Entrevista con Josef Koudelka

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La zorra sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una importante”, decía Arquíloco. ¿Cómo te describirías a ti mismo, como zorra o como erizo?
Creo que soy un erizo, porque siempre voy en una sola dirección, la que pienso que es la más correcta, y si después veo que no lo era, corrijo mi rumbo. En este sentido, me considero una persona bastante limitada, que selecciona una cosa y va por ella, que mete todo en ella.

Entre Inicios y Caos se perciben algunas similitudes, sobre todo de forma. ¿Dirías que Inicios es una prefiguración de Caos? ¿O Caos un regreso al origen?
Cuando comienzas algo, no sabes exactamente hacia dónde vas, todo te interesa. Poca gente conocía las fotografías de Inicios, porque se quedaron en Checoslovaquia cuando me fui, y muchos se sorprendieron al ver que por ahí hay algunas panorámicas, como en Caos. Puede ser un círculo o una espiral.

¿En algún momento durante la realización de Caos pensaste en tus primeras fotografías?
No, al menos no conscientemente. Claro que no puedes en-gañarte, todo se filtra a través de ti: la mano derecha siempre sabe lo que hace la mano izquierda. Pero si eres honesto contigo mismo, siempre reaccionas más o menos de la misma manera. Puedes ver, por ejemplo, la fotografía de Praga 68 en la que aparece una mano con un reloj, que en realidad no es mi mano, y después otra muy similar en Exilios. Lo que ocurrió en la segunda es que me desperté una mañana en medio de un campo español, muchos años después, y decidí fotografiar mi mano; en ese momento había olvidado por completo la otra.

¿Crees que, más que la fotografía, ha cambiado el mundo?
La fotografía también ha cambiado enormemente, hemos asistido a una verdadera revolución con el nacimiento de la fotografía digital. No ha cambiado, desde luego, su sentido original: una fotografía sigue siendo una imagen impresa sobre un papel, pero nuestra visión histórica de la fotografía está cambiando profundamente.
     Lo que no ha cambiado es que siempre existe un hombre, o un niño, que tiene una visión que los otros no tienen. En fo-tografía la visión es todo: todos utilizamos el mismo tipo de película y las mismas cámaras, pero llegar a tener una visión propia, distinta a la de los demás, es quizá más difícil que en otros medios.

Pero el mundo también ha cambiado mucho en los 65 años que te ha tocado vivir, ¿no te parece?
Sí, mucho ha cambiado y va a cambiar, y si has tomado fotografías durante cuarenta años, lo ves con mayor claridad, sobre todo en la gente. Lo que más me interesa ver en mi trabajo es ese mundo que está a punto de desaparecer, porque yo nací en ese mundo y cada vez tenemos menos de él. No es casual que pase largas temporadas en Rumania o Polonia, porque ese es el mundo que conocí y que todavía existe por ahí, pero que en un futuro no muy lejano se va a acabar. Y puede ser que después de muchos años de fotografiar pequeñas cosas haya logrado reunir un mosaico que señala pequeños cambios que juntos pueden mostrar un cambio más grande.

Caos no es necesariamente la imagen de un mundo que está a punto de desaparecer, pero sí de un mundo deshabitado. Observo en tu obra un proceso de destilación: cada vez menos seres humanos. ¿Qué sigue?
Me gusta el paisaje, los distintos tipos de paisajes. Sin embargo, cuando el gobierno francés me invitó, junto a otros veinte fotógrafos, a hacer una serie de fotografías sobre el paisaje contemporáneo de Francia, al principio dudé porque sentí que los paisajes acabarían por alejarme de la gente. Pero cuando supe que tenían una cámara panorámica, como la que siempre quise tener, pensé que tal vez podía hacer algo interesante con ella.
     Cuando hago fotografía de paisaje tengo que estar solo. Algunas veces debes eliminar algunos de tus sentidos para que otros funcionen mejor. Debes, por ejemplo, cerrar los ojos si lo que quieres es escuchar los rumores del paisaje, los pájaros. Me gusta mucho estar con la gente y fotografiarla, pero también me gusta estar solo. Para mí, un fotógrafo, si es realmente un “fotógrafo”, es decir, que nació con esos ojos, registra todo lo que le parece interesante, no sólo la gente.

Lo que Caos retrata es bastante caótico. Sin embargo, al interior de tu obra estas imágenes me parecen las más ordenadas, ¿cómo es esto?
Cuando mi editor me propuso llamar Caos a este libro, a esta serie de fotografías, me opuse. Pero como él lo explica en el prólogo, lo que yo hago aquí es tomar el caos y ordenarlo, a mi manera. Tiempo después, en Checoslovaquia, encontré un libro que reunía las teorías sobre el caos y descubrí que no sólo tiene que ver con lo caótico, que el caos puede ser muy ordenado. Ahora estoy contento de que el libro se llame así, porque puede tener muchos sentidos.

