Saber cómo coger el viento con palillos puede parecer un cuento chino, y en verdad lo es. Si bien nos hemos acostumbrado a utilizar la expresión para designar lo extremadamente inverosímil, intrincadamente excesivo para el sentido común, todo cuento chino que se precie, es decir, inserto en una tradición cultural que supera los dos milenios, tiene la impredecible cualidad de parecer verdad, aunque sus protagonistas se enfrenten al aliento sulfuroso del dragón, caminen por las ramas, se deslicen por el hueco de un tronco, convivan durante años en un reino de hormigas.
García-Noblejas traduce y selecciona en El letrado sin cargo y el baúl de bambú un extenso corpus de relatos pertenecientes a la dinastía Tang, que reina desde el año 618 al 907, y la dinastía Song, cuyo gobierno se extiende del 960 al 1279. Este arco de siglos se corresponde en Europa con la denominada “época oscura”, basada en una cultura monacal que se iría desperdigando en el ramal de las primeras identidades nacionales provocadas por la eclosión de las lenguas románicas y la aparición en éstas de los primeros poetas modernos, como Dante y su Divina Comedia.
La dinastía Tang ocupó el periodo más importante de la civilización china de todos los tiempos. Bajo su reinado, China experimenta una imponente prosperidad económica y cultural fruto de la unidad interna de un vasto imperio cuyas riendas se confían a un cuerpo de funcionarios repartidos por todo el país. Para formar parte de esta administración, los aspirantes debían aprobar unos duros exámenes en los que la expresión literaria tenía importancia decisiva. Muchos de los relatos incluidos en esta antología hacen referencia a esos exámenes y al nomadismo que practicaba la élite ilustrada para cubrir las vacantes administrativas a lo largo y ancho del imperio. Es también la dinastía en la que poetas como Wang Wei, Li Po o Tu Fu elevan la lírica china a sus cotas más altas de universalidad y en la que la ortodoxia confuciana se encuentra con la dura rivalidad del budismo y el taoísmo.
La radicalidad del confucionismo en el seguimiento de la autoridad de los libros sagrados encuentra pronto respuesta en el budismo y el taoísmo, estandartes de la pasividad, la indiferencia ante el mundo y el olvido de los deberes sociales y familiares en la búsqueda de la perfecta beatitud y la disolución del yo. Pero lejos de las especulaciones metafísicas del budismo, el taoísmo, auténtico “motor inmóvil” del engranaje de estos relatos, no niega al yo ni a la persona, sino que los afirma ante la familia, la sociedad o el Estado. Ya lo comentaba Octavio Paz: “hay una persistente tonalidad anarquista en el taoísmo que recuerda a los presocráticos, a los cínicos, a los estoicos o a los escépticos”. En los relatos seleccionados por García-Noblejas resuena como un eco persistente esa prédica taoísta que incide en la transparencia del hombre fusionado con la naturaleza, que no teme a la muerte porque nada le pide a la vida y en la que la ley del cielo, la ley natural, rige su vida. Comenta el propio García-Noblejas: “Los monasterios taoístas y budistas, que tan frecuentemente aparecen en los cuentos, funcionaban no sólo a modo de centros de enseñanza y propagación de estas dos religiones y filosofías, casa para creyentes y clérigos, sino también a modo de espacios que excedían con mucho esa religiosidad. […] Los monasterios se constituían así como un espacio fuera de la sociedad donde todo podía suceder, donde casi parecía lógico que acaeciera lo inesperado, y otro tanto era esperable de cualquier monje.” La creencia en humanos que se trocaban en inmortales, tan presente a lo largo de la antología, proviene también del taoísmo.
Como se avisa en el prólogo, si bien la lengua vulgar comenzó a redactarse en un suerte de guiones en los que se apoyaban los narradores budistas al ir comentando los dibujos que pintados en seda o tela ilustraban la historia que contaban ante un público con el objeto de ganarse adeptos a la nueva religión, los relatos incluidos en El letrado sin cargo y el baúl de bambú pertenecen al registro culto, propio de la minoría letrada, utilizado entonces en las cartas oficiales, ensayos y documentos de historia. Por primera vez este registro se asoma a textos donde prima la inventiva sobre la veracidad histórica. Ante la diversidad de opiniones críticas acerca del nacimiento de la novela china, García-Noblejas celebra que “al menos la crítica se pone de acuerdo en esto: nuestros relatos trajeron a la prosa una nueva forma de escribir que no sólo consistió en que se concedía una importancia nueva y enorme a la complejidad en las tramas y a la profundidad en la caracterización de los personajes, que también la originalidad radicaba, sobre todo, en que los relatos abandonaban la forma ortodoxa de escribir en prosa y empezaban a transitar los de un género sin nombre.” Al lector chino de entonces, minoría en un país analfabeto, le ocurría algo muy parecido que al lector europeo acostumbrado a deletrear las crónicas históricas y asumir como veraces las fuentes mitológicas, bíblicas o fabulísticas de éstas. Estaba predispuesto a hacer siempre una lectura histórica de todo texto narrativo, pues “era inconcebible un texto narrativo independiente de la categoría de historia.” Los relatos aquí seleccionados se alejan de ese patrón: “siendo narrativos, eran también independientes de la categoría de la historia en la medida en que no tomaban sus datos de fuentes oficiales o documentales, sino de noticias que pasaban de boca en boca entre las gentes del pueblo.” La mayoría de ellos se titulan “vida de…” o “biografía de…” con la intención de que el lector los lea equiparándolos a las Historias Dinásticas. Así, mediante la presentación de relatos cuyos detalles se presentaban como históricos siendo imaginados, se exigía del lector una nueva lectura: “la lectura alegórica. Los relatos proponían esta tesis: narrar estas vidas, aunque no tan históricas como las de las Historias Dinásticas, no es tarea inútil si se sabe captar la alegoría subyacente a la peripecia de los personajes.” Por ese motivo la mayoría de ellos terminan con la intervención del autor justificando desde un punto de vista moral, útil por tanto, la fijación por escrito de la historia narrada. Podríamos rastrear un equivalente occidental en el ambiguo prólogo de El libro del buen amor o en las moralejas con que Don Juan Manuel sella sus célebres cuentos.
Bajo esa máscara de guiño histórico que cubre el verdadero perfil de estos cuentos, nos adentramos en amores que se pierden y se vuelven a recobrar, viajes iniciáticos impregnados de aventuras tan cotidianas como fantásticas, nómadas tan libres como pobres, el mundo sorprendente de los monasterios taoístas y la presencia constante de los “inmortales”, ese otro mundo al que se abren los humanos. Relatos éstos en los que lo que se sale de lo común ocurre sin tregua, pero siempre desde un tono de sorprendente cotidianidad, juntándose el camino de los vivos con el de los muertos, dilatando el tiempo, a sabiendas de que “no existe el azar en los hechos del mundo”.
La breve muestra de relatos pertenecientes a la dinastía Song presenta una mayor evolución en el desarrollo narrativo y un acercamiento a la cultura urbana tan denostada en la dinastía anterior. Cierran un volumen cuyo aire fresco, desde la magnífica introducción de García-Noblejas hasta el agua del estanque de las Plumas Metamorfoseadas, se agradece enormemente en estos tiempos, tan necesitados como estamos de liberar la mirada, la forma de contacto con el mundo. –
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