Enorme gente pequeña

Los logros de los infantes y adolescentes mexicanos revelan mucho sobre los adultos del país. 
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En días sombríos como los que se viven en México, intriga que unas cuantas niñas y niños, chicas y muchachos, aparezcan como héroes oportunos  y se hagan depositarios del aporreado pundonor nacional, aportándole una vitamina que, por desgracia, el resto de la realidad le escamotea.

Sí, es formidable que estos niños y jóvenes destaquen en las artes, la ciencia, el deporte. Y entusiasma pensar que junto a ellos hay adultos que los han guiado con tenacidad e inventiva, pasión y respeto.    

Pequeños soles entre la niebla espesa, celebro a la parvada de aéreos niños triquis que juegan al básquetbol en las montañas de Oaxaca. Se alzaron con el triunfo en el Festival Internacional de Minibásquetbol de Argentina. Una proeza poco predecible, pues no se trata sólo de niños cuyas dietas son precarias, sino que juegan como viven, descalzos, por una pobreza convertida en hábito y hasta en método.

Admiro a los muchachos de la selección juvenil de futbol que –más allá de qué sitio ocupen al final del campeonato– se han plantado en la cancha con aplomo, fueron capaces de imponerse a una goleada para resurgir airosos. Vencieron a Brasil en una larguísima epopeya de tiros penales, a fuerza de talento, pero también de una serenidad anómala entre nosotros.

Celebro a Daniela Liebman Martínez, jalisciense de once años que toca el piano con aplomo, habilidad técnica y –ya casi– estilo propio. La semana pasada ejecutó en el Carnegie Hall, con la Sinfónica de Cámara Park Avenue, el segundo concierto de Shostakovich. No es poca cosa lo que hace esta niña cuyas manos aletean sobre el teclado como mariposas febriles.  

Admiro, de nuevo, a la pequeña Paloma Noyola que, en condiciones económicas y familiares tan adversas, logró los primeros lugares en matemáticas y español de la prueba ENLACE hace un par de años.

Estoy seguro de que esta pequeña de carita triste y dulce sabrá imponerse a la trivialización que la perra fama ha hecho de su esfuerzo. Temo haber colaborado a eso, pues celebré sus logros en algún editorial. Ahora una revista norteamericana la puso en su portada y la cubrió de hipérboles bobas. La publicidad local atizó aún más el asunto, haciendo de una niña extraordinaria un objeto para el consumo baladí. La atrapó y la maquiló como a una pomada restauradora o un manual edificante. Reciclada como rating, esta niña que ha vivido entre carencias ha sido ahora despojada de su anonimato y castigada con la conciencia de una excepcionalidad que puede menguar a fuerza de celebrarse.

Perdón, pequeña Paloma. De haber sabido que iban a convertirte en la heroína no de tus propios logros, sino en símbolo de nuestras colectivas frustraciones, no habría escrito sobre ti. Confío en que tu madre y tu maestro serán prudentes y conseguirán rehabilitar tu derecho a ser una niña trabajadora e inteligente: nada más y nada menos.

Es inevitable que, probados ineptos, los adultos mexicanos convirtamos a los niños en los restauradores de la dignidad que hemos perdido; que optemos por aplaudirles logros que ponen en evidencia nuestra propia mediocridad; logros ante los que deberíamos ser prudentes, para no infectarlos con nuestros mezquinos intereses y nuestras bochornosas culpas.

Por lo pronto, estos que he nombrado, y muchos más –los inverosímiles jóvenes que logran proezas en robótica; los muchos niños y niñas y jóvenes que participan en orquestas y coros– restauran en algo nuestras almas atribuladas. Pobres: a su carácter juvenil deben sumar la ardua tarea de activar en nosotros la ímproba expectativa de un país mejor.

Ayudémosles.

(Publicado previamente en el periódico El Universal)

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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