Gradiva (La que avanza. Bajorrelieve de Pompeya)
Fue una de esas breves y encantadoras escenas de suave comedia, de pantomima más algún toque sonoro (digamos de una película del mimo francés Jacques Tati, hoy olvidado hasta por los públicos de la Cineteca y los cineclubs): una felicidad que a veces la realidad callejera se permite darnos en un momento fugacísimo, casi en el solo tiempo entre dos parpadeos. Ocurrió el pasado domingo en la avenida México, cerca de la entrada a los Viveros de Coyoacán. En el muy ampliamente surtido puesto de venta de periódicos y revistas que hay allí junto a otros de venta de gorritas y camisetas deportivas, y de cacahuates para las ardillas “viverianas”, se hallaba un par de muchachos veinteañeros con cubrebocas azules, que curioseaban las portadas de las publicaciones cuando, entre ellos, dirigiéndose, supongo, hacia el centro de Coyoacán, pasó, sin cubrebocas, una curvilínea, garbosa, linda muchacha de no más de … eh… calculo unos dieciséis años, en shorts azules y camiseta naranja sin mangas, bien plantada sobre zapatos esport pero de tacón alto: una casi chava de piel morena, de largo y suelto cabello negrísimo, cuyo andar era un prodigio de elasticidad y ritmo con las caderas y los pechos balanceándose muy visiblemente pero sin vulgar exceso, casi como un suave preludio a la danza. Y los dos muchachos, y yo también, nos quedamos un momento como pasmados ante tanta belleza, tanta gracia… y entonces ocurrió que uno de los muchachos, en el instante mismo en que la chava pasaba ante ellos, se quitó el cubrebocas, lo sostuvo un momento colgado por el hilo entre el indice y el pulgar, lo tiró al suelo, lo pisoteó y emitió un admirativo, largo, galante silbido:
¡Fuiiit fiuuuuuuu!
Era un silbido que yo creo no había vuelto a oír desde los años cincuenta (en los que estaba aún de moda, si bien era de los años cuarenta, en los que me parece que lo propagó el cine de Hollywood), y la muchacha se volvió sonriendo en agradecicimiento al “agasajo” y siguió su camino con el mismo pero ahora lento andar,
Y eso es todo: Excepto que yo, por unos segundos en que me senti también veinteañero, tuve la tentación de quitarme el cubrebocas (verde), tirarlo al suelo y lanzar un interminable, un gozoso, un anacrónico pero imperecedero:
¡Fuiiiiiiit fiuuuuuuuuuuuuu!
(Columna Carta de Esmógico City,
Milenio Diario, 13 de mayo de 2009)
PS. No encontre ilustración ad hoc, pero quizá, como lejana referencia, queda bien el famoso bajorrelieve pompeyano de Gradiva (“la que avanza”).
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.