Fotografía: Michael Locciisano

Entrevista con Phillip Lopate

Phillip Lopate me invita a pasar a su acogedor brownstone en Brooklyn, en el tercer piso tiene su estudio y su escritorio está situado frente a la ventana. Hace varios años Carmen Boullosa, Juan Manuel Prieto y yo tuvimos una conversación con Lopate para un blog. En esa ocasión hablamos sobre ficción, en particular sobre su novela El mercader de alfombras. En 2013 Lopate publicó dos brillantes libros sobre el ensayo: To show and to tell: The craft of literary nonfiction y Portrait inside my head. Estas obras eran un buen pretexto, por si hiciera falta uno, para entrevistarlo nuevamente, en esta ocasión sobre el ensayo, el cine y Nueva York. Lopate es un formidable poeta y narrador, pero su calidad y, me atrevo a decir, sabiduría como ensayista son inmensas. 
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

¿Qué hace distinto al ensayista de cualquier otro tipo de escritor?

Me gustaría pensar que el ensayista tiene pensamientos interesantes y basta con que los desarrolle para que se le ocurra algo persuasivo o idiosincrático. El ensayo es una forma magnífica para un tiempo en que todo es incierto, cuando todo está cambiando. Montaigne, el primer gran ensayista, habló de la inconstancia de nuestras acciones y de cómo el mundo estaba transformándose permanentemente. El ensayo, me parece, se vuelve una forma de plantar una bandera en el caos. Y el ensayista es alguien que no necesita un juego de instrucciones rígidas, sino alguien que puede vivir de manera exploratoria. Esa es la gran promesa del ensayo, y eso también es lo que lo hace tan difícil, desde el punto de vista artístico, porque una vez que has partido en el océano del pensamiento, ¿cómo le das forma estética al texto?

El problema suele ser saber dónde detenerse una vez que uno comienza a vincular ideas y pensamientos.

Montaigne dijo que todo está conectado y ciertamente la manera en que él escribía ensayos era un continuo saltar de tema en tema. Como escribí en “¿El ensayo: argumento o exploración?” –que forma parte de To show and to tell–, creo que un ensayo necesita tener la libertad para explorar asuntos sobre los cuales el autor aún no está completamente convencido. Tiene que tener la libertad de ser abierto, por lo menos al principio, pero también debe poder “tomar dictado”, aunque suene extraño. Por otro lado, mientras estás escribiendo y explorando, quizás comiences a sentir que hay un argumento debajo de esta navegación libre y debes llevar ese argumento a la superficie. Un ensayo debe tener fuerza, debe llevar al lector de un lado al otro, no puede ser simplemente una labor de asociación libre.

¿Qué piensa de las formas híbridas del ensayo y su aparente proliferación? ¿Cómo se comporta el ensayo personal en este tiempo de confusión?

El ensayo tiene elementos que se superponen con la ficción, porque generalmente hay un personaje fuerte en primera persona, un yo, una voz dominante. Cuando te vuelves un personaje ya estás ficcionalizándote a ti mismo, estás enfatizando ciertos elementos de tu personalidad y relegando otros al fondo. Esa es una similitud artística, otra es el hecho de que estás tratando con personajes, algo presente en la mayoría de las ficciones. Además, el ensayo tiende a tener un tema, el mero rastreo de los pensamientos es un tema, es un recorrido narrativo que te lleva del punto a al punto b. De la manera que sea el ensayista tiene que ir a algún lado. Por eso son géneros primos y su relación es amistosa. El problema es cambiar o distorsionar lo que sabes que es real: si naciste en 1943 y dices que naciste en 1946 estás jugando con los detalles factuales. El ensayo tiene mucho espacio para la especulación, que es una forma de la ficción. Puedes imaginar a tus padres en su primera cita, sabiendo cómo son quizá puedas intuir que actuaron de tal o cual manera. De esa forma estás transformando algo que sería ficción al usar términos especulativos y al señalar claramente que estás especulando. No finges haber estado ahí ni tampoco saber exactamente qué fue lo que pasó. Tienes la libertad de fantasear. La fantasía y la imaginación han sido parte del ensayo desde el principio. Hay dos maneras en que puedes imaginar, estoy seguro de que hay muchas otras pero limitémonos a estas dos por ahora. Una forma es que puedes especular y la otra es que, aun si quieres escribir exactamente lo que pasó, debes tener una imaginación de lo real, tienes que extraer de la masa de material documental un elemento particular. Para hacer eso debes imaginártelo, debes enfocar, y el enfoque en sí es una forma de la imaginación. Nadie puede ser artista sin usar la imaginación y eso incluye al arte literario. Nunca he creído que quien escribe ensayo personal es simplemente un periodista que solo quiere reportar los hechos. Incluso el periodismo debe emplear cierto tipo de imaginación para detectar cuál es la historia a partir de una masa de elementos.