Ionesco decía que “arrancado de sus raíces religiosas, metafísicas y trascendentales, el hombre está perdido; todas sus acciones se vuelven inútiles, sin sentido, absurdas”. Eso se parece al exilio, ¿no?
Yo sólo te puedo decir lo que el exilio significó para mí: tenía que dejar mi país porque, si no lo hacía, había muchas posibilidades de que acabara en la cárcel, así que me vi obligado a tomar esa decisión que implicaba que nunca en mi vida podría regresar. Pero te digo algo más, es casi una broma: la lección más importante que me ha dado la fotografía es que “el negativo se hace positivo”. Así lo tomé entonces. Tu casa, tu lugar de trabajo y las personas con las que convives, de alguna manera, te condicionan. Los que vieron mis fotografías de la invasión de 19681 pensaron que yo era buen fotógrafo de guerra. Sin embargo, los que me conocieron en Checoslovaquia jamás imaginaron que yo sería capaz de hacer algo semejante; para ellos, yo era un fotógrafo de teatro. Esto es lo interesante de la vida, nunca sabes cómo vas a reaccionar ante determinada situación y puedes descubrir cosas de ti mismo que no conocías.
     Cuando hice las fotografías que ahora componen Exilios no sabía que a la larga esas imágenes tomarían el sentido que ahora tienen. Con la serie de Gitanos ocurrió lo contrario: no sabía por qué fotografiaba a los gitanos, pero sí que estaba construyendo algo y que tenía que abarcarlo todo. Con Exilios nunca tuve esa conciencia. No fue hasta después, cuando vi todo lo que había hecho, que descubrí que tenía un sentido. Entonces, mi editor y yo seleccionamos las imágenes y ha sido idea suya la de llamar así a esta serie. Yo vivía mi vida sin pensar en el exilio, pero no veo en ello contradicción alguna. En el prólogo del libro, escrito por Czeslaw Milosz, él dice que el exilio te puede matar, pero si no te mata sin duda te hará más fuerte. Para mí todo en la vida es un regalo y el exilio lo fue también: me impulsó a cambiar. Si yo hubiera seguido en Checoslovaquia, probablemente habría hecho algunas fotografías más de gitanos y punto. El exilio me permitió reinventar el sentido de mi vida y reaccionar a cosas nuevas. Además, me dio un segundo regalo: la posibilidad de regresar y ver todo lo que conocía de otra manera.

¿Cómo te relacionas con tus fotografías después de tantos años? ¿Cómo te sientes de presentar, una vez más, la serie de Gitanos?
Gitanos es un trabajo de más de ocho años y siempre que se expone reviso la selección. Cuando una fotografía ya no me interesa más y descubro otra, hago el cambio. Es el mismo proceso que inicié en 1964, cuando preparé mi primera exposición de Gitanos. Entonces vivía en un cuarto pequeño y tenía la pared cubierta por las fotografías; eso me permitía imaginar distintas maneras de ordenarlas. Una buena fotografía era aquella con la que yo podía vivir.

¿Se puede registrar, con la urgencia del caso, la fugacidad de un instante histórico, y crear con esa materia una obra artística?
Pienso que ésa es la condición. Me veo viviendo en esta época en la que han pasado tantas cosas y, al tener una cámara fotográfica, establezco una relación con esta época. Si de ahí sale una obra de arte, eso es otra cosa. Desde luego, para mí es una de las funciones de la fotografía.

¿Inspiración o trabajo?
Me considero sobre todo un trabajador, aunque, claro, la inspiración puede venir de todos lados, por ejemplo, de los museos: ves ahí tanta belleza reunida que esa impresión, ese senti-miento, te hace salir con ganas de intentar hacer algo bueno tú mismo.

Al ver tus fotografías pensé en todas las veces que seguramente he pasado ante una escena similar sin verla.
Cuando hice la exposición de Teatro del tiempo, en Roma, la gente me decía: “¿Cómo es posible? Yo camino por ahí todos los días, paso siempre por esa esquina y nunca me di cuenta de que era tan bonita”. También te puedo contar de una amiga mía, eslovaca, que vivía cerca de los gitanos y cuando vio mi libro me dijo que nunca había notado que los gitanos eran tan guapos. Esa es la cosa: todos miramos a nuestro alrededor, pero no todos vemos.

Termino con una frase de Einstein: “Mi condición humana me fascina. Sé que mi existencia es limitada e ignoro por qué estoy en esta tierra, aunque tal vez lo presiento”. ¿Sabes por qué estás en la tierra?
Para vivir mi vida como quiero. ~

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(ciudad de México, 1973) es crítica de arte.


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