Entrevista con Catherine Robbe-Grillet y Catherine Millet

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Cuando se dan cita, Catherine (Millet) y Catherine (Robbe-Grillet) gustan de confiarse historias de Catherine a Catherine: historias de mujeres liberadas cuyas vidas sexuales escapan al estereotipo. Conversamos con ellas, en tono ligero aunque preciso, sobre el tema que más les interesa: la libertad sexual lejos de cortapisas reductoras, de sustratos ideológicos.
     No es su primer encuentro, se conocen desde hace mucho. Y aunque no suelen darse cita, se siguen de lejos, sabedoras tanto la una como la otra de que están capacitadas para una sexualidad radicalmente libre y fuera de lo común. Con todo, no suelen frecuentar los mismos círculos. Minúscula y frágil sobre sus altos tacones, maquilladísima e impecablemente erguida sobre una silla cuya consistencia peligraría ante el soplo de un suspiro, Catherine Robbe-Grillet, esposa de Alain, alias Jeanne de Berg, es amante de los accesorios y las máscaras, la teatralidad del sexo, los papeles a la Sacher-Masoch. Dominante y animadora de sesiones sadomasoquistas en París, ha narrado estas experiencias en dos libros, L'Image (firmado Jean de Berg por amor al disfraz, Minuit, 1957) y Cérémonies de femmes (1985).
     A su lado, la habitual de los desmadres y los polvos de carretera, con su aspecto sano y deportivo de mujercita que no se ha comido una rosca: Catherine Millet, de quien toda presentación es redundante tras la publicación de La vida sexual de Catherine M., un relato inclasificable, marcado por una libertad inédita hasta ahora y auténtica revolución en el ámbito de la representación sexual.
     Ni militantes ni teóricas del sexo, he aquí a dos mujeres de hábitos sexuales muy poco corrientes y que confieren carta de valor a la iniciativa y la escenografía (por lo que a los desmadres de Catherine M. se refiere), o a la mise en scène (para los rituales sadomaso de Catherine R.), de sus deseos, siempre a favor del placer y la libertad de vivirlo con una supresión permanente, lo mismo en su vida que en el relato que hacen de su vida, de todo pathos, de todo victimismo o reivindicación feminista, de cualquier ideología.
     A propósito del sexo, la transgresión de los tópicos relativos al sexo, la facilidad o no de vivir como mejor les parece, charlamos con ellas en el domicilio de Catherine Robbe-Grillet en Neuilly, un apartamento sigiloso y de lámparas bajas, repleto de libros, de espejos y de fisuras azules.
      
     Catherine Robbe-Grillet: A mí me llega al fondo la escritura de Catherine en La vida sexual de Catherine M.: me gusta la precisión de sus descripciones, me conmueve enormemente. Otorga carta de nobleza a alguien que tanto los hombres como las mujeres desprecian en extremo: ese tipo de mujer, la "pendona esa", cuyo deseo es ser objeto, que se entrega al hombre, se deja guiar, se pone a su entera disposición. Es el retrato de ese deseo lo que se refleja en el libro, y ¿por qué no? ¿Por qué una mujer no tendría el derecho a decidir ser mujer-objeto?
     Catherine Millet: No me sorprende nada esa alusión tuya a la "pendona esa". En particular me hace ser consciente de una cosa: han escaseado las críticas feministas de mi obra, pero las pocas que me constan me han censurado el hecho de enfocar un tipo de sexualidad que correspondería más a la de los hombres —es decir, el hombre que somete a la mujer y la entrega a otros muchos hombres—. Si desviamos un poco el discurso, se trataría de una mujer que acepta que la traten como a una puta. Pero, ¿por qué ha de considerarse envilecedor para una mujer el hecho de prostituirse o desear entregarse a una gran cantidad de hombres? Es más bien la mirada que proyectan sobre este tipo de mujer ciertos hombres, los machos, lo que es degradante. De hecho, quienes me han formulado tales reproches son las feministas que, a su vez, se han apropiado de este desprecio del hombre hacia la prostituta.
      
     C R-G: Ese tipo de argumentos feministas me los sé de memoria. También yo fui objeto de críticas similares cuando apareció mi primer libro, L'Image. Se dijo que este tipo de fantasía sexual no es femenino sino masculino. Es una idea limitada y primaria. Estas personas no pueden concebir que una mujer pueda decidir por sí misma ser sumisa. Además, ese tipo de mujer puede ser perfectamente independiente, caso de Catherine, que dirige una revista de arte. Nos encontramos aquí con una auténtica fractura entre la vida social y la fantasía sexual.
      
     C M: Para mí, esta fractura fue importante, a ojos de los mismos hombres con quienes me relacionaba. Fractura entre la mirada que proyectaban sobre mí mientras follábamos y la que proyectaban después, que no era la que se proyecta sobre una mujer sumisa.
      
     En su libro, Catherine Millet, están siempre junto a usted hombres con quienes comparte amistad, complicidad, y que la respetan.
      