Cuando estuve en México tuve una larga conversación con Luigi Amara. Me dijo entonces que en cierta forma consideraba el ensayo personal como ficción, lo cual era una manera de separarlo de la no ficción. Sospecho que estaba tratado de ser amable y quería decir: “todos admiramos el ensayo, creemos que tiene un estatus más elevado, quizás hasta lo preferimos a la ficción, y en cierta forma eres en realidad un autor de ficción”. Le respondí que no coincidía con esa idea. He escrito novelas y sé cual es la diferencia. Es cierto, sin embargo, que cuando escribo ensayos personales empleo ciertas técnicas de la ficción: empleo personajes, arcos narrativos, un poco de diálogo, quizás hasta introduzco escenas, pero no estoy inventando nada, sigo contando las cosas como creo que sucedieron. No veo por qué deberíamos borrar el género de la no ficción y pretender que todo es ficción. Ya sabemos que las memorias distorsionan la historia, que cualquier tipo de relato sobre los hechos va a tener algún elemento subjetivo. Eso lo sabemos. Es como cuando los académicos dicen: “Esto no es realismo, es una construcción.” Está bien, sabemos que es una construcción. Aceptamos que hay elementos de construcción y distorsión. Pero me parece que el escritor de no ficción, el ensayista personal, siempre trata de acercarse a la verdad y no solo a la verdad literaria, sino a la verdad literal. Porque hay algo hermoso en la vida, la cual parece tener formas subyacentes, si lo piensas bien. Esto puede parecer una visión mística pero podríamos confirmarlo si consideramos ciertas experiencias vividas, como el verano de tus dieciocho años, y mientras más lo piensas comienzas a encontrar una forma innata por debajo de todos estos recuerdos. ¿Quieres llamarlo ficción de forma innata? Yo no pienso que necesariamente sea ficción. Hay cada vez más hibridez en las formas, pero también siguen apareciendo trabajos que parecen puramente de ficción y otros netamente de no ficción. Todos estos elementos coexisten. Buena parte de la ficción tiene elementos autobiográficos, hasta la ciencia ficción. Te inspiras en tu personalidad y en lo que observas de otras personas. Siempre habrá ese elemento documental. Godard dijo alguna vez que todas las películas de ficción pueden considerarse como documentales de gente actuando.

¿Cuál sería para usted la principal diferencia entre el ensayo y el artículo periodístico de profundidad, la crónica o la memoria?

