Inspirado en La recta y el punto. Un romance matemático de Norton Juster
“Y pronto la recta y el punto pudieron hacer figuras juntos, gracias a lo cual vivieron, si no dichosos para siempre, al menos razonablemente felices”
O quizás no tan razonablemente felices. Hubo una época en que la recta sentía la necesidad de más espacio. Consideraba que su amor por el punto, por más tardes milimétricamente compartidas, al final le provocaba un poco de asfixia. Y que había una escandalosa falta de proporción en lo que cada uno aportaba a ese noviazgo.
Ella había aprendido las variadas artes de hacer figuras y al punto le bastaba simplemente con ser un punto. Y era así, egocéntrico y perfecto, desde la primera vez que lo había visto. En las discusiones políticas la recta podía inclinarse, ya sea radical o moderadamente, hacia la izquierda, o hacia la derecha, y la postura era tan notoria que, con frecuencia, el punto no sentía la necesidad de prestarle atención.
La recta hablando sobre Wall Street
El punto en cambio parecía mantenerse siempre en la misma actitud. No era precisamente un moderado: solo alguien sobre el que era difícil adivinar qué pensaba. Eso era lo injusto: que ella podía hacer evidente el ángulo con el que tomaba las cosas.
Con este ángulo, por ejemplo, hacía comentarios sobre postfeminismo, arte contemporáneo y diversidad sexual.
Y este ángulo le servía para hablar de transnacionales, medios de comunicación y sobre el daño que la leche hace a nuestros organismos.
El punto, en cambio, parecía no tener puntos de vista.
Tenía esta postura sobre desempleo, los transgénicos y el debate plagio-intertextualidad.
Y esta sobre los biocombustibles, el libro digital y las candidaturas ciudadanas.
Y, a decir verdad, la recta no estaba del todo segura de que el punto no estuviera adoptando un tono irónico al momento de emitir una opinión.
El punto, por su parte, también tenía sus reclamos. Para él, todas esas maneras que la recta tenía de expresarse –“decálogos, paralelepípedos, tetragramas”– eran más bien calculados disfraces que la recta utilizaba para no ser auténticamente ella. “¿Lo entiendes? Tampoco es que sea muy honesto de tu parte”. “…decágonos” le corregía la recta, que en ese momento lucía más rígida que de costumbre. “Decágonos entonces”, decía el punto, que quería siempre ser el último en las discusiones.
“¿No eras tú el que años atrás me decía ‘Vuelve a hacer esas lindas figuras, querida’?”, volvió la recta tras una pausa.
“No prolongues la discusión indefinidamente –y en ambos sentidos– como es tu costumbre”, respondía el otro.
Cierto día el punto le confió a un amigo: “Pese a lo que aparenta es una inflexible”.
Y una amiga le reclamó a la recta: “Te dijimos que le faltaba profundidad”.
La siguiente vez que la recta le pidió más espacio, el punto le respondió con una provocación:
“¿Y por qué no te sales del plano?”
La recta entendió que era una forma cínica de decir: “Y a ver cómo te va”.
Y se fue. Y pensó que quizás ya era momento comportarse de una manera distinta a como lo venía haciendo.
Casi al mismo tiempo que la recta buscaba un mejor lugar para vivir, en el mundo de afuera, unos señores andaban dando origen a algo llamado geometría no euclidiana.
Moraleja:Escribir metáforas optimistas del amor con rectas y puntos funciona mejor si la geometría es plana.
No sé qué quise decir con lo anterior.
es músico y escritor. Es editor responsable de Letras Libres (México). Este año, Turner pondrá en circulación Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles.