“Es difícil hacer predicciones, especialmente del futuro”, dice una frase que se atribuye (quizá de manera apócrifa) a Niels Bohr. Nunca sabemos el resultado de las elecciones de antemano, pero es muy probable que alguien critique los errores de las encuestas. Esto puede suceder incluso cuando aciertan, como ocurrió en el Brexit. Y sucede cuando las predicciones se equivocan, como ocurrió con la victoria de Trump en las primarias del Partido Republicano o como ha pasado en las elecciones de este domingo.
Hace unos días se denunciaba que las encuestas alterasen la competición electoral. Ahora se lamenta su ineficacia. The Economist ha dicho que las grandes derrotadas del 26J son las encuestas. Ha habido quien ha señalado que los resultados de Unidos Podemos estaban hinchados para incrementar el voto al PP, aunque los líderes de la coalición daban por hecho el sorpasso al PSOE. Otros han denunciado “la burbuja de los politólogos”. Recuerda un poco a las críticas a toda la disciplina de la economía por no haber detectado antes la crisis financiera, primero, y porque salir no era tan fácil, después.
“Por dentro, uno sabe que está sobrevalorado. Pero, bueno, mejor ser tú el sobrevalorado que otro”, le decía hace unos días Michel Houellebecq a Simon Kuper. Pocos tienen la honestidad macarra del novelista francés: es más frecuente pensar que lo que hacen los demás ha generado una burbuja y lamentar que nuestra labor pasa injustamente inadvertida. También es habitual que los trabajos de los demás nos parezcan sencillos. Pero en el nuestro tendemos a opinar que las cosas son algo más complicadas.
La presencia de politólogos y sociólogos en los medios y en plataformas como Politikon, Agenda Pública o Piedras de papel ha contribuido a elevar el nivel del análisis político en nuestro país. Las aproximaciones teóricas y cuantitativas tienen muchos ángulos y se complementan con otros enfoques: la visión normativa, el análisis del discurso, la tarea del periodista que conoce cómo funciona por dentro el partido. La virulencia de algunas críticas es una medida de su éxito.
Han popularizado conceptos y categorías y han extendido un mayor rigor en parte de la conversación política en los medios. Sus debates permiten que el público conozca mejor los métodos e instrumentos del análisis. Han desmontado algunos mitos y señalado la importancia de problemas que pasaban desapercibidos, han tratado de dar protagonismo a cuestiones de políticas públicas y han reivindicado el empirismo, han introducido complejidad y aristas, un realismo que evita las plantillas ideológicas, y nos ayudan a entender algo mejor una realidad siempre caótica y cambiante.
En ese sentido, como The Monkey Cage, Marginal Revolution, la página de Chris Blattman, algunas cosas de Vox, Telos o muchas otras webs, realizan una labor pedagógica: contribuyen a crear una ciudadanía informada, a construir un canal entre la investigación académica y la conversación pública. Como sucedió con el caso de Trump, las reflexiones y las comprobaciones de la discrepancia entre las encuestas previas y los resultados electorales serán más iluminadoras que si hubieran acertado: el análisis de los errores suele ser más interesante que el de los aciertos.
“Todo éxito es un malentendido”, escribió Cioran. A veces se ha llegado al “fetichismo demoscópico” del que hablaba Manuel Arias Maldonado, y la capacidad de anticipación resultaba más atractiva que el análisis de lo que ya ha ocurrido. Uno de los errores más graves no está en la disciplina, sino en la expectativa, y quizá se ve impulsado por la mecánica de los medios: busca el conocimiento frágil y en constante revisión de las ciencias sociales, no la capacidad predictiva de las ciencias naturales o la ilusión de certeza de la religión.
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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).