El ensayo tiene estilo literario y considero que por la forma en que está escrito es crucial que tenga cierta textura, cierta complejidad sintáctica. También el ensayo admite más subjetividad, por lo que te puedes permitir cosas que en el periodismo no podrías hacer, como usar la primera persona, reconocer que algo te gusta o no y otros recursos que normalmente no van muy bien en el artículo periodístico. Por supuesto que el periodismo también está mutando, vemos el Nuevo Periodismo y la inserción del periodista como personaje, pero hay cierto peso, un valor del ensayo que a menudo tiene que ver con un estilo brillante y una fuerte personalidad en la conducción. Más allá de eso, creo que hay tradiciones en el ensayo personal, temas que siguen apareciendo una y otra vez como la amistad o la relación con un lugar, que inevitablemente invocan a los antepasados. Veo el ensayo personal como una larga conversación a través de los siglos y me parece que la mayoría de los grandes ensayistas también lo veía así. No estoy diciendo que yo sea un gran ensayista. Montaigne citaba a Séneca, Cicerón y Plutarco, William Hazlitt citaba a Montaigne, Virginia Woolf citaba a Hazlitt y a Montaigne, Emerson escribió sobre Montaigne. Existe esa conexión, una fuente de orgullo y también una forma de decir que lo que estamos haciendo es peculiar, pero algo que nuestros predecesores habrían entendido. Situarse en esa tradición es la marca del ensayista, es el orgullo de formar parte de ese largo linaje. En el arte la determinación del artista y su ambición son importantes. Si Duchamp entrega un urinario, lo firma R. Mutt y dice que es una obra de arte, basta con eso para que por lo menos esté a la mitad del camino de ser una obra de arte. Si yo digo que algo es un ensayo, y por cierto el ensayo no es la forma de expresión de más éxito comercial, debo ser por lo menos tomado un poco en serio porque estoy inserto en esta tradición. Ha pasado que ciertos periodistas que son muy buenos escritores llegan a ser considerados ensayistas a posteriori. Escritores como Joseph Mitchell o A. J. Liebling se dedicaron al periodismo pero luego fueron considerados ensayistas. A veces tiene que ver con el nivel de calidad de sus obras. Monsiváis, por ejemplo, era sin duda un ensayista de tiempo completo. Se ganaba la vida como periodista pero desarrolló una voz muy fuerte y sus juegos literarios eran clásicos recursos ensayísticos. Un ensayista puede enajenar a sus lectores y luego volver a atraerlos, algo que un periodista no puede hacer. E. M. Cioran, un ensayista que aprecio mucho, maltrataba a sus lectores, pero lo amábamos porque nos decía, nos dice, la amarga verdad sin consentirnos. Hazlitt era similar: muy agresivo y belicoso. Nunca podrías hacer eso en el periodismo, no podrías confrontar tanto a tus lectores. Ese es el atractivo de cierto tipo de ensayo, esa tensión entre lector y escritor. Un ensayo puede ser travieso y no necesita ser amigable.

¿Considera a Cioran más un ensayista que un filósofo?

Sí. Una de las ramas del ensayo es el ensayo filosófico y en Europa hay una tradición maravillosa de ensayistas filosóficos que incluye a Barthes, Simone Weil, Walter Benjamin, Theodor Adorno, Camus y Sartre de vez en cuando. En el siglo XX comenzó una desconfianza de los grandes sistemas filosóficos. Los últimos fueron Hegel y Marx y después comenzó el colapso. Los filósofos empezaron a admirar y envidiar las belles-lettres. Lo vemos ya en Nietzsche, un escritor de pequeños ensayos que evitaba los grandes sistemas. Nietzsche es el abuelo de Cioran. Pienso que el ensayista angloamericano es más personal y amistoso y el europeo más filosófico, aunque tienen mucho en común. Hay ensayos de Benjamin que son clásicos ensayos personales como “Desempacando mi biblioteca” o “Hachís en Marsella”.

Volviendo a Amara, él escribió en Letras Libres, en febrero del 2012, un ensayo sobre el “ensayo ensayo”, en el cual pedía que el ensayo personal fuera clasificado entre las obras de ficción. El texto desató una polémica interesante.

Es un asunto de proporción. Hace algún tiempo cuando visité México tuve la oportunidad de hablar con varios ensayistas, incluyendo Luigi, como mencioné antes. Me dio la impresión de que están un poco obsesionados con un antagonismo hacia el ensayo académico, piensan que en México la polémica política y el ensayo académico han secuestrado el ensayo. Para mí esto no es tan importante porque me gusta una definición amplia del ensayo. Hay buenos ensayos académicos. Mis alumnos a veces critican algo diciendo que es académico y sospecho que se refieren a que es intelectual. Siempre he estado en contra del antiintelectualismo. Esto no quiere decir que uno no sea accesible, sino que no debemos poner un techo sobre el pensamiento o un límite a las ideas. Para dar un ejemplo de un gran ensayista mencionaría a Loren Eiseley, quien era científico y cuando escribía ensayos se valía de su tremendo bagaje. No veo nada malo en que un ensayista sepa sobre algo. Un ensayista no debe ser un ignorante ni un generalista. Muchos de los grandes ensayistas se divertían con la noción de la ignorancia pero no eran ignorantes. Uno puede tener una profesión, ser médico, físico o hasta político y aun así escribir buenos ensayos. Pienso que lo que Luigi decía tiene que ver con una situación específica: que no se respeta lo suficiente al ensayista clásico.

