Encerrados en un juguete

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Como Javier Sardá todavía no me ha contratado para Crónicas Marcianas, tengo que seguir escribiendo para la CIA. Se ha dicho que George Orwell colaboró con la CIA (y se sigue diciendo, basta buscar en Google: “Orwell CIA”, y en la primera entrada http://www.forum-global.de/soc/bibliot/varios/ciacult.htm se hace referencia a la relación de George Orwell con la agencia americana). George Orwell, o la distorsión de una de las ideas de su novela 1984, sirvió de inspiración a la productora de televisión Endemol para crear su más exitoso programa: Gran Hermano. El programa fue una conmoción cuando se estrenó en España en el año 2000. Espiar a unos cuantos postadolescentes encerrados en una casa se convirtió en nuestro pasatiempo favorito. Ismael, Israel, Jorge, María José, Nacho, Iván… pasaron a formar parte de nuestra vida. Sus pactos, sus intrigas, sus amores, su hambre eran nuestros pactos, nuestras intrigas, nuestros amores y nuestro hambre. Pese a todo lo que mi cerebro enfermo había pensado —sexo y escatología en vivo y en directo estaban a la cabeza—, la primera edición de Gran Hermano fue para todos los públicos.
     Programas de inspiración similar trataron de hacerse un hueco en la parrilla: El Bus (que ganó una chica de Huesca); Supervivientes (¿se llamaba Supervivientes el programa que presentaba Juanma Iturriaga y en el que abandonaban a unos tipos en una isla?); Confianza ciega, que buscaba desesperadamente el morbo y del que no consigo recordar a ni uno solo de sus concursantes… Incluso Operación Triunfo fue una secuela de Gran Hermano: no tendrían que tratar de follar debajo de las sábanas y sin hacer ruido, ni pescar peces tropicales con un calcetín, y ni siquiera tendrían que crear mal rollo para lograr echar a sus compañeros; la cosa consistía en cantar, karaoke con músicos, y mover un poco la pelvis (de ahí quizá la reciente lesión de pubis de David Bustamante, el rey de la lágrima). La primera edición de Operación Triunfo ha sido el mayor éxito de la televisión en España desde que hay más de una cadena de televisión en España: Rosa de España, Chenoa, David Bisbal, David Bustamante y otros de los que no me acuerdo han llenado todos los hilos musicales de todos los centros comerciales, y han conseguido que miles de cantantes de variada condición echen pestes en público y muchas más pestes en privado: no hay derecho a que les roben las ventas de discos y los conciertos en los pueblos.
     Gran Hermano anda por la cuarta edición. La segunda fue bien pero no tan bien (una pareja llegó a casarse en directo: me parece que se han separado) y la tercera ha ido bien pero regular: los tipos eran unos sosos de cuidado (nos hemos pasado las horas viendo las gilipolleces de… es increíble, pero no consigo acordarme de cómo se llamaban los que se hicieron novios y después de salir lo dejaron; recuerdo que el que ganó era gallego y cocinero y que lo contrataron en una revista donde cada semana ofrece una receta del amplio recetario regional; ¿se llamaba Javito?).
     De esta cuarta edición de Gran Hermano sé muy poco: hay uno que es de Zaragoza, Pedro, que cuida cerdos en sus ratos libres y que está contra el trasvase (y por el que tengo cierta simpatía: calor local); hay otro que iba para cura pero sufrió una crisis de fe; hay un argentino y hay otro que se llama Nacho, del que está enamorado una de las chicas. Sé que una de las chicas engañó a otra de las chicas y se dio un piscinón con el chico que le gustaba a la otra chica, pero eso pasó al principio. En fin, me parece que lo de Gran Hermano interesa poco: cuando intento sacarlo como tema de conversación todo el mundo habla durante unos segundos de un cómico gordo argentino que habla sin parar y que sale en Crónicas Marcianas y vuelve inmediatamente a cagarse en la puta por la marea negra. Me tuve que comprar la revista oficial (es barata, un euro: quizá el precio diga más de lo que parece sobre el programa) para desbrozar un poco lo que pasa en la casa de Guadalix de la Sierra: pasa poco.
     La revista de Operación Triunfo (que también tuvo una secuela: una escuela de actores en Antena 3 que tuvo que cerrar por falta de espectadores; ¿qué habrá pasado con esos pobres chicos que creían que estaban triunfando mientras estaban naufragando?, ¿no sabían los que idearon el concurso que el teatro no interesa a nadie?), decía que la revista oficial de Operación Triunfo cuesta un euro y medio, y me parece que también eso quiere decir algo del programa. También tuve que comprarla para hacerme una idea de lo que estaba pasando: poca cosa. Mis amigos no ven Operación Triunfo (tampoco vieron la primera edición: formaban parte de los 23 millones de personas que no vieron la final de Operación Triunfo, yo tampoco la vi), pero todos me recomiendan a un cómico argentino gordo que se llama Enrique y sale en Crónicas Marcianas y siguen jurando por la catástrofe del Prestige. Sé que esta edición de Operación Triunfo está un poco gafada: se han caído varias veces en el escenario, han tenido que operar a uno de los chicos… y que hay un poco más de mal rollo que en la primera (ya no es tan supermegachachi, incluso los hijos de mis amigos, grandes fans de Bustamante y cía, ven esta edición como una brasa de cuidado).
     Creo que resultan más interesantes los personajes encerrados fuera del encierro que dentro del encierro. María José Galera discutiendo con Marta Frente Atlético en Salsa Rosa es mucho mejor que Rafa, el ex cura, hablando dulcemente con una chica en Gran Hermano. La pereza hace que no podamos recordar más de diez o doce nombres de la tele. Con la cuarta edición de Gran Hermano necesitamos recordar otros doce o quince nombres: demasiado para nuestra frágil memoria televisiva (por lo menos para la mía). El sexo y la escatología siguen sin aparecer, por no aparecer no aparece ni la zoofilia (otra de mis fantasías perversas desde que la casa se pobló de animales). El relativo fiasco de Operación Triunfo no tengo razones para achacarlo a nada (los karaokes siguen triunfando: tengo una amiga que ha trabajado esta Navidad en un centro comercial promocionando karaokes), quizás a que los aspirantes a cantantes no sienten tan por primera vez lo que sienten, es decir, lo sienten como si vieran que lo están sintiendo David Bustamante (este verano estuvimos en su pueblo, San Vicente de la Barquera, donde es un auténtico héroe) y David Bisbal. Aunque me parece que no debe ser eso.
     He oído y leído varias veces estas semanas que a la gente le pondría que encerraran en una casa a unos cuantos famosos (incluso es posible que esto ya sea un programa de televisión en alguna parte del mundo) del tipo Belén Esteban, Lecquio, la que dijo que se había acostado con Antonio David y que habían follado en una noche seis o siete veces, otra ex novia de Jesulín que dijo que Jesulín era un gran experto en sexo con saliva… Me parece una estupenda idea. Creo que eso nos entretendría durante unas semanas, y nos daría algo más de conversación. Si la televisión no sirve para entretenernos mientras comemos una pizza, ¿para qué demonios sirve?
     Ahora que me acuerdo, también sé que María Teresa Campos en su programa matutino (sigo levantándome tardísimo: no lo veo) no habla de Gran Hermano; y también sé que siguen sin dejar a los concursantes de Gran Hermano que vayan a Crónicas Marcianas, donde sí van los expulsados de Operación Triunfo.
     Una última reflexión: si sigo escribiendo así de mal, ¿durante cuánto tiempo seguirá financiando la CIA mis artículos? ~

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(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.


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