virus humano.

Ya en 1997, Jon Cohen advertía en Science acerca de la pandemia que podría desencadenar el reciente salto registrado del virus de la gripe aviar al ser humano, considerado como una primicia en aquel entonces. Aunque hubo que esperar a que Jeffery K. Taubenberger y colaboradores demostraran en 2005 que, en realidad, se trataba de la segunda ocasión, pues, con horror, lograron comprobar que también el agente transmisor de la llamada Gripe Española, la pandemia gripal más devastadora de la historia humana, era un híbrido entre un virus animal y uno humano y que, más precisamente, se trataba de una mutación del virus A/H1N1, es decir, perteneciente a la misma estirpe cuyo último brote tiene hoy como epicentro la capital mexicana. Duele repetirlo, pero, de acuerdo a las últimas investigaciones, aquella nefasta quimera logró en tan sólo dos años (1918-1920) arrebatarles la vida a 50 millones de personas en todo el mundo.

Pero no fue sino hasta 2003, durante el brote de la gripe aviar en Asia y Europa, cuando se observaron los primeros intentos de fusión entre los virus gripales aviares y porcinos, una constelación aterradora para los virólogos, pues justamente el cerdo era el candidato idóneo para convertirse en el matraz de Pandora de la odiosa nueva pandemia. Y es que él, a diferencia de las especies emplumadas que sucumben al poco tiempo de la infección, puede albergar en sí el virus mortal sin mostrar el menor síntoma y, así, seguir viviendo para trasmitir —con un mero tosido u otra excreción— la enfermedad a sus criadores. Y también en aquella ocasión, voces de Cassandra se elevaron para advertir acerca del infausto riesgo que esos entrecruzamientos genéticos entrañaban para la humanidad, y no faltó quién buscara las raíces de ese fruto podrido en la voracidad insaciable del hombre por comer carne, la cual había conducido a formas de crianza infranimales y promiscuas que constituían el caldo de cultivo perfecto para el intercambio genético entre las diferentes razas de virus gripales.

Hoy, el mundo entero observa las escenas de la capital mexicana, lleno de incrédulo escalofrío y, a la vez, de alentadora esperanza.

De escalofrío, pues nunca, en toda la historia, un solo lugar real había estado tan cerca de las pavorosas ficciones del Apocalipsis infeccioso al que el discurso cinematográfico nos tiene acostumbrados; y de esperanza, pues nunca nadie habría podido imaginar que un pueblo asolado por una amenaza de semejantes dimensiones pudiera conservar a tal grado la calma, haciendo gala sensatez y obediencia civil.

La proverbial flema mexicana frente a la adversidad ha demostrado ser justamente lo que un mundo hiperglobalizado amenazado por un virus mutante con una potencialidad pandémica necesita en estos momentos.

– Salomón Derreza

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Escritor mexicano. Es traductor y docente universitario en Alemania. Acaba de publicar “Los fragmentos infinitos”, su primera novela.


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