Luigi también es una parte importante de Tumbona, la editorial que hace algunos años publicó su libro Contra la alegría de vivir dentro de una colección fabulosa.

Sí, tienen una serie de libros “contrarios”. La táctica del antiensayo o el texto en contra de algo es una de las tradiciones más divertidas del ensayo personal; tienes a Sontag en contra de la interpretación, Joyce Carol Oates en contra de la naturaleza, Laura Kipnis en contra del amor, Gombrowicz en contra de los poetas y el mío en contra de la alegría de vivir. A veces es muy fértil y liberador tomar posición en contra de algo que sabes que es básicamente bueno, hacer de abogado del diablo. Tumbona es una editorial que ha sido una gran defensora del ensayo. No quiero llevarles la contra en esto, pero no me siento tan amenazado por el ensayo académico o la polémica política. De hecho no tenemos suficiente polémica política en Estados Unidos.

Ha escrito que uno de los procesos creativos que emplea es pensar en contra de usted mismo. ¿Cómo lo aplica en la práctica?

Mientras trabajo explicando ciertas ideas me detengo y me cuestiono. Hemingway habló al respecto de tener un detector de idioteces [bullshit]. Muy a menudo tomo la posición contraria de la que estoy defendiendo para ver qué puedo decir. Es la manera en que funciona mi mente, siempre estoy buscando cómo contradecirme. No sé por qué lo hago o qué placer me produce. Estoy en guardia ante la autosatisfacción, en contra de la complacencia. Asumo que en cualquier relación cometo muchos errores, no soy el marido perfecto, no soy el padre perfecto. Mi idea de la humanidad es que todos somos profundamente falibles y nuestro pensamiento también lo es, por tanto debemos pensar en nuestra contra y cuestionarnos.

Alguna vez ha dicho que el ensayista es también un poco un estafador. Alguien que no tiene que saberlo todo sobre un tema, sino saber lo suficiente para escribir sobre él. ¿Qué hace cuando especialistas y expertos cuestionan sus credenciales?

Es una seducción. Precisamente ese fue uno de los problemas que tuve cuando escribí Waterfront, porque tenía que introducir una serie de opiniones en varias especialidades: ingeniería, urbanismo, biología marina, política. Comencé a investigar y en cada capítulo que escribía introducía largas citas de expertos, pero mi editor me dijo que debía poner eso en mis palabras, resultaba muy aburrido leer citas de un informe de ingeniería. Le dije: “Pero él lo sabe todo y yo no sé nada.” Tuve que encontrar entonces una manera de darle energía a esa relación: me presentaba como un amateur que se metía en asuntos serios, pero a la vez ofrecía información. Usé algunas maniobras ingeniosas y trucos para parodiar la voz del experto y también utilicé a Phillip Lopate como una especie de detective que buscaba resolver dudas. Es la posición de “no soy un experto pero quizás tenga preguntas interesantes”.

Escribí, por ejemplo, un ensayo sobre Abraham y Sara, Freud y Karen Horney, y mi primera esposa y yo. Nunca dije ser un experto en ninguna de estas cosas, pero trabajé con los materiales. Tenemos que ser capaces de investigar un poco y valernos de otros campos de estudio. Si escribes sobre tu infancia, puedes traer elementos de antropología, sociología o psicoanálisis para iluminar tu historia personal y esto responde a la pregunta: ¿por qué a alguien le importaría mi vida, a quién puedo importarle yo? Estás usando ese “yo” como símbolo de lo que le ocurre a una generación o una sociedad. Te das la licencia para hacerlo y aceptas las consecuencias si los expertos te critican.

Me gusta la palabra amateur: alguien que ama algo y que no pretende ser un experto. El ensayista está en la posición privilegiada de ocupar el papel del amateur. Tomemos a Geoff Dyer, quien escribió un libro sobre la imposibilidad de escribir de D. H. Lawrence –Out of sheer rage–, pero también escribió un libro sobre jazz y otro sobre fotografía y uno más sobre Tarkovski y otro sobre un portaaviones. Dyer en cada libro toma la posición del amateur, no del experto. Hay escritores que toman la posición del generalista, pero ahora vivimos en un tiempo de especialistas en el que casi no puedes serlo, debes ser un amateur.