     C M. De no haber sido así, lo hubiese dejado: habría pensado que eran víctimas de un auténtico problema…
      
     En los círculos sadomasoquistas, ¿hay más mujeres dominantes que hombres dominantes?
      
     C R-G. No. El sadomaso no interesa en general a las mujeres. Es básicamente una fantasía masculina, ya se trate de activos o de pasivos. El término sadomasoquismo es un compuesto incorrecto: no se trata de un sádico frente a un masoquista, sino de alguien que se arroga el papel dominante, dentro de una relación englobada en el universo masoquista. A la hora de practicar este juego, las mujeres optan casi siempre por el papel de sumisas. Y también aquí, una vez más: ¿por qué no? En tanto que objetos raros, son absolutamente soberanas.
      
     C M. El que la mujer sumisa pueda llegar a ser la reina de una sesión acaso se deba también a que es ella quien marca los límites.
      
     C R-G. Los hombres también. La base del sadomasoquismo es el mutuo consentimiento. Hay signos, códigos, para explicar esos límites, tal como dices tú Catherine, cuando explicas que te levantas para significar que se acabó, que estás harta de que te follen. Nadie te obliga a continuar. El sumiso muestra sus límites, el amo dispone. Esos límites varían según los días, porque el cuerpo es algo que no es posible dominar por completo.
      
     C M. De lo que estamos hablando es de una conciencia de los límites. Los que no practican este tipo de actividades, ya se trate de sadomasoquismo o de orgías sexuales, podrían creer que en ellos se transgreden todos los tabús, lo cual es falso. La palabra partouze no puede traducirse a otras lenguas sino como orgía, lo cual no me gusta: por orgía se sobreentiende la superación de todos los límites, un exceso ilimitado, que no se corresponde con lo que es un partouze. Es cierto que en éstos se desplaza el código que rige las relaciones interpersonales, pero no se abandona por completo. Se construye de otra forma, pero continúa existiendo. En suma, no hay cuestionamiento del orden social.
     C R-G. Exactamente. Por otro lado, ni tú ni yo somos militantes.
      
     C M. Sí, creo que el fervor del público por mi libro se debe en parte a esto. Pero pienso también que el hecho de que no sea una transgresora militante ha molestado a determinadas personas.
      
     C R-G. Sade dijo que entre las opciones sociales y las opciones sexuales existía un paralelismo. Si se interpreta esto como un axioma, nos damos de cabeza contra el muro. No puede establecerse un paralelismo entre posición social y posición sexual. Me parece absurdo.
     C M. A mí también. Quienes entienden la sexualidad como una fuerza revolucionaria, como un poder en erupción capaz de socavar los códigos sociales, se quedan desarmados ante aquellos cuyas prácticas sexuales son excéntricas sin que por ello su actitud social sea provocadora, o reivindicativa.
      
     Tales actividades sexuales existen desde siempre, y no son las que han hecho cambiar la sociedad. Es en último término el discurso que acompaña al sexo, o sea, una sexualidad reciclada.
      
     C M. Cierto. Si uno hace gala de una libertad sexual sin enarbolar por ello ningún poder intelectual, irrita necesariamente a algunos: aquellos que basan en parte su autoridad intelectual en la defensa de una cierta transgresión sexual.
      
     Por otro lado, la transgresión no es el asunto central de su libro. La idea de la transgresión a cualquier precio termina en cualquier caso por parecerse a otra forma de alienación.
      
     C R-G. Me acuerdo de una amiga que, después de mayo del 68, empezó a acostarse con mujeres porque para ella esto constituía la mayor de las transgresiones. Cuando dejó de ser tabú, lo abandonó: en verdad, al final no es que le gustase tanto… Los impulsos transgresores son, con frecuencia, un tanto artificiales. Tanto más cuanto que no hay sino dos transgresiones auténticas, toda vez que sólo hay dos prohibiciones auténticas: la violación y la muerte.
      
     C M. Yo añadiría una tercera: el incesto.
      
     Dejando aparte la transgresión, tanto la una como la otra han cuestionado los códigos de representación literaria del sexo, y más en particular dentro de la literatura escrita por mujeres, eliminando pathos, victimización. Ocurre un poco lo mismo en los relatos de Jeanne de Berg.
      
     C M. Hay un distanciamiento, una economía. Nuestra escritura le es más fiel a las vivencias: si falta "sentimentalismo" es porque tal actitud es más justa que el pathos. El abuso del pathos o del estatuto de víctima a mí me da la impresión de que está ahí para "pasar por literario". Sin embargo, no creo que Catherine haya querido hacer literatura. Tampoco era ésta mi voluntad. Y tanto peor si se me ha censurado por escribir sobre el sexo sin sentimiento o sentimentalismo.
      
     C R-G. Precisemos que tanto en tu caso como en el mío existe una disociación entre la vida sentimental y la vida sexual. Por eso se da un espaciamiento, o un distanciamiento. En mis libros, no es mi vida sentimental lo que cuento, que, dicho sea de paso, tampoco se puede decir que abunde en pathos… En determinados libros, uno tiene la impresión de que la sexualidad está ahí para alimentar el pathos, o el sentimiento, no para ser el objeto de la escritura.
      
