Ana Nuño, poeta y ensayista venezolana, una de las más finas analistas de cuanto sucede a nuestro alrededor, acaba de fundar junto a Carla Palacio Reverso Ediciones, una editorial pequeña que nace con la ambición de publicar “los libros que quisieran leer” muchos lectores insatisfechos con la sobreproducción editorial de nuestros días. Han debutado con cuatro libros de hermosa factura y gran interés: Todos somos Kafka, reedición de la obra de Nuria Amat; La perfección del tiro, primera novela del francés Mathias Enard; Deseo de escritura, colección de textos de la no siempre fácil Hélène Cixous, y Canto de penumbra, de la poeta venezolana Hanni Ossott. Una apuesta tan radical como solvente.
No quisiera ser cenizo, pero, tal como está el mercado, fundar una editorial para publicar literatura tan exigente como la de vuestros autores parece una apuesta arriesgada.
Es cierto. Así lo indican algunas cifras que todos conocemos. Pero aun así siguen surgiendo suicidas que fundan nuevas editoriales. En nuestro caso, lo hemos hecho en primer lugar por las razones obvias: nos gusta editar, sentimos pasión por la edición. Y además tenemos una serie de convicciones: queremos editar literatura y no basura, y sabemos que para ello tenemos que ir a buscar al lector. Es por ello que ya tenemos la programación de los dos próximos años a razón de diez títulos al año prácticamente cerrada, lo cual nos permitirá dedicarnos a dos cosas fundamentalmente: la promoción de cara a los medios y sobre todo el trabajo con los libreros. Reverso Ediciones es una editorial pequeña y minoritaria que sólo va a publicar literatura pura y dura. Y sí, es una apuesta difícil, pero eso depende de cuáles sean nuestras ambiciones. Y nosotras no queremos publicar bestsellers que nos permitan aumentar la producción, porque mi concepción del oficio de editor me lleva a pensar que cuando uno decide publicar literatura, su ambición debe ser construir un catálogo y no estar sólo al tanto de la novedad.
Una parte importante de los libros que vais a publicar son obras de escritores conocidos pero por alguna razón no traducidas al español. Veo a Barthelme, a Genette, a Yourcenar…
Así es. Y es consecuencia de un fenómeno que se produce en España: los editores que se presentan como independientes y como interesados por la creación literaria y el pensamiento no apuestan por los autores ni por sus trayectorias, y a la que les van mal las ventas de un libro, abandonan. El caso de Genette es muy sintomático de la frivolidad del mundo editorial en lengua española. Y lo mismo sucede con Burroughs, cuya novela Puerto de Santos vamos a traducir por primera vez al castellano. Y luego están casos como el de Olivier Rolin, cuya obra se ha publicado en España en tres editoriales distintas y todavía tiene inédita La invención del mundo, su gran novela, que nosotras vamos a publicar. En Italia o Francia rara vez te encontrarás con autores de peso semejante cuya obra esté diseminada por varias editoriales. Me cuesta comprender qué se entiende aquí por política de autor.
¿Hasta qué punto hay una continuidad entre el catálogo de Reverso y tu tarea intelectual y poética? ¿Es una continuación por otros medios?
Este catálogo no es programático. No he pretendido decir: “Ahora os vais a enterar de mi credo”. Evidentemente ahí están plasmadas una serie de pasiones intelectuales. Al igual que lo están las de Carla Palacio. Pero más allá de eso, que es cierto, lo importante es que no queremos obviar la realidad, y resulta que la realidad en la edición en lengua castellana es que hay unas incomprensibles lagunas.
En todo caso, y aunque quizá sea tan sólo una anécdota, me pareció significativo que los tres escritores que apadrinaron la editorial en su presentación fueran Eduardo Subirats, Juan Goytisolo y Julián Ríos, tres autores emblemáticos de una determinada concepción de la literatura.