Usted le recomienda a sus alumnos adoptar una subespecialidad, aprender sobre cosas específicas.

Tienes que saber algo, no puedes hablar únicamente de tus sentidos porque muy pronto descubres que solo hay cinco.

Ha escrito acerca de las similitudes entre el ensayo y el sermón, ¿extiende esa analogía al libro de autoayuda?

Me siento más capaz para hablar sobre el sermón que del libro de autoayuda. El sermón es normalmente una pregunta sobre la fe. El sacerdote, el predicador o el rabino hablan sobre un texto de la Biblia y tratan de comprenderlo. Los mejores sermones presentan un problema, un nudo que tratan de desenredar. En ese sentido el ensayo es como un sermón. El ensayo surge de varias formas, una de ellas era el sermón, otra la epístola y también el libro de citas. Todos nutrieron al ensayo. Escritores como Laurence Sterne se ganaban la vida como sacerdotes y se dedicaban a hacer sermones. El sermón es un tipo especial de ensayo. Respecto a la autoayuda, recuerdo que cuando se publicó mi primera colección de ensayos, Bachelorhood, lo pusieron en el estante de autoayuda. “No tengo ninguna ayuda que ofrecer a nadie y menos a los hombres”, pensé. El libro de autoayuda promete respuestas fáciles, lo que hace una colección de ensayos personales es que te hagas buen amigo de tu neurosis. Te darás cuenta de que otras personas tienen las mismas complejidades, las mismas ambivalencias y las mismas dudas. Una colección de ensayos puede ayudar a estar en paz con tu incertidumbre, puedes vivir sabiendo que esos interrogantes siempre existirán.

Siempre he pensado que el ensayo y la poesía son muy similares. Usted comenzó su carrera académica dando clases de poesía. ¿Aún escribe poemas?

No escribo poesía desde hace tiempo. En 2010 publiqué At the end of the day, una antología de poemas que escribí entre 1965 y 1985 más o menos. Durante casi veinte años fui poeta, entre otras cosas. Cuando descubrí el ensayo, a finales de los años setenta, me encontré haciendo en ese género todo lo que quería hacer.

La poesía y el ensayo son muy similares. La poesía me enseñó a emplear la asociación libre, a ser capaz de moverme de un tema a otro, de una idea a otra, a saltar, como dice Robert Bly. Cada final de verso te alienta a ir a un lugar distinto en el siguiente. Además el poema tiene mucho de atmosférico, no es necesariamente conducido por el tema. Por otro lado tenemos ensayos líricos que son casi poesía pura. Definitivamente tienen rasgos en común, así como también hay mucho en común entre la ficción y el ensayo, y eso no quiere decir que el ensayo deba renunciar a su identidad y decirse “me voy a volver poema o me voy a volver cuento”.

A menudo habla de tres elementos que le sirven para apropiarse de la realidad y volverla literatura: soledad, meditación y observación.

Añadiría la distancia, que es algo fundamentalmente bueno, aunque la gente tiende a tenerle miedo, como le temen a la soledad. Tienes que ser capaz de estar solo contigo mismo, no puedes estar buscando distracciones o diversión todo el tiempo. Si pudiera dejarle algo a mi hija sería el regalo de la soledad.

¿Cree que nuestro acceso instantáneo a la información y la proliferación de los blogs y redes sociales han influido en la manera en que se escribe ensayo hoy?

No lo creo, he leído muchas colecciones de ensayos que acaban de aparecer, de autores como Meghan Daum, Charles D’Ambrosio, Leslie Jamison y Emily Fox Gordon. Por extraño que parezca estamos en un momento en el que se publican numerosos libros de ensayos en Estados Unidos, y veo que hay una exploración de temas a profundidad. Estos y otros escritores no están haciendo ensayos cortos sino textos de veinte a treinta páginas. Muchos ensayistas están aprovechando la oportunidad para cavar profundo. Por lo tanto no creo que el problema de la poca capacidad de atención haya atacado al ensayo.