     Si fuera hombre, ¿cree que tendría derecho a las mismas críticas?
      
     C M. No, sin duda, porque el esquema habitual, admitido, consiste en que el hombre tiene una sexualidad al margen de la relación amorosa, mientras que —y esto es algo que aún puede leerse en las revistas femeninas, que se proclaman sin embargo herederas del feminisimo— la mujer tendría necesidad de establecer una relación amorosa para sentirse a gusto en una relación sexual. Mi experiencia me ha enseñado que esto es completamente falso. Una fabulación.
      
     C R-G. No estoy segura. Todavía se oye decir que las mujeres necesitan de una relación con un hombre para acceder a la sexualidad… Pero, ¿en qué proporción? No lo sé. Pienso que el hecho de que una mujer haya podido escribir ese libro, La vida sexual de Catherine M., evidentemente ha causado sorpresa. Tricks, de Renaud Camus, no ha generado nunca, sin embargo, ni la más insignificante polémica.
     ¿No es decepcionante estar todavía aquí, pasados treinta años desde el 68?
      
     C M. Mayo del 68 es algo que más bien tuvo lugar en las mentalidades, y el balance global es al menos positivo. La prensa recogió muchas más reacciones positivas que negativas o retrógradas hacia mi libro, lo cual dudo que hubiese sido así tan sólo veinte años antes. De repente las reacciones negativas, derivadas de viejos tópicos machistas, me dan la impresión de haberse convertido más bien en secuelas. Una minoría que se aferra a ciertas creencias: hombres que buscan dominar a las mujeres, que ostentan su libertad sexual y se las componen muy bien con la de las mujeres; pero si de repente es la mujer quien hace valer su propia capacidad de iniciativa y toma la palabra en relación con su sexualidad, les cuesta aceptarlo. A su rechazo va unido también un miedo a ser utilizados, cosa que yo nunca he hecho; en muchas parejas no hay ni utilización ni rechazo. Aparte de que les beneficiaba esa situación. Sin embago, cuando Michel Polac, en un libro publicado hace algunos años, contó su vida sexual sin reservarse opiniones extremadamente despectivas hacia sus amantes, nadie dijo nada.
      
     ¿Podríamos decir que el sadomasoquismo funciona como una especie de pequeña sociedad que reserva a las mujeres el papel dominante, mientras que socialmente han estado dominadas por los hombres?
      
     C R-G. Es un entorno en el que, efectivamente, detentan el poder. A manera de ejemplo, yo ya no soy ninguna jovencita y sin embargo, al contrario que otras mujeres de mi edad ajenas a estas actividades, sigo teniendo una vida erótica. Por ser dominante, y por tratarse esto de algo raro en sí, sigue habiendo muchos hombres a mi alrededor. En este entorno, es mi presencia y mi actitud lo que cuenta, no mi edad, al contrario de lo que ocurre en la esfera social. La mujer masoquista, que se da y se exhibe como tal, domina. Sería preciso rehabilitar el exhibicionismo, al igual que el fisgoneo (voyeurisme). ¿Qué es toda esta hipocresía a propósito de Loft Story?1 ¿O a propósito del libro de Catherine? Es evidente que se basan en el exhibicionismo: ¿y qué? ¿Cuál es el problema?
      
     Desde hace años viven ustedes en pareja con hombres que aceptan totalmente sus prácticas sexuales pero no son copartícipes de las mismas. ¿Es difícil, o les ha ayudado a vivir la sexualidad que les gusta?
      
     C R-G. Alain ha sido siempre muy cómplice. Él fue quien me inició, y me encontró dispuesta. Y fue él quien me impulsó a escribir…
      
     C M. Jacques [Henric] piensa que, de haber participado en la sexualidad de grupo que yo practicaba, nuestra unión se hubiese resquebrajado. En consecuencia, lo toleró. Pero es él quien me empujó a escribir… Siempre ha tenido una genuina curiosidad masculina a propósito de las mujeres, de qué es una mujer. Mi editor, Denis Roche, era similar. Pero de todas formas, pienso que para estar abierto a una vida sexual tan libre es preciso en efecto tener un mínimo de estabilidad psicológica.
      
     C R-G. Como la vida se asienta ya sobre un fundamento sólido, es posible darse un margen mucho más amplio de libertad… No hay esa especie de incertidumbre, o de malestar, que puede surgir cuando no se tiene detrás esta estabilidad, que da seguridad y en virtud de la cual, aun cuando algo no salga bien en las veladas que organizo, no corro un riesgo total yo misma.
      
     C M. Porque no estamos embarcadas en una búsqueda existencial a través de estas prácticas. No se juega en ello nuestro futuro, o nuestra vida.
      
     C R-G.Es lo que nos permite la distancia. Y esa distancia permite el juego. -— Traducción de Ramón García
© Les  Inrockuptibles

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