Sí, fue una declaración de intenciones. Los tres son emblemáticos en España de lo que se puede llamar el exilio literario. Como yo no creo en la escritura como una carrera o una profesión lo cual probablemente sea un viejo resabio mío, porque no soy nada posmoderna y como no creo que se construya la reputación literaria a punta de premios y estrategias editoriales, lo que más se parece a la concepción que tengo de la creación literaria, del pensamiento, de la actitud vital ante la sociedad del escritor es esa postura de estar “fuera de”. Sin ninguna hipoteca con los poderes editoriales, culturales y políticos de un momento dado. Y, en ese sentido, esos tres escritores son emblemáticos, es cierto.
Como ellos tres, y me alejo del tema editorial momentáneamente, has sido muy crítica con la vida política y cultural española. ¿Cómo ves las cosas actualmente?
El problema que más me preocupa de la España actual es la prevalencia de ciertos mitos ideológicos. A mi modo de ver, la Transición fue una manera de salir de la dictadura y entrar en la democracia con no muy buen pie, porque no se encararon problemas esenciales y no se buscaron soluciones, sólo se pusieron vendas y cataplasmas. La situación actual me parece preñada de conflictos, y tengo la impresión de que el mayor peligro para las libertades y para la expresión libre de cualquier forma de pensamiento en este país siguen siendo los nacionalismos étnicos e identitarios, que lo son cada vez más. Esta es la gran enfermedad de España. Su gran asignatura pendiente es cómo articular el concepto de nación y el concepto de Estado, un problema de la modernidad política que los otros países fueron solucionando con más o menos revoluciones, con más o menos sobresaltos. España está todavía ahí, a las puertas de la modernidad política.
No parece que las élites políticas estén mucho por la labor.
Claro, aquí está el añadido de que tenemos una izquierda especialmente poco reflexiva y autocrítica que no ha hecho autoexamen de nada. Si la tendencia en todos los países de ámbito occidental se nutre en buena medida de los aportes de cierto sector de izquierdas, pues aquí estamos bastante huérfanos. Yo, en todo caso, no espero mayores luces de lo que se llama izquierda de este país. Espero consignas, espero eslóganes, espero repetición de viejos programas ideológicos.
¿En qué se traduce cultural y editorialmente esta dejadez intelectual?
La traducción es evidente. Este país no aprueba la asignatura de la cultura. En España hay carencias culturales endémicas, estructurales, y no hay políticas culturales e incentivos al libro. A modo de ejemplo, te diré que la red de bibliotecas del Estado cuenta con 54 bibliotecas. ¡54 bibliotecas! ¿Por qué nos va a sorprender que la mayoría de jóvenes mayores de 25 años sean semianalfabetos? ¿Por qué nos va a sorprender la telebasura? Las élites políticas de este país han mostrado tradicionalmente una inmensa dejadez por la cultura; es algo secundario, ornamental, cuando tiene una importancia vertebradora capital.
Hablabas de incentivos al libro, pero no parece que las políticas de subvenciones a la edición funcionen. En Cataluña, por ejemplo, han sido un desastre.
Subvenciones, jamás. Vivimos en una economía de mercado y además yo no quiero vivir en ninguna otra. Yo no quiero vivir en Cuba ni tampoco en la Venezuela de hace treinta años, en la Venezuela petrolera que subvencionaba a las empresas culturales. Yo no quiero ese modelo. Con Reverso salimos a la calle con una determinada oferta cultural a enfrentarnos a unas condiciones que son las que hay en una realidad del mercado. Nos puede ir bien como nos puede ir mal. La empresa puede fracasar como toda empresa. Es una posibilidad, y como esto no funcione no me voy a poner a llorar y a decir “Claro, como no me ayuda el Estado…” Ahora, un momento: yo sí exijo al Estado que tenga una política cultural y una política educativa. Y en el terreno de la política cultural exijo que de los impuestos que pago todos los años, una parte de ellos vaya destinada por ejemplo a la construcción de bibliotecas. –
(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).