Este es un buen momento para el ensayo. En la ficción hay muchos novelistas que hacen lo que Milan Kundera define como novelas ensayísticas, cuya tradición incluye a Robert Musil, Marcel Proust y Hermann Broch. Más recientemente está W. G. Sebald, Roberto Bolaño, Javier Marías, Thomas Bernhard, David Foster Wallace y Nicholson Baker, escritores que se alejan de las tradicionales escenas y diálogos para entregarse a largas meditaciones. La promesa del ensayo está filtrándose en la ficción. Muchos escritores de ficción se sienten atraídos hacia el ensayo, no quieren escribir un libro entero sobre un tema y prefieren escribir sobre este en veinte o treinta páginas del total de sus novelas. Por mi parte prefiero leer un ensayo rico y conciso de una veintena de páginas que leerlo inflado en trescientas.

¿Qué piensa de la tradición de los ensayistas científicos?

Nos hacen falta ensayos científicos. Lewis Thomas, Stephen Jay Gould, Loren Eiseley y en cierta medida Edward Hoagland han escrito sobre ciencia. Justo ahora que entramos en un momento de profunda crisis ambiental y nuestra relación con la naturaleza está tan deteriorada, estos asuntos tienen que ser materia del ensayista. Además están los ensayos de médicos, como Oliver Sacks, Francisco González Crussí y Richard Selzer, excelentes escritores que están enriqueciendo el género. El hecho de que algunos ensayistas comiencen sabiendo algo no quiere decir que no lleguen a un lugar de misterio y confusión, hay aún muchas cosas que desconocemos.

Usted es un gran cinéfilo. Con frecuencia se dice que es un arte en decadencia.

Se siguen haciendo buenas películas. Cada año hago una lista de las mejores películas y siempre tengo unas veinte. El pronunciamiento de la muerte del cine es prematuro. Se hacen todo el tiempo muchos filmes interesantes. Quizás no vivimos un periodo de grandes autores pero hay muchos maestros, un poco menores, pero muy buenos. Estoy intrigado por el director coreano Hong Sang-soo, a quien encuentro muy divertido. Me interesa también el iraní Abbas Kiarostami, me gustó Sils Maria, la nueva película de Olivier Assayas. Hay más ensayos fílmicos que nunca, buenos documentales. Hay buen cine.

Acerca del ensayo fílmico, perdimos recientemente a uno de los más grandes directores de ese género, Chris Marker, pero Godard sigue haciendo películas que parecen ensayos.

Sí, perdimos a Marker. Godard se considera a sí mismo un ensayista. Es difícil saber si Adiós al lenguaje es un ensayo o un poema lírico. También está el filme de Rithy Panh, La imagen perdida, una película muy bella que funciona como un ensayo personal en cine, que en lugar de usar actores emplea figuras de barro. Werner Herzog también sigue haciendo buenos ensayos en el cine. Tenemos, por otro lado, a directores técnicos como David Fincher, que hizo Perdida, una cinta correcta, bien hecha, que seguí con mucho interés pero a los dos días no me la creía para nada. Me gustó Birdman, de González Iñárritu.

Alguna vez escribió que lo que realmente tratamos de obtener es sabiduría. ¿Cómo definiría la sabiduría?

No se trata tanto de definirla como de desearla. Es como el creyente que quiere a Dios. A veces me siento un poco ansioso cuando leo a escritores jóvenes que parecen tener un apego narcisista con su confusión. Escriben desde las profundidades de su confusión de una manera un poco arrogante, como afirmando que todos estamos confundidos, pero no creo que hagan suficientes esfuerzos para obtener una mejor perspectiva o tener un mejor comprensión de las cosas; es una forma de autocompasión decir que nos bombardean de información, que estamos confundidos y no sabemos lo que estamos haciendo. Pero hay una pequeña voz dentro de nosotros que nos dirige hacia la sabiduría. La compasión es una forma de sabiduría, entender nuestras propias deficiencias es otro tipo de sabiduría, entender cómo estamos conectados con los demás es una más y también lo es no ser indulgente con tu egoísmo. Estas son ideas simples pero presentan algo que deseamos: querer ser sabios. Ahora, no todo mundo quiere ser sabio; yo quiero ser sabio pero no me queda mucho tiempo para llegar ahí, estoy progresando a un ritmo demasiado lento, pero por lo menos lo sé. La sabiduría es saber lo que no sabes. ~

 

+ posts

(ciudad de México, 1963) es escritor. Su libro más reciente es Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra (Tusquets, 2008).